—Ok, ya basta —dije, tapándome la cara con ambas manos—. En serio, ¡paren de mirarlo! Van a hacer un hoyo en el vidrio.
Y van a hacer un hoyo en mi dignidad.
Y ya no me queda mucha, sinceramente.
Sentía que mi cara estaba hecha de fuego de lo apenada que estaba.
Yo ya estaba a punto de derretirme más que el helado de chocolate bajo el sol.
Thiago seguía pegado al ventanal como un sticker mal puesto.
—Es que, Gaby… ¡mira ese perfil! ¡Es hermoso! ¡Es como si hubieran mezclado a un dios nórdico con un panadero brasileño!
—¡YA! —exclamé, tapándoles los ojos con mis manos—. ¡Paren de verlo! ¡Paren de hablar de él! ¡Me voy a morir de la vergüenza!
Thiago agregó, con los ojos cerrados:
—Pero es que está muy—
—¡NADA! —lo interrumpí saltando—. ¡Se acabó! ¡No lo observen como si fuera mural turístico!
Hellen soltó una risita baja.
—Es que estás muy roja…
—¡Hellen, por favor!
Hellen le dio un empujón suave para despegarlo del vidrio y se alejó.
—Déjala respirar —dijo mientras mordía otro panecito—. La pobre se va a desmayar.
—Ya estoy desmayada —respondí en un hilo de voz—. Me estoy sosteniendo con fuerza de voluntad y azúcar.
Pero justo cuando por fin lograba recuperar un poco de dignidad…
Thiago volvió a pegar la frente contra el vidrio.
—A ver, ¿y ahora qué pasa? —pregunté con un hilo de voz.
Hellen lo imitó, pegando la cara al cristal también.
—Oh… —susurró ella.
Yo no quería mirar.
Yo sabía que mirar era mala idea.
Yo soy experta en tomar malas decisiones.
Así que miré.
Ahí estaba él.
El trotador.
El destructor oficial de mis neuronas.
Caminando fuera de la frutería con una bolsa en mano.
—Espera… ¿y ese carro?
Miramos los tres a través del ventanal.
Un vehículo blanco se estacionó frente a la frutería.
La ventana se bajó.
Mi respiración se detuvo.
—¿Ese no es…? —susurró Hellen.
—Julián —completé con incredulidad—.
¿Julián?
Los dos se saludaron como si se vieran todos los días. Se rieron. Se dijeron algo que no pudimos oír. Julián hizo un gesto con las manos. Mi trotador mentalmente adoptado por 24 horas abrió la puerta del copiloto y se subió como si nada.
Yo abrí la boca, pero no salió sonido.
Julián estaba ahí, saludando al trotador como si fueran… amigos.
Viejos amigos.
Amigotes.
Casi hermanos.
¡Cualquiera de esas variantes era demasiado para mi corazón!
Los tres dentro de la heladería quedamos con la boca abierta.
Bueno, dos.
Thiago seguía presionado contra el vidrio como si quisiera atravesarlo con la mente.
—¿Qué…? —balbuceé—. ¿Julián y… él?
—Se conocen —dijo Hellen, igual de sorprendida—. ¿Pero desde cuándo?
Thiago parpadeó un par de veces y señaló el auto que se alejaba.
—Ok, no sé quién es ese Julián, pero… ¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ? ¿Por qué parece que estoy metido en un episodio de drama del que no tengo contexto?
Hellen se sujetó la cabeza.
—Es que esto es demasiada coincidencia.
—O brujería —añadió Thiago.
—O tu mala influencia dramática, Thiago —dije, aunque apenas podía pensar—. ¿Cómo es posible que se conozcan?
Los tres miramos la calle vacía donde el carro había desaparecido.
Era demasiada casualidad… incluso para nosotros.
Los vimos reír.
Los vimos hablar.
Los vimos irse juntos.
Thiago levantó una mano dramáticamente.
—Gabriela, cariño… —dijo serio, casi solemne—. ¿Acaso todas las personas atractivas de esta ciudad se conocen entre sí y nosotras somos las últimas en enterarnos?
Hellen asintió con gravedad.
—Tienes razón, creo que es culpa del aura dramática de Thiago. Desde que llegó pasan cosas nivel telenovela.
—¡Eh! —protestó él—. Yo solo existo. ¡No controlo la magia del destino!
Yo, mientras tanto, estaba entrando en pánico existencial.
—Esto no tiene sentido —dije, llevándome una mano al pecho—. ¡Es demasiada coincidencia! ¿Por qué Julián se ríe así con él? ¿De dónde se conocen? ¿Qué está pasando? ¿QUÉ CLASE DE MUNDO PARALELO ES ESTE?
—Respira, hija —respondió Thiago dándome palmaditas en la espalda—. Que no queremos que te dé un infarto antes de que te lo presenten oficialmente.
Y así, nuestra incredulidad se evaporaba con ellos.
—Ok… —dijo Hellen finalmente, con voz muy, muy seria—. Esto definitivamente es brujería.
—O destino —corregí yo.
Thiago se rió.
—O mi presencia divina y caótica que altera la realidad.
Le lancé una servilleta a la cara.
—¡Cállate! ¡Esto es culpa tuya! ¡Tu drama está infectando la vida real!
Pero por dentro…
Por dentro yo estaba temblando un poquito.
Porque por alguna razón que no quería admitir todavía…
La idea de volver a ver al trotador… ya no sonaba tan imposible.