Una mujer irritante

1243 Words
Alaric sentía la mirada punzante de Abril clavada en su espalda mientras tomaba un sorbo del vino blanco que había pedido. La sensación le irritaba más de lo que quería admitir. ¿Quién diablos era esa mujer? ¿Qué clase de persona llegaba a un restaurante de lujo vestida de manera tan simple, hablaba con semejante descaro y lo insultaba como si fuera un vagabundo que le había quitado un asiento en el parque? No. Definitivamente estaba loca. Por su acento, era extranjera. Sonaba mexicana, pero… ¿qué hacía en un lugar como ese? Además, sus cabellos largos y rubios y esos ojos verdes tan llamativos gritaban que tenía sangre europea mezclada en algún punto. Aunque el carácter… ese carácter sí que era de México. Directo, impulsivo, incisivo. La clase de carácter que entraba como una tormenta sin pedir permiso. Sacudió la cabeza, exhalando por la nariz mientras trataba de concentrarse en su copa y en el Rolex de oro que descansaba en su muñeca. Lo miraba cada minuto con creciente impaciencia. —¿Por qué ese imbécil siempre tiene la costumbre de llegar tarde? —murmuró para sí mismo. No alcanzó a terminar el pensamiento cuando la puerta del restaurante se abrió y Ethan entró con paso relajado, vistiendo una camisa de tres cuartos abierta en el pecho y el cabello rubio desordenado como si hubiera salido de la cama hacía apenas unos minutos. Varias mujeres en el salón voltearon a mirarlo con interés. Alaric no ocultó la mirada asesina que le lanzó cuando su amigo llegó a la mesa. Ethan sonrió de lado, completamente inmune. —Llegas veinte minutos tarde —espetó Alaric con tono frío. —Me estaba bañando —respondió Ethan, encogiéndose de hombros como si fuera obvio. Alaric entrecerró los ojos. —Debes bañarte a una hora prudente antes de una cita importante. Ethan soltó una pequeña risa y rodó los ojos. —Oh, por favor, eres el único hombre que considera "importante" una cena en un restaurante donde vienes cada semana desde hace diez años. Alaric bufó, pero no dijo nada. En cambio, se recostó ligeramente en la silla mientras Ethan llamaba al mesero y pedía un trago fuerte y un platillo de sushi con absoluta tranquilidad. Alaric movía la pierna bajo la mesa, impaciente. —Y bien… —preguntó al fin, con el ceño profundamente fruncido—. ¿Qué solucionaste? Los medios me están comiendo vivo. Para entrar a este lugar tuve que hacerlo por la parte trasera. Yo, Alaric Bremer, entrando por la cocina… —dijo con fastidio, torciendo la boca. Ethan sonrió de forma orgullosa, como si hubiera esperado ese momento. —Tengo la solución. Alaric se incorporó un poco, alertado pese a sí mismo. Ethan levantó un dedo como si fuera un presentador de televisión anunciando la gran revelación y... —Necesitas una esposa para Navidad. Una esposa que puedas llevarle a tu abuelo. Y también que puedas mostrar a los medios. ¡Esa es la solución! —levantó las cejas—. Ya sé, soy lo máximo. No me agradezcas. Alaric lo miró como si estuviera totalmente loco. Su primer impulso fue querer golpearlo en la cabeza con la copa. Su segundo impulso fue levantarse e irse. Pero respiró profundo. —¿Te volviste loco? ¿O es un chiste? —preguntó con la voz tan baja que solo los dos pudieron oírlo—. Me acaban de dejar plantado en la maldita iglesia, la mujer con la que pensaba formar una familia… y tú vienes a decirme que me case otra vez. ¿Eres imbécil o tienes una condición mental que debería preocuparnos? Ethan mantuvo su sonrisa arrogante. —Precisamente por eso —respondió—. Es la mejor solución. Si consigues otra esposa antes de Navidad, conservas las acciones de tu abuelo y callas a toda esa gente en la prensa que está diciendo tonterías. Hasta se murmura —acercó la voz, divertido— que te dejaron por precoz. ¿Es cierto? ¿No te funciona la cosa? El rechinar de dientes de Alaric se escuchó incluso con la música ambiental del lugar. —No seas idiota —masculló—. Todo son falsas acusaciones. Me funciona perfectamente todo. En fin… —Pasó una mano por su rostro, frustrado—. ¿Dónde diablos voy a conseguir una esposa para…? No terminó la frase. Un escándalo en la mesa de atrás lo interrumpió. Ethan giró la cabeza. Alaric hizo lo mismo. —En i********: decía que había oferta en los platillos —decía la pelinegra, indignada—. ¡No es justo que luego vengan a cobrar tanto dinero por un pedazo de sushi! Abril, la mujer de antes, la mexicana loca que lo había insultado sin razón, se puso de pie. La furia brillaba en sus ojos verdes. —Le dije que esa cuenta de i********: es falsa, amiga. —La pelinegra cruzó los brazos—. ¿Va a cancelar la cuenta o quiere que llame a seguridad? —Mire… —Abril alzó la mano y se adelantó—, usted no va a llamar a seguridad. Nosotras no tenemos la culpa de que existan cuentas publicitarias falsas por ahí. ¡Así que ubíquese y acepte el pago que le estamos dando! El mesero retrocedió un paso, intimidado por la determinación feroz de ella. Ethan parpadeó. —¿Quién es esa? —La mujer que se sentó en mi mesa —respondió Alaric, ya harto. —¿Cuál? ¿La de los ojos verdes? —La misma. Ethan soltó una carcajada. —Hermosa. Violenta. Y con carácter. Qué combinación tan peligrosa para ti. Alaric lo ignoró y se levantó de su silla mientras rodaba los ojos. Ajustó el saco y caminó hacia la mesa de las mujeres con un gesto tenso, profesional, autoritario. Su voz grave retumbó con fastidio. —¿Cuánto deben las señoritas? Abril lo miró y sus ojos se abrieron con sorpresa, luego con desagrado absoluto. —Usted otra vez —soltó ella. —Desafortunadamente —respondió él, sin paciencia. La pelinegra abrió la boca, pero Abril levantó la mano para detenerla y clavó la mirada en Alaric como si él fuera el origen de todos los males de su vida. Él apoyó una mano en el respaldo de la silla, imponente, como un hombre acostumbrado a que todos obedecieran cuando él hablaba. —Dije —repitió—, ¿cuánto deben? El mesero, aliviado por la intervención, sacó la cuenta. Mientras lo hacía, Alaric sostuvo la mirada de Abril. Ella no retrocedió. Sus ojos verdes ardían con rabia, orgullo y una tensión latente que él no lograba entender. Era extraña. Insolente. Impredecible. Y por alguna razón, no podía dejar de mirarla. Abril cruzó los brazos, desafiante. —No necesitamos su ayuda. —No es ayuda —respondió él con frialdad—. Es evitar que sigan gritando en un restaurante donde la gente viene a cenar, no a escuchar sus problemas. Ella dio un paso hacia él. Él no se movió. —Usted es insoportable —escupió Abril. —Y usted es escandalosa. El mesero dejó la cuenta sobre la mesa y dio un paso atrás. Ethan, desde su mesa, los veía con los brazos cruzados y una media sonrisa. Sabía reconocer una buena oportunidad cuando la tenía enfrente. Y Alaric Bremer, sin saberlo, acababa de encontrarse con la única mujer en Nueva York capaz de arruinarle la noche… o salvarle la vida.
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