CAPITULO 7

1318 Words
El mundo se quedó en un punto extraño entre el ruido del patio y el silencio dentro de mi cabeza. Los labios de Thiago acababan de tocar los míos y, por un instante, no supe si empujarlo, golpearlo o… quedarme quieta. —¿Leanne? —La voz de Jack entró como un cubo de agua fría. Me separé de golpe. El coche a mi espalda me frenó. Él estaba allí, a tres pasos, camiseta arrugada, ojos prendidos en los míos. A Jack no le hacía falta entender el contexto para ponerse en modo hermano. —¿Qué está pasando? —preguntó, sin apartar la vista de Thiago. —Nada —dije demasiado rápido. —No parece “nada” —replicó, apretando la mandíbula. Thiago no dio un paso atrás y tampoco habló. Sostenía mi mirada y la de Jack alternándolas, midiendo distancias. Al fondo, Aiko e Izan asomaban discretos desde los bancos; sabían leer desastres a metros de distancia. —Jack, él es… —tragué— Thiago. —¿Y por qué te estaba besando, Leanne? —El tono no gritaba; cortaba. —Porque no sabe escuchar —respondí, clavándole a Thiago una ceja levantada. Los ojos de Jack se movieron del uno al otro. —¿Te está molestando? —Estoy bien —dije, y no era una mentira. Estaba temblando por dentro, que no es lo mismo. Thiago habló al fin, bajo, firme: —Quiero hablar con ella. —Y yo quiero muchas cosas —Jack dio un paso—. Empieza por apartarte. Miré mi muñeca. Thiago no me sujetaba, pero su presencia tenía el efecto de un agarre. Me enderecé. —No me está tocando —aclaré—. Y no voy a pelearme aquí delante de medio instituto. Jack, dame un minuto. —Ni loco —Jack negó—. No te dejo sola con este tipo. Thiago alzó la barbilla, rígido. —¿Quién eres? —Su hermano —respondió Jack, sin titubeo. Ese dato reordenó el mapa. Vi a Thiago ajustar la postura, conteniendo la tensión, como si de pronto hubiera descubierto que el “desconocido” tenía nombre y raíces. No se disculpó —no es su estilo—, pero un grado de dureza salió de sus hombros. —Entiendo que quieras protegerla —dijo—. Yo también lo hago. —No tienes ese cargo —replicó Jack—. No aquí. —Basta —corté, alzando la mano—. Una cosa: no voy a escuchar un duelo de testosterona en la acera. Otra cosa: no soy un paquete frágil. Jack me miró, me conoce. Sabe cuándo estoy de pie por orgullo y cuándo de verdad puedo sostenerme. Esta vez asintió. —Cinco minutos —concedió—. Y a la vista. Se apartó un paso, lo justo. Aiko le hizo un gesto desde la distancia, como recordándole que respirara mientras que Izan fingía mirar el móvil. Me giré hacia Thiago. —Habla. Rápido. —Ayer te expliqué lo esencial —dijo—. Hoy… perdí el control. No volverá a pasar. —Lo de “perder el control” no es una anécdota, Thiago —mantener la voz baja me costó—. Y menos cuando tengo alrededor a mi hermano y a mis amigos que no saben una palabra de vuestro mundo. —Lo sé —admitió—. Y sé que no quieres que te diga cómo actuar. No vengo a eso. —Bien, porque no lo iba a permitir. Se acercó medio paso, manteniendo espacio. —Te vi sentada sobre él... —Izan es mi amigo. Punto. —No cuestiono lo que sientes por él —su mirada no tembló—. Cuestiono lo que sentí yo. No lo manejo tan bien como debería, pero aprenderé. Eso sí me dejó sin réplica por un segundo. —Aprende rápido —dije—. Porque yo no voy a vivir con alguien marcando con quién me siento y con quién no. —Solo quiero cuidarte.—Dijo. —A mí me cuida quien yo decido. Y, ahora mismo, decido esto: no vuelvas a besarme sin permiso. Vi el golpe en sus ojos. No para herirlo; era una regla. La mía. —De acuerdo —aceptó, sin excusas. —Voy a llevarme a mi hermana a casa —anunció Jack, acercándose de nuevo. —Es lo mejor —asentí—. Tengo que ordenar muchas cosas. Thiago no se movió. —Quiero pedirte algo. Jack resopló. —Mal momento para pedir. —No te lo estoy pidiendo a ti —Thiago fijó mis ojos—. A ella. Crucé los brazos. —Pide. —No me esquives —dijo, y por un segundo sonó solo a un chico buscando un hueco, no al alfa que sostiene manadas—. Si necesitas distancia, dimelo. Pero no te alejes. Jack iba a saltar, lo vi venir. Le toqué el antebrazo. —Tranquilo. Me volví hacia Thiago. —No te voy a esquivar si cumples lo que acabas de prometer. Respeto. Si fallas, me aparto. Si cumples, hablamos. —Cumpliré. —Y otra cosa —apreté los labios—. No vuelvas a presentarte así en el insti. Ni a arrastrarme del banco. No soy un trofeo ni un desafío. —No volverá a ocurrir —repitió. Kyleigh cruzó la verja en ese momento, apurada, con el móvil en la mano. —Thiago —dijo, bajito—. Papá llama. Él respiró hondo y asintió. A mí me sostuvo la mirada un segundo más. —¿Puedo…? —alzó el dedo, pidiendo permiso para acercarse un paso. —Un paso —concedí. Se acercó lo justo para que solo yo oyera: —Dímelo claro: ¿quieres que desaparezca de tu vida? Podría haber dicho “sí” y terminar con la presión. Podría haber dicho “no” y abrir una puerta que da vértigo. Tenía la respuesta clavada en la lengua y el corazón tirando de otro lado. —Yo… —empecé. Detrás, Jack levantó las llaves. —Leanne, nos vamos ahora. Mis ojos siguieron anclados a los de Thiago. Él esperó. No apretó. No invadió. Esperó. Y ahí entendí que el problema no era solo lo que él sentía, sino lo que yo no quería nombrar todavía. —Te escribo esta noche —logré decir, afónica. Di un paso hacia atrás. Jack se colocó a mi lado, una barrera que conozco desde siempre. Kyle tocó el brazo de su hermano con un gesto breve de “ya”. —Hasta luego, Leanne —dijo ella, suave, sincera. —Hasta luego. Jack y yo nos giramos. Avanzamos unos metros en silencio, el coche n***o detrás, la verja del insti delante. Sentí el móvil vibrar en el bolsillo. Ni siquiera miré. —¿Quieres que lo lleve yo? —preguntó Jack, señalando mi bolso, su manera rara de decir “te sostengo”. —Puedo —respondí. —Sé que puedes —dijo. Respiré. Aiko e Izan nos hicieron un gesto de “mensaje luego”. Asentí con la barbilla. —Jack… —empecé. —¿Sí? Tragué. Tenía la frase a medio armar, tan lista para salir como para romperse: “Thiago es…”, “yo siento…”, “esto duele y no sé por qué”. Abrí la boca para elegir una, cualquiera. Y entonces el móvil volvió a vibrar. Dos veces. Una notificación encima de otra. El nombre en la pantalla me cortó la voz justo cuando iba a pronunciarla. “No tardes. —T.” Me quedé quieta, clavada en la acera, la respuesta atascada en la garganta. —Lea —dijo Jack, intentando leer mi cara—. ¿Qué vas a hacer? Abrí la boca. La cerré. Inspiré. El pulso en la muñeca todavía marcaba el lugar donde él me había sujetado. —No lo se.
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