La mañana olía a café y tostadas. Sonaba tan normal que dolía. Me senté a la mesa, todavía con el pelo enredado, y fingí que la noche anterior no había existido. Jack hojeaba un cuaderno como si estudiar fuera lo más natural un viernes de verano, y mamá rellenaba el termo para llevar al hospital. Papá estaba apoyado en la encimera, mirando el móvil demasiado serio para la hora que era. —¿Dormiste? —preguntó mamá, sin alzar mucho la vista. —Más o menos. —Me serví zumo. Jack me estudió de reojo. Él sabía que “más o menos” en mi idioma significaba “cero”. Iba a soltar un comentario, pero papá dejó el móvil a un lado y se aclaró la garganta. —Tenemos que hablar. Tres palabras que nunca anuncian nada bueno. Lo miré fija, luego a mamá. Ella apretó el termo con demasiada fuerza. —¿De qué? —

