Dos horas antes de la esperada llegada de Annika, la casa de Ramón, su padre, era un remanso de tranquilidad. La cena se estaba preparando con la normalidad de cualquier otro día, ya que Annika, a pesar de ser la invitada, no era una extraña en la casa como para justificar un despliegue extraordinario. Sabine, quien había asumido el papel de señora de la casa, dirigía la organización con una eficiencia enérgica, dando órdenes a diestra y siniestra. Para añadir a la peculiaridad de la situación, la enfermera de la madre había asumido el papel de ama de llaves, manejando los asuntos domésticos con una destreza inesperada. Mientras tanto, en su dormitorio, Úrsula estaba sumida en un dilema de moda. Chillaba de frustración, incapaz de elegir un atuendo que pudiera eclipsar a Annika. Para com

