Lena llegó a su casa, el corazón latiendo con una mezcla de furia y dolor. No podía asimilar cómo Christoph, el hombre que le había prometido el mundo, podía cambiar tan drásticamente después de una semana que parecía sacada de un cuento de hadas. Se sentía abandonada, una flor marchita en el jardín de sus propias ilusiones.
“Todo por esa mujer,” murmuró con desdén, “pero no pienso ceder. Christoph ha sido el dueño de mis suspiros por demasiado tiempo.”
Esa noche, mientras la luna se asomaba por la ventana, Lena se acostó, su mente, un torbellino de emociones y estrategias. Sabía que debía actuar con cautela, adoptar una postura de paciencia y sumisión, al menos por ahora. En el fondo, una parte de ella anhelaba que Christoph la buscara, que la deseara como antes.
Pero la realidad era m
