Elena asintió, ayudando a Annika a quitarse el vestido. Mientras lo hacía, no pudo evitar sentir una punzada de tristeza. Annika siempre había sido una joven alegre y llena de vida, y verla tan abatida era desgarrador. Era tan madura y amable que permitía que la humillaran constantemente.
—No deberías dejar que las palabras de tu padre te afecten tanto —dijo Elena, tratando de consolarla—. Eres hermosa, Annika, y no hay nada malo en querer lucir bien.
Annika sonrió débilmente, agradecida por el apoyo de Elena.
—Gracias, Elena —dijo—. Pero creo que mi padre tiene razón. Esta noche es para Úrsula, y no debería hacer nada para opacarla. Por favor, no le digas nada a mi madre, si ella te pregunta dile que me divertí mucho y me miraba preciosa.
El ama de llaves, que había estado observando en silencio, finalmente habló.
—Señorita Annika —dijo con voz suave—. No creo que estuvieras tratando de opacar a tu hermana. Solo estabas siendo tú misma, y eso es algo de lo que nunca deberías avergonzarte.
Annika asintió, agradecida por las palabras de aliento. Decidió que, aunque se cambiara de ropa, no permitiría que las palabras de su padre le quitaran la alegría de la noche. Después de todo, ella también era parte de la celebración, y tenía todo el derecho de disfrutarla a su manera. También deseaba ver a Christoph.
Con un suspiro, Annika se quitó el vestido y lo colgó cuidadosamente en su armario. Luego, se puso un vestido pasado de moda, más sencillo, uno que no atraería tanta atención. Aunque era menos llamativo, Annika se sentía cómoda y hermosa en él.
Elena la ayudó a arreglarse de nuevo, peinándole el cabello de otra forma y ayudándola a ponerse un par de pendientes sencillos. Cuando terminaron, Annika se miró en el espejo. Aunque su apariencia era más sencilla, todavía se veía elegante y hermosa.
—Estás lista —dijo Elena, sonriendo—. Vamos, que la fiesta te espera.
Annika asintió y, tomando el brazo de Elena, volvió al salón. Aunque su vestido era menos llamativo, todavía atraía miradas de admiración. Pero lo más importante, Úrsula, su hermana, brillaba como la estrella de la noche.
—Hermana, te ves hermosa. Ese color te favorece—dice Úrsula con sarcasmo e hipocresía, sabe que ese vestido es pasado de moda y cualquiera se daría cuenta.
—Gracias, disfruta tu momento, hermana. —Alejándose a un rincón del salón, tomo una bebida y mirada incansablemente hacia la entrada, pero él nunca llegó.
La fiesta continuó, con risas y música llenando el aire. Annika pasada de tragos, se unió a la diversión, bailando y riendo con los invitados. Aunque la noche había comenzado con una nota amarga, Annika decidió que no dejaría que eso arruinara su diversión. Después de todo, era una celebración, y ella estaba decidida a disfrutarla al máximo. Y así, a pesar de todo, la noche resultó ser una de las más memorables para Annika. No porque se vistiera como una princesa de cuentos de hadas, sino porque se permitió ser simplemente ella misma. Y eso, al final del día, era lo más importante. Aunque extraño que su falso novio no apareciera en la fiesta.
Al día siguiente, la soledad gobernaba la casa, todos estaban desvelados, Annika se levantó y fue a agradecerle a su madre por el gesto que tuvo. Le mintió diciéndole que lucio el vestido que le envió y le oculto el incidente. Le contó lo hermoso que estuvo la celebración y lo mucho que se divirtió.
La madre sonreía ante la versión de su hija, aunque ya conocía la verdad, Elena le ha contado todo, no podía ocultarle eso, y no solamente, sino también de la llegada de la amante, algo que Annika ignoraba.
—Hija, quiero que me prometas algo.
—Dime madre… —puso su cabeza en las débiles piernas de su madre.
—Si un día falto, y tú te casas con un buen hombre, llévate contigo a Elena, ella cuidará de ti en mi ausencia.
—Mami, que cosas dices, tú jamás me faltaras, ya te vas a aliviar.
—Es un decir, solamente prométemelo para estar más tranquila.
—Está bien mami, yo, Annika lo prometo.
—Gracias. Estoy más tranquila.
La enfermera entró y Annika sin sospechar nada, miro cómo la mujer inyectaba a su madre, sacándola a ella de ahí. Annika observó, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, cómo la enfermera salía de la habitación, dejando un silencio ensordecedor a su paso. La puerta se cerró con un suave clic, y Annika se quedó sola en el pasillo, con el eco de sus propios latidos resonando en sus oídos.
Se acercó a la puerta, apoyando la mano en la fría superficie. Podía sentir el miedo anudándose en su estómago, pero también una determinación feroz. No iba a dejar que su madre luchara sola.
Con un suspiro, se alejó de la puerta y caminó hacia la habitación. Necesitaba pensar, necesitaba un plan. Mientras se hundía en uno de los sillones que adornan su habitación, sacó su teléfono y comenzó a buscar información. No sabía contra qué estaba luchando, pero estaba decidida a averiguarlo.
La noche se deslizó lentamente, cada tic-tac del reloj en la pared parecía un martillo golpeando su pecho. Pero Annika no se movería de allí, no hasta que tuviera respuestas.
Una hija luchando por su madre, armada solo con su determinación y la luz de la esperanza. Aunque el camino por delante era incierto, Annika sabía una cosa con certeza: no se rendiría sin luchar. Buscaba sangrado al toser, encontró varias razones. Quería saber todo de la enfermedad de su madre.
Annika no tenía claro qué estaba sucediendo. Su padre siempre había sido un hombre de pocas palabras, no obstante, siempre había mostrado amor y respeto hacia su madre. No podía imaginar que él le hiciera daño.
Quizás su padre estaba simplemente preocupado y estaba haciendo todo lo posible para ayudar a su madre en su lucha que aumento las dosis. Tal vez estaba trabajando con los médicos para encontrar el mejor tratamiento, o tal vez estaba buscando una segunda opinión médica. Podría estar lidiando con su propio miedo y preocupación de la única manera que sabía hacerlo.
Annika decidió que necesitaba hablar con su padre, obtener respuestas directamente de él. No quería hacer suposiciones o dejar que su imaginación se desbocara. Después de todo, la familia es un equipo, y en tiempos de crisis, es importante que todos estén en la misma página.
—Padre, ¿podemos hablar? —toca la puerta que abre el estudio de su padre.
—Estoy ocupado. Habla rápido.
—¿Por qué le cambiaste el medicamento a mi madre?
—¿Qué dices? Es el mismo.
—Mire las pastillas y no son las mismas. Soy muy observadora. —el padre se pone las manos deteniendo su quijada, ella ya llamó su atención.
—¿Qué estás insinuando?
—Nada, solamente quiero saber el motivo.
—No te importa, no es de tu incumbencia.
—Es que mi madre en vez de mejorar está empeorando, es mejor que la vea otro médico.
—No te entrometas en esto. Mejor ve a elegir un vestido, ya que este fin de semana te casas.
—¿Qué? ¿Estás bromeando, padre? —eso no lo esperaba.
—Me ves cara de payaso. Ya llegué a un arreglo con Christoph. Él está de acuerdo.
—Apenas lo he visto dos veces.
—Que importa, esas dos veces se han caído bien, eso es suficiente.
—¡No puedo creer lo que estoy escuchando! —exclamó Annika, su voz temblaba de incredulidad y furia—. ¿Cómo puedes tomar decisiones tan importantes sobre mi vida sin siquiera consultarme? ¡Esto es mi vida, padre, no la tuya!
—Annika, no tienes opción en este asunto —respondió su padre con frialdad—. Christoph es un buen partido. Su familia es respetable y tiene una buena posición. Te cuidará.
—No se trata de eso, padre —replicó Annika, las lágrimas amenazaban con desbordarse de sus ojos—. No puedes simplemente venderme como si fuera una mercancía. Tengo derecho a elegir con quién quiero pasar el resto de mi vida. Y en este momento, mi prioridad es la salud de mamá, no un matrimonio arreglado.
—Ya he tomado mi decisión, Annika —dijo su padre, su voz era firme y no mostraba signos de ceder.