Los días pasaron en una especie de equilibrio inestable. Alejandro y Zouse cumplían con sus tareas y mantenían la cordialidad en público, pero bastaba un solo gesto o comentario para que la tensión latente surgiera, casi palpable. Las miradas entre ellos eran como cuchillos, y yo sentía que cada palabra, cada gesto, estaba bajo escrutinio.
Una tarde, mientras estaba revisando unos documentos en mi escritorio, recibí un mensaje de Zouse. Era directo y sin rodeos: "Nos vemos en el bar de la esquina cuando termines. Quiero discutir una idea para el proyecto."
Sabía que Alejandro desaprobaría esa reunión, y esa misma noción me impulsó a aceptar. Quería entender hasta dónde estaba dispuesto a llegar Zouse y, si había alguna manera de obtener ventaja en esta competencia, no pensaba desperdiciarla.
Al llegar al bar, lo encontré sentado en una mesa junto a la ventana, con una copa de vino en la mano. Me recibió con esa sonrisa suya, pero había algo en sus ojos que me hizo desconfiar.
—¿Esperando a alguien más? —pregunté, tomando asiento frente a él.
—Solo a ti, Anny. Aunque, si quieres invitar a Alejandro, puedo soportar su presencia… por un rato.
—Prefiero que dejemos a Alejandro fuera de esto. Dijiste que querías discutir el proyecto.
Él asintió, aunque parecía más interesado en observarme que en hablar de negocios.
—Es curioso cómo trabajas. Tienes un aire de independencia que no es fácil encontrar en este lugar. No eres como los demás empleados de Blanca… eres especial.
No sabía si debía sentirme halagada o recelosa, pero no dejé que su juego me desconcentrara.
—Zouse, si me invitaste aquí para halagarme, estás perdiendo el tiempo. No vine a escuchar tus cumplidos.
Él sonrió, divertido.
—Muy bien, directo al grano. Quiero proponer un enfoque diferente para el proyecto, algo que dejaría a Alejandro… fuera de balance. Ya sabes, darle una lección de humildad.
Lo miré, intentando descifrar sus intenciones. Sabía que Zouse no estaba interesado en el proyecto en sí, sino en desestabilizar a Alejandro. Y, aunque la idea de verlo caer de su pedestal me resultaba tentadora, también sabía que meterme en medio de su rivalidad era peligroso.
—No vine aquí para elegir un bando —respondí, manteniendo mi tono firme—. Si tienes una idea que pueda beneficiar al proyecto, la escucho. Pero no me voy a prestar a tus juegos personales.
Él pareció sorprendido por mi respuesta, pero no se desanimó.
—Es bueno saberlo. Solo espero que Alejandro no te lastime en el proceso. Ya sabes cómo es… egoísta, arrogante, y… —hizo una pausa, acercándose un poco más—, un tanto obsesivo.
En ese momento, su cercanía me hizo sentir incómoda, pero al mismo tiempo me despertó una inquietud que no sabía cómo manejar. Podía ver que Zouse estaba jugando, empujándome a tomar una decisión que no quería tomar.
—Gracias por el consejo, pero creo que puedo manejar a Alejandro.
Me levanté, dispuesta a poner fin a la conversación, pero antes de que pudiera irme, él me sujetó suavemente por la muñeca.
—Anny, ten cuidado. Alejandro no es el tipo de persona que cede fácilmente.
Lo miré, y por un segundo, vi algo de preocupación genuina en su mirada. Pero sabía que, con Zouse, nada era tan simple.
Esa misma noche, mientras revisaba unos informes en la oficina, sentí una presencia tras de mí. Alejandro estaba en la puerta, observándome con una expresión seria, aunque sus ojos tenían esa chispa de intensidad que me desconcertaba cada vez más.
—¿Cómo te fue con Zouse? —preguntó, su voz baja y cargada de algo que no lograba descifrar. ¿Era celos? ¿Desconfianza?
—Tuvimos una conversación profesional. ¿Algún problema con eso? —respondí, enfrentándolo.
Él soltó una risa amarga.
—¿De verdad crees que Zouse tiene buenas intenciones? Solo está jugando contigo, Anny.
—¿Y tú no? —espeté, cruzando los brazos—. Desde que llegué, has estado en esta especie de… competencia con él, y yo soy la que queda en medio.
Alejandro dio un paso adelante, acercándose hasta que casi pude sentir su respiración. En sus ojos había algo que no había visto antes, una mezcla de furia y… ¿deseo?
—Escúchame bien, Anny. No soy un santo, pero cuando quiero algo, no dejo que nadie interfiera.
—¿Y qué es lo que quieres, Alejandro? —pregunté, mi voz apenas un susurro, desafiándolo a admitir lo que ambos sabíamos.
Sin pensarlo, él me tomó del rostro y me besó. Fue un beso intenso, cargado de todo ese deseo reprimido, y aunque una parte de mí quería resistirse, otra, más fuerte, cedió sin pensarlo dos veces.
Cuando nos separamos, ambos estábamos sin aliento. Él me miró, con esa mezcla de arrogancia y ternura que solo él podía tener.
—Quiero que entiendas algo, Anny. Si estás cerca de Zouse, es porque yo te dejo. Pero no quiero verte jugando con fuego.
No respondí. Solo me quedé mirándolo, sabiendo que había cruzado una línea que no tenía vuelta atrás, y que, sin importar lo que pasara, ya estaba atrapada en su juego.