Mateo no era un hombre débil. Jamás lo había sido. Por dentro podía estar lleno de conflictos, pero eso no significaba que alguien tuviera el derecho de intimidarlo. Apoyó las manos sobre el mesón de la sacristía, y mientras las palabras del mensaje seguían resonando en su mente, mordió su labio con tanta fuerza que un sabor metálico llenó su boca. Tragó la sangre sin inmutarse, y después, en un impulso de rabia, golpeó el mesón con el puño cerrado. —Vamos a ver quién es más poderoso —murmuró entre dientes, con un gruñido que reverberó en la soledad de la sacristía. Sacó el celular del bolsillo y miró nuevamente el mensaje, la foto, las palabras venenosas que parecían diseñadas para desarmarlo. Su mente empezó a trabajar con rapidez, hilando posibilidades. No necesitaba pensar dema

