El miércoles por la mañana, la oficina de Ethan Pierce no era un lugar de trabajo; era una prueba de resistencia psicológica. Mi atuendo de pantalón de traje azul oscuro y camisa marfil era una armadura insuficiente contra la resaca emocional del encuentro en el garaje. Mi único objetivo era contar los minutos hasta las seis, escapar, y cambiar mi uniforme de sumisión por el vestido de mi desafío.
Ethan llegó a su oficina media hora después, sin saludar, y la pared de cristal se volvió inmediatamente opaca. Era su forma de aislarse, pero también de recordarme que estaba allí, observándome en un silencio punitivo. La tensión entre nosotros era un tercer ocupante en la sala, denso y respirando.
Mi concentración estaba en punto de quiebre. Cada clic de mi teclado era una distracción de mi propia mente, que reproducía el recuerdo de su mano junto a mi cabeza, su aliento en mi oído.
El primer encuentro ocurrió a las diez y media. Mi intercomunicador emitió un pitido silencioso: "Carter, necesito la lista final de asistentes a la Gala del Centenario, con las reservas de hotel confirmadas. Y trae tu portátil."
Llevé mi portátil y la lista. Al entrar en su oficina, él estaba de pie, con las mangas de su camisa blanca remangadas hasta los codos. La visión de sus antebrazos tensos, su musculatura firme, era una distracción tan potente que tuve que concentrarme en la punta de mis zapatos para no mirarle a la piel.
—Aquí está la lista, señor Pierce.
Él se movió a mi lado, posando su mano sobre la tapa de mi portátil, deteniéndome antes de que pudiera alejarme. Su cercanía era un castigo. Sus ojos grises, fijos en los míos, eran gélidos, pero había una fisura en el hielo.
—¿Te vas a cambiar de ropa para la reunión con Daniel esta noche? —Su voz era baja, un gruñido. No era una pregunta, sino una manifestación de celos.
—Señor Pierce, mi atuendo personal para eventos fuera de la oficina no es de su competencia. La reunión con Daniel Hayes es a las ocho —respondí, sintiendo cómo la adrenalina nublaba mi juicio.
Él sonrió, una media sonrisa brutal. —La reunión es a las ocho y te vas a las seis. Dos horas, Carter. Dos horas para transformarte de mi eficiente asistente en... la distracción de mi mejor amigo.
El comentario me dio una bofetada.
—Estoy ansiosa por cerrar la jornada, señor.
—Daniel Hayes es mi mejor amigo, Alice —dijo, apoyándose en el escritorio, invadiendo mi espacio—. Él es mi conciencia, el único que me ha visto caer y levantarme. Por eso es peligroso. Él conoce todas mis debilidades. Y la debilidad que está usando ahora, la que tú representas, es la más potente.
—Él es un socio, señor. Confío en su profesionalismo —repliqué, luchando por mantener mi voz uniforme.
—Te equivocas. Él confía en mi lealtad, pero yo no confío en su moralidad. Daniel es un cazador nato, y su deporte favorito es aquello que está peligrosamente cerca de mí. —Su mirada cayó a mis labios—. La cena no es por negocios, Carter. Es una provocación. Te advierto. No dejes que te use como un peón en nuestro juego.
Regresé a mi escritorio con el corazón martilleando. La tarde se convirtió en un maratón de acoso pasivo. El intercomunicador sonó cada diez minutos: trivialidades sobre informes, correos electrónicos con preguntas que requerían respuestas en persona. Era un asfixiante ejercicio de poder, diseñado para que no pudiera concentrarme en nada más que en él.
A las dos de la tarde, la tensión alcanzó un nuevo pico. Llamé a su oficina para dejar un documento. Él no estaba en su escritorio. Estaba en la pequeña cocina ejecutiva, de espaldas, sirviéndose un café. El espacio era reducido, como la bóveda de Archivos, forzando la proximidad.
Me acerqué con cautela para llenar mi botella de agua.
—El informe de la fusión con West Corp está listo, señor.
Él se giró, bloqueando la salida de la cocina. Su cuerpo irradiaba un calor que contradicía el ambiente gélido de la oficina.
—El informe puede esperar. ¿Por qué estás tan inquieta hoy? —Su voz era suave, casi un susurro.
—Estoy concentrada, señor. El informe es crítico.
—El informe no tiene nada que ver. Es Daniel. Estás nerviosa por la cena —dijo, su mano se posó en el mostrador, justo al lado de mi botella.
—No tengo razones para estar nerviosa.
Él sonrió, esa media sonrisa brutal que conocía. —Sí, las tienes. Porque sabes que él te quiere y sabes que yo no te voy a dejar. Es simple. Ambos sabemos que has pasado el día calculando el tiempo exacto que te tomará llegar a tu apartamento para transformarte en la mujer que va a encenderle la sangre a mi mejor amigo.
Me quedé helada. En ese instante, él lo había dicho en voz alta. Había cortado el juego. La tensión s****l en la pequeña cocina era tan espesa que casi se podía mascar.
—Si no hay nada más, señor Pierce...
Él no se movió. Simplemente me observó, sus ojos grises llenos de una posesividad oscura.
—Asegúrate de que no haya alcohol en tu aliento cuando vuelvas mañana, Carter. No quiero confusiones sobre quién está a cargo.
La amenaza era clara: él no quería que yo me divirtiera, que me relajara, que me acercara a Daniel. Su control se extendía hasta el tejido de mi vida privada. Salí de la cocina con el corazón palpitando en mi garganta.
A las cinco y cincuenta y ocho, anuncié mi salida.
—Me voy a casa, señor Pierce.
El cristal de su oficina se hizo transparente. Él estaba de pie junto a la ventana, con un vaso de cristal de whisky en la mano (un acto tan inusual en la oficina que me confirmó que había perdido el control).
—Que te diviertas, Carter —dijo, y por primera vez, me miró de pies a cabeza.
—Gracias, señor.
—Una cosa más. —Su voz se detuvo en el aire—. No te demores. Si me entero de que esa cena se prolonga más allá de la medianoche, voy a tomar el coche y no voy a preguntar a dónde vas. Voy a ir por ti.
La amenaza no era vaga; era la promesa de un secuestro inminente. Salí de la oficina, sintiendo sus ojos en mi espalda, sabiendo que esa noche, la cena con su mejor amigo, Daniel, sería el detonante final de la obsesión que nos estaba consumiendo a ambos. La confrontación en el garaje no fue el final; fue solo el calentamiento. Ethan Pierce estaba en un camino de colisión, y yo estaba en su mira.