Harper se quedó inmóvil. Esa confesión, tan desnuda, le cortó el aire. Y antes de que pudiera responder, Liam la besó.
No fue un beso de prueba, ni uno contenido como el de la tarde anterior. Fue un beso lleno de urgencia, de necesidad, de todo lo que había estado reprimiendo. Harper lo respondió con la misma fuerza, aferrándose a su camisa como si él fuera la única ancla en medio de la tormenta.
Cuando llegaron a la cama, no hubo espacio para dudas. Sus cuerpos hablaron lo que las palabras no podían: deseo, rabia, ternura disfrazada. Harper lo dejó entrar, no solo en su piel, sino en un rincón de sí misma que había jurado mantener cerrado.
Horas después, cuando el mar ya estaba en calma, ella descansaba sobre su pecho, escuchando el ritmo irregular de su corazón.
—Esto no cambia nada, Liam —susurró.
—Lo cambia todo —respondió él, acariciando su cabello.
Harper no contestó. Pero sabía que, aunque quisiera negarlo, tenía razón.
El regreso a la ciudad fue inmediato. Apenas pusieron un pie en la entrada de Ashford Enterprises, la prensa los rodeó como una ola desbordada.
—¡Harper! ¿Es cierto que el matrimonio fue arreglado?
—¡Señor Ashford! ¿Qué opina de las fotos en la playa?
—¿Están esperando un hijo para cumplir la cláusula del testamento?
Los flashes eran cegadores. Liam rodeó los hombros de Harper con un gesto protector y la guió hasta el interior del edificio. Ella se dejó llevar, aunque odiaba la sensación de ser observada como un trofeo.
En la sala de juntas, el consejo ya los esperaba. Nicholas estaba allí, sentado con su sonrisa insolente.
—Vaya, vaya… —dijo con voz melosa—. Parece que el viaje fue todo un éxito. Las fotos son preciosas. Casi convencen a cualquiera de que esto es real.
Liam lo fulminó con la mirada.
—¿Crees que puedes jugar con nosotros como si fuéramos peones en tu tablero?
—No lo creo —replicó Nicholas, acomodándose la corbata—. Lo sé.
Harper apretó los puños bajo la mesa. Por primera vez, sintió que el peligro no era solo para la empresa. Era para ellos. Para lo que estaban empezando a construir.
Y supo que, a partir de ese momento, ya no podían permitirse cometer un solo error más.
—Solo te advierto una cosa, Nicholas —Liam señaló a este hombre con rabia —si mi esposa sale perjudicada por tu maldita ambición, ten por seguro que el infierno te va a saber a gloria, ¿Entendiste?
—Me conmueves, Ashford. Te has metido tanto en el papel de esposo que incluso te lo estás creyendo, pero desde ya te digo que tu falsa angustia no me va a hacer dudar. Porque sé bien que ustedes dos solamente se encuentran casados por conveniencia y no por otra cosa, pronto van a anunciar el divorcio y ahí todos van a saber que yo tenía la razón.
La mansión en el Upper East Side estaba en silencio cuando regresaron. Harper se quitó los tacones apenas entró, dejando escapar un suspiro que llevaba guardado desde la sala de juntas. Liam cerró la puerta y la observó mientras dejaba su bolso sobre la consola.
—Estuviste impecable hoy —dijo él al fin.
Harper giró despacio, arqueando una ceja.
—¿Eso es un cumplido o un informe ejecutivo?
Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Liam.
—Es un reconocimiento. Los socios te escucharon, Harper. Y Nicholas no lo esperaba.
Ella lo observó en silencio unos segundos. No quería admitirlo, pero había algo en su voz, en esa honestidad desnuda, que la conmovía.
—No lo hice por ti —respondió finalmente—. Lo hice porque no pienso dejar que me borren de algo en lo que ya estoy metida hasta el cuello.
—Lo sé —dijo Liam, acercándose un paso más—. Y no sabes cuánto lo valoro.
El aire se volvió denso. Harper retrocedió un poco, girando hacia la escalera.
—Necesito descansar. Fue un día largo.
—Lo sé —repitió él—. Pero si quieres… cenamos juntos mañana aquí. Solo tú y yo.
Ella dudó, luego asintió con la cabeza sin mirarlo.
—Está bien. Pero nada de agendas ni contratos sobre la mesa.
Al día siguiente, la calma duró poco. Apenas Harper entró en la torre Ashford, se encontró con un correo oficial del consejo. Viaje conjunto a Miami para asistir a una convención internacional de inversiones. Tres días. Un itinerario compartido. Un mismo hotel.
Harper cerró el correo con un nudo en el estómago. Cuando entró en la oficina de Liam, lo encontró ya revisando la misma notificación.
—Supongo que esto responde a la pregunta de “cómo demostramos convivencia” —dijo ella, cruzándose de brazos.
—Miami es solo el inicio —replicó Liam—. Si Nicholas insiste en poner el matrimonio en duda, el consejo va a querer vernos juntos en cada paso.
—Perfecto —respondió Harper, con voz serena—. Entonces será mejor que empieces a practicar cómo se ve un esposo enamorado.
Él levantó la mirada hacia ella, con un destello peligroso en los ojos.
—Y tú cómo se ve una esposa que no me quiere matar cada vez que me acerco.
Harper sonrió apenas.
—Tienes razón. Va a ser todo un reto.
El silencio se quedó flotando entre ellos, cargado de algo que ninguno quiso nombrar.
Por primera vez, Liam no veía el viaje como una estrategia corporativa. Lo veía como una oportunidad. Y Harper, aunque no lo admitiera en voz alta, también.
La mesa del comedor de la mansión estaba preparada con sencillez. Un par de velas bajas, vino tinto, pasta fresca. Nada de chefs ni asistentes. Liam había insistido en cocinar él mismo, aunque Harper lo había mirado con incredulidad cuando lo vio entrar en la cocina con un delantal.
—No pensé que supieras hervir agua —dijo ella, divertida.
—No lo sabía. Lo busqué en YouTube —replicó él, con una sonrisa torcida.
La cena no fue perfecta, pero el gesto importaba más que el sabor. Entre risas contenidas y silencios menos incómodos de lo habitual, Harper sintió algo distinto. Como si por un instante, en esa mansión demasiado grande, fueran solo un hombre y una mujer intentando encontrarse.
Después de la cena, Harper recogió las copas y se acercó a la terraza. Liam salió detrás de ella con la chaqueta en la mano.
—Hace frío —murmuró, colocándosela en los hombros.
—Gracias. —Ella lo miró de reojo—. ¿Qué estás intentando, Liam?
—Entenderte —respondió él sin titubear.
Ella no supo qué contestar. Se limitó a sostenerle la mirada. Esa vulnerabilidad en él era un arma peligrosa. Y lo sabía.
Dos noches después, Harper y Liam asistieron juntos a una cena de gala en Manhattan. Era una antesala de la convención en Miami, un evento menor, pero con suficiente prensa y socios como para que la pareja Ashford tuviera que mostrarse impecable.
Harper llevaba un vestido n***o elegante, de seda, que caía como una segunda piel. Liam no podía apartar los ojos de ella, aunque lo disimulaba tras su copa de whisky.
La velada transcurría con normalidad hasta que un hombre alto, cabello castaño y sonrisa confiada, se acercó a Harper mientras Liam conversaba con un socio.
—Espero que me disculpes —dijo el extraño, inclinándose hacia ella—, pero tenía que decirlo. Luces espectacular esta noche.
Harper arqueó una ceja, sorprendida.
—Gracias —respondió con educación, aunque con distancia.
—Soy Daniel Green —continuó él, ofreciéndole la mano—. Inversionista. ¿Crees que me permitirías invitarte a un trago después de este evento?
Antes de que Harper pudiera responder, una sombra se interpuso.
—Ella ya tiene compañía —la voz de Liam sonó grave, casi amenazante.
Daniel lo miró con descaro.
—Oh, claro… Pero no veo el anillo de compromiso.
Fue suficiente. Liam no pensó. No midió. Su puño se estrelló contra el rostro de Daniel en un movimiento rápido, seco, que dejó al salón entero en silencio.
El inversionista cayó hacia atrás con la nariz sangrando. Algunos asistentes gritaron, otros sacaron sus teléfonos.
—¡Liam! —exclamó Harper, sujetándolo del brazo—. ¿Qué diablos hiciste?
Él la miró, respirando agitado, la mandíbula apretada.
—Defender lo que es mío.
Los flashes comenzaron a dispararse en todas direcciones. La escena ya no era un evento privado. Era un escándalo más para los titulares.
Harper lo arrastró fuera del salón, con el corazón latiendo a mil.
—¡¿Estás loco?! —le gritó en cuanto estuvieron en el pasillo vacío—. ¡Acabas de darle un espectáculo a todos!
Liam no se disculpó. No podía.
—No voy a quedarme quieto viendo cómo otro hombre se atreve a coquetear contigo.
Harper lo miró, todavía con la adrenalina en las venas.
—No necesito que me defiendas con los puños, Liam. Además, tengo que decir que él no dijo nada fuera de lugar, no entiendo tu actitud.
El silencio cayó entre ellos, más fuerte que los murmullos que ya se escuchaban detrás de las puertas del salón.
Por primera vez, Liam entendió que sus celos podían costarle caro. Y Harper comprendió que, aunque lo negara, él ya no podía ocultar lo que sentía.
El vuelo de regreso a Nueva York había sido tenso. Harper no le dirigió más de tres frases a Liam durante las horas en el aire, y él no intentó forzar nada. Ambos sabían que lo que había ocurrido en la gala —el puñetazo, los flashes, la humillación pública— había cruzado una línea.
Al aterrizar, el chofer los esperaba en la pista privada. La limusina los llevó directo a la mansión. El silencio los acompañó hasta que cruzaron el portón. Pero al entrar, se encontraron con algo que ninguno esperaba.
En la sala principal, sentado con una bolsa de hielo en la nariz, estaba Daniel Green, el mismo hombre al que Liam había golpeado dos noches antes.
Harper se detuvo en seco.
—¿Qué…?
Antes de que pudiera terminar la frase, la voz de Eleanor resonó desde la cabecera de la sala.
—No te alteres, querida…