3. Perseverancia

2847 Words
5 meses después... Lágrimas recorrían el rostro de Serena sin poder evitarlo, mordía su labio inferior con fuerza, al punto de empezar a lastimarlo. Ella tenía sus manos a los lados de su cuerpo apretando intensamente las sábanas que cubrían su cama. Erick volvió a estirar la pierna derecha de Serena y aquel dolor que le atravesó cada fibra fue calmándose lentamente, por lo que ella fue exhalando despacio, a medida que las molestias se disipaban. —¡Alto! ¡La estás lastimando! ¡Le duele! Ya está bueno por hoy —exclamó Hannah, alterada, interrumpiendo los ejercicios. —Señora Williams, apenas estamos empezando con la sesión —contestó el fisioterapeuta. —¡Mamá! Estaré bien —objetó Serena—. Puedo hacer esto, sé que soy capaz —insistió cuando se limpió las lágrimas y la nariz con sus manos desnudas. —No puedo tolerar ver cómo te retuerces de dolor. —Entonces, déjame sola con Erick. No es necesario que estés presente —sugirió reuniendo toda la calma que pudo para hablarle y no herirla con el mal humor que esto le generaba. Sin embargo, Hannah arrugó la cara ante las palabras de su hija, con cierto disgusto. —Por favor, mami... —pidió en un susurro. —Está bien, Serena. Estaré por aquí cerca por si me necesitas. —Gracias... Hannah se dispuso a salir de la habitación, mirando a Erick de reojo, recelosa, hasta que salió de ella. Él se quedó en silencio revisando su equipo de trabajo sin prestarle mucha atención. —Vaya, tienes una verdadera mamá gallina —comentó Erick después de que Hannah salió. —Así es, desde el accidente mis papás están más sobreprotectores de lo normal —agregó ella con resignación. Erick hizo un gesto de pesar y empezó a masajear la pierna izquierda de Serena. —¿Vamos con la otra pierna? —ella asintió y apretó sus ojos como si estuviera a punto de recibir un golpe—. Sé que duele mucho, pero es un buen indicio que sientas dolor... —Lo sé Erick, por eso trato de aguantar todo lo posible. Por favor, háblame de otra cosa para tratar de distraerme —el sonrió plácidamente, admiraba su determinación— ¿Cómo sigue tu hermana? Me contaste hace unos días que se sentía muy mal. —Pues, querida, te cuento... —él masajeó un poco más la pierna de Serena y comenzó a doblarla lentamente— tendré a mi primer sobrino. Resulta que todos aquellos patatús eran por su embarazo de 12 semanas. Serena puso su torso muy rígido y nuevamente sus lágrimas empezaron a brotar debido al dolor intenso, era tan agudo que lo sentía en todo el cuerpo. —¿Qué te parece? —¡Guau! Felicidades, Erick —dijo con dificultad y la mandíbula apretada, mientras contenía la respiración—. Debes estar muy contento —una vez más, soltó el aire cuando él volvió a estirar su pierna. —¡Si! Lo estoy... Ando muy consentidor con mi hermana, a veces Dante se pone celoso porque ya no le presto atención y siempre estoy metido en casa de ella —él rio, dejando ver a la perfección sus resplandecientes dientes —Si quiere, se puede ir —bromeó, encogiéndose de hombro—, primero está mi hermana y mi sobrino... ése que mimaré muchísimo. —Awww, ¡qué lindo! Me derrites, quien te ve por ahí, no se cree lo adorable que eres. —No te enamores de mi, sabes cuáles son mis gustos —le advirtió con gracia. Serena soltó una risita burlona. —Presumido... —golpeó su antebrazo y él volvió a reír. —¿Preparada para un nuevo movimiento? Serena asintió y cerró nuevamente los ojos para esperar la flexión de la pierna. Habían transcurrido cinco meses desde el accidente de Serena. Luego de dos semanas de su despertar, fue sometida a una cirugía para alinear y fijar los fragmentos óseos de su pelvis, además, de otras intervenciones en sus piernas. Tan pronto como fue autorizado por los médicos, inició con fisioterapias; Erick fue el encargado de sus sesiones desde el inicio, pudiéndose crear una buena conexión y floreciendo de una gran confianza entre ellos. Diariamente y varias veces al día él asistía a la casa de los Williams para ayudarle en la rehabilitación de sus articulaciones. El esmero, la energía y la completa convicción de Serena de volver a caminar estaba asomando resultados positivos, el hecho de que tuviera sensibilidad en sus piernas resultaba ser una gran señal de que podría recuperar la movilidad de sus piernas, aunque no se sabía a ciencia cierta hasta dónde era capaz de llegar. El optimismo de ella lo era todo. Ese día era significativo, Serena empezarían a darle más movimiento a sus extremidades y a aplicar un poco de fuerza en sus terapias, era por ello que estaba sintiendo mucho dolor. Con el tiempo, y con los ejercicios contantes, ese dolor iría desapareciendo. Ella había estado esperando con entusiasmo e ilusión la llegada de ese día, no le importaba cuan fuerte fuera el dolor, tampoco qué tan exhausta pudiera quedar, Serena solo quería ir aumentando el ritmo y la intensidad de sus ejercicios. Ella tenía la certeza de que, de ese modo, poco a poco se acercaría a su objetivo, caminar. En cuanto a Aquiles y Hannah, ciertamente se habían convertido en unos padres aún más sobreprotectores de lo que eran habitualmente. En algunas ocasiones Hannah, quien estaba la mayor parte del tiempo con su hija, quería interrumpir algunas actividades por parecer “poco seguras” o "muy dolorosas para su gusto". Serena ya era una experta con la silla de ruedas, además, se había esmerado en aprender cómo ir al baño sola y a hacer algunas tareas de la vida cotidiana por sí misma; sin embargo, no le permitían hacerlas sin compañía, ni siquiera vestirse sola; tampoco salir y, si recibía las visitas de Emma, contantemente eran monitoreadas por Hannah, por si a Serena le faltaba algo, entre otras restricciones. Todo aquello la exasperaba, trataba de mantener la calma, pues entendía que eran padres preocupados por su bienestar, pero en algunas ocasiones no soportaba tanto resguardo y estallaba, necesitaba privacidad, necesitaba respirar, necesitaba trabajar en su independencia. Aquellas reacciones de molestia los sobresaltaban, ya que era una de esas facetas nuevas de su hija que les impresionaba. Aunque Serena estaba presentando unas muy lentas, pero esperanzadoras mejorías, sus padres seguían confiando en el diagnóstico de los médicos, el de sus casi nulas posibilidades de que pudiera volver a andar sobre sus piernas sin ayuda. Ellos lo aceptaron las palabras de los doctores como un destino ya escrito e irreversible. ... Aquella misma mañana, Serena decidió salir a escondida para visitar a Emma y luego planificar qué cosa hacían juntas, sabiendo que su amiga estaría libre ese día, anhelaba tener una vida lo más cercana a la normalidad o al menos algunas pocas horas. En mucho rato no había visto a su madre por los alrededores y su padre estaba trabajando, así que, se le ocurrió "echarse una escapadita", de ese modo, no tendría ojos vigilantes encima. En su silla de ruedas, se dirigió con sigilo hacia la entrada principal de la casa, movió la manilla de la puerta lentamente, abrió, verificó que no hubiera moros en la costa y salió sin hacer ruido. Una vez cerró la puerta emprendió una carrera en su silla hacia el auto, dándole movilidad a las ruedas con sus manos lo más rápido que podía, llevando una sonrisa triunfante en su rostro. Repentinamente se frenó, cuando notó la puerta del auto abrirse y su madre sacar sus piernas para bajar, su sonrisa se fue desvaneciendo. «¡j***r! ¡No es cierto! Que suerte la mía.» Se dijo a sí misma en un llanto interno. —¡Serena! ¿Qué haces aquí afuera? —cuestionó Hannah cuando terminó de salir del auto, seguida de Aquiles. —Princesa, ¿estás bien? —se acercó su padre y le dio un beso en la mejilla. —E-eeeh, si... Estoy bien, es solo que... —, mirando hacia todos lados. «Mejor di la verdad, sino, tendrás mucho remordimiento.» Penso. Le gustaba hacer las cosas correctamente y mentirles era todo lo opuesto. —Voy a salir un rato a casa de Emma. —Oh, haberlo dicho antes. Voy contigo —dijo Hannah de inmediato. —¡No! Quiero ir sola. —¡Serena! ¿Y si te pasa algo? Iré quieras o no. —¡Que no! —levantó la voz y frunció el ceño—. Quiero tener mi espacio, ya dejen de tratarme como una bebé, como una inútil, quiero tener una vida medio normal por lo menos. —¡Estás postrada en una silla de ruedas Serena! ¿Cómo puedes pretender tener una vida normal? —aseveró su madre con enojo. Serena abrió los ojos desmesuradamente, escuchar aquello le dolió, se apreció en esos ojos que se volvieron acuosos. Quedaba en evidencia lo que sospechaba, no creían en ella y su superación. —¡Hannah, basta...! —la detuvo su esposo, para que no continuara pronunciando palabras que, claramente, eran hirientes para Serena. Hannah obedeció—. ¿Estás segura de que puedes sola? —Si, papá —respondió en un hilo de voz con la cabeza gacha, algo decepcionada—. Yo puedo andar sola... —levantó su mirada, recogiendo sus trozos de esperanza—. Igual Gabriel me va a dejar en la puerta de la casa de Emma, como siempre lo han hecho los choferes desde antes de tener el accidente. Por favor, papá, necesito mi espacio. Aquiles observó esos ojos suplicantes a los que no podía resistirse. —Okey... Pero debes andar con sumo cuidado y si sientes molestias o lo que sea, te vienes inmediatamente o nos informas. ¿De acuerdo? Serena mostró una gran sonrisa de felicidad. Aquiles parecía más comprensivo. —Prefiero que Gabriel se quede a esperarte allá mismo, por si necesitas algo. De igual forma, mantén tu móvil cerca —intervino Hannah. —¡Si! Si, está bien —contestó Serena, contenta. ... En casa de Emma, Serena se sentía libre, reía a carcajadas de las ocurrencias y chistes sin restricciones que su amiga contaba, cosa que en su hogar no podía hacer con soltura. Pidieron pizza para almorzar, lo cual tampoco podía comer en su casa. Luego se recostaron en la cama de Emma a ver películas por un rato. —¿Estás disfrutando de tu día de escape de casa, pequeña Rapunzel? —¿Rapunzel? —preguntó Serena cuando dejó salir una risita. —Si, pareces la princesa que estuvo encerrada en una torre, salvo que tu estabas recluida en tu mansión. Te falta tener el cabello más largo —Serena le lanzó una almohada. —¡Tonta! Tienes mucha imaginación —recriminó con humor y suspiró—, pero si estoy pasándola muy bien, necesitaba esto... —habló con melancolía, su sonrisa se desvaneció. —Deberías hacerlo con más frecuencia, se te ve más alegre, tenía mucho tiempo que no te veía reír tan abiertamente. Sé que tienes una discapacidad reciente, pero no puedes estar toda la vida como un ave enjaulada, también sé que son padres que te aman mucho y sigues temiendo lastimarlos cuando expresas lo que realmente quieres —palmeó la mano de Serena—. Opino que es tu futuro y tu felicidad los que se marchitan. —Lo sé, estoy consciente de lo que dices... —aceptó con aflicción—. Pero es que, si vieras sus caras cuando me molesto... luego me arrepiento. —Supongo que es parte de tu nueva "yo" que trata de salir más seguido. En algún momento sabrás controlarlo. Serena la observó con curiosidad. —Vaya, ¿desde cuándo te volviste tan madura? —rio. —Siempre lo he sido —Presumió bromeando, al mismo tiempo que sopló sus uñas y las limpió con su blusa. —¡Oye! ¿Quieres salir un rato? —¿¡A dónde!? —preguntó impaciente— ¡No importa, claro que quiero! A dónde sea —se adelantó en responder antes de saber a dónde. —Calma pequeña Rapunzel, es solo al campus... Necesito buscar unos documentos para mi inscripción en la otra universidad. Después, debo ir por mi hermanito al colegio. —¡No importa! Quiero ir... ¡Te acompaño! —exclamó Serena entusiasmada. —Emmmm, te comportas como un niño que comió muchos dulces, ¿sabes? —agregó Emma divertida. A Emma le causó mucha gracia ver cómo Serena se comportaba, actuaba como si fuera la primera vez que salía de su casa, así como cuando tuvo su primer y único día en el campus; sin embargo, le hacía feliz verla tan eufórica y rozagante, pues, le daba la impresión de que estaba perdiendo su brillo en su propia casa a pesar de tener un gran optimismo por volver a caminar. ... Emma se inscribiría en su nueva carrera de Educación Especial, por lo que necesitaba con urgencia unos documentos dejados en la Universidad Central. Mientras Emma hacía sus diligencia, Serena anduvo por los alrededores cercanos a la oficina en donde estaba su amiga, detallando el lugar, conociendo lo que no había logrado apreciar el único día que estuvo allá y que también recordaba con melancolía. Después de un rato se acercó nuevamente a la oficina, empezaba a tener muchas ganas de orinar y necesitaría ayuda de Emma para poder ir al baño. Por fortuna, iba saliendo. —Listo, ya me desocupé y tengo lo que necesito... —abanicó triunfante una carpeta llena de documentos. —Excelente... —Serena se mordió los labios algo apenada— te pido que me acompañes urgentísimo al tocador, por favor... tomé mucha gaseosa. ¿Puedes? —¡Oh! ¡Por supuesto! Te hice esperar mucho, lo siento —empezó a rodarla en su silla rápidamente—. Vamos a los baños que están cerca de la biblioteca, a estas horas están muy solos y son los más limpios. Sería más cómodo para ti. —De acuerdo, gracias Em... Emma conducía a Serena, apresuradas; sin embargo, cuando estaban cerca se detuvieron abruptamente al notar en la entrada del tocador una escena algo incómoda para sus vistas. Magnus y Stephanie se besanban apasionadamente, tocándose sin pudor y a punto de despojarse de sus vestimentas. Guardaron la distancia boquiabiertas por la osadía de ese par. —¿Q-qué no es... ? —Si, es el mismo pendejo maleducado que te empapó con su bebida. Fueron retrocediendo lentamente sin hacer ruido, ni llamar la atención. La pareja se metió en el baño sin percatarse de que los habían visto. —Okeeeey. Creo que es mejor ir a otro baño, Em... —se encogió de hombro— podría aguantar un poco más. —Buena idea —estuvieron de acuerdo y fueron a otro lugar, aun con expresiones de asombro. ... Después del campus fueron al colegio por Leonel, el hermanito de 5 años de Emma. Serena tenía su cabeza apoyada en el borde de la puerta del auto observando cómo pasaban los niños y a padres recogiendo a sus hijos, su mirada lucía perdida en el exterior. Fue entonces cuando recordó que era muy probable que no pudiera ser madre en un futuro. Le gustaban los niños, le iba bien con ellos, pero la vida le había dado un giro tan inesperado que cambió mucho lo que pudiera tener planeado. Esa realidad le provocó un nudo que estaba cerrando su garganta poco a poco. —Serena... Serena... —la sacudieron del hombro y salió de su trance. —¿Ah? —Parpadeó varias veces y se giró. —Leo tiene rato saludándote —recriminó Emma. Emma y su hermano estaban en el auto y ni siquiera se había percatado de cuándo subieron. —¡Lo siento! ¡Leo! ¿Cómo estás? —abrazó al pequeño. Él mostró su radiante sonrisa, haciendo que sus ojos se achinaran más de lo que ya eran. —¡Bien! —Balanceó su cabeza— ¿Puedo jugar con tu carro? —¡Por supuesto! En cuanto lleguemos a tu casa te lo presto. —¡Si! —continuó sonriente y abrazándola con una fuerza que no controlaba. Cada vez que se presentaba la oportunidad, Leo le pedía la silla de ruedas prestada a Serena para jugar, pues, la inocencia de un niño con Síndrome de Down supera la ignorancia de cualquier persona. Los pocos ratos que ella compartía con él, los disfrutaba, era un pequeño muy amoroso y tierno que la abrazaba a cada rato y ella lo complacía gustosa. Aquel día para Serena fue uno memorable después de muchos meses, pero se quedó algo pensativa con respeto al camino que tomaría en cuanto pudiera moverse por sí misma. Antes tenía muy claro que se haría cargo del negocio familia, desde pequeña se estaba preparando para eso, sin embargo, ahora tenía una serie de dudas y lo único que resonaba en su cabeza era la palabra "niñ0s".
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD