Las calles están vacías, como si el mundo entero me hubiera dado permiso para derrumbarme. Aprovecho esa tregua y me dejo caer, no al suelo, sino sobre mí misma. Gimoteo, al principio en silencio. Pero luego, como una presa que cede bajo presión, todo lo contenido estalla en lágrimas. No es la carta. La carta es solo la chispa. El verdadero incendio lo llevo por dentro: la culpa, la tensión constante, la sensación de ser un accidente que arrastra a otros. Lo de hoy, lo del autobús, fue solo el nuevo rostro de un viejo tormento que no deja de mutar. Siento que algo en mí se está deshaciendo, pero al mismo tiempo, quizás se está reordenando. El aire se ha enfriado. Me limpio la cara con la manga del pijama. Y entonces lo veo. Un perro. Pequeño, flaco, tan agotado como yo. Tiene pelaje c

