Dejé la mochila abierta, como si cualquier intento de cerrarla fuera una traición a ese impulso instintivo que me empujaba a revisar cada rincón de su interior. Pero mi atención ya no estaba en los compartimientos ni en los objetos cotidianos. Todo lo demás se esfumó cuando mis ojos se clavaron en aquel sobre que, hasta hace un segundo, yacía oculto entre libros, telas y papeles sin importancia.
Lo sostengo entre mis dedos como si fuera un fragmento de otro tiempo, un artefacto sagrado al que aún no me atrevo a profanar del todo. A simple vista, es un sobre común: blanco en su origen, aunque ahora amarillento por el paso inexorable de los años. No tiene logotipos, ni marcas visibles, ni símbolos que adviertan sobre su contenido. Pero hay algo... algo en su peso, en la forma en que la luz
