Una fuerte presión se instala en mi pecho, como si un peso invisible me aplastara con cruel determinación. Cada intento de respirar es casi en vano, como si el aire se negara a llenar mis pulmones por completo. Las lágrimas corren libres por mi rostro, implacables, incontenibles. No hay modo de detenerlas. Todo lo que puedo hacer es dejarme caer en la punta de la cama, abrazándome a mí misma en un intento desesperado de contener el dolor. Me cubro la cara con ambas manos, como si ocultarme pudiera hacer la angustia menos real, menos intensa. Pero el torbellino de emociones sigue ahí, desgarrándome desde adentro. La certeza de que no hay vuelta atrás se clava en mi pecho con el filo de una hoja cruel. No importa cuánto lo desee, cuánto lo implore… El destino ha hablado, implacable, irrevoc

