"¿Qué vas a hacer ahora?", me pregunto mientras el eco de esa voz interna resuena entre los latidos salvajes de mi corazón. La respuesta no llega como un pensamiento, sino como un impulso primitivo: sobrevivir. Luchar. No dejar que Alastor me trague como una sombra que borra el último vestigio de luz. Y sin embargo, algo en el fondo de mí reconoce que esto ya no se trata solo de mí. Se trata de una fuerza que me supera, de una historia que me eligió y a la que, quizás, pertenezco más de lo que imagino.
El autobús es un infierno en movimiento. Cruje, tiembla, se sacude como un animal embravecido que ha perdido la cordura. La oscuridad detrás de las ventanas se ha densificado hasta parecer líquida, viva, pulsante. Ya no hay ciudad ni carretera ni señales. Sólo el vehículo flotando en este ú
