—Bueno, lo había visto coqueteando con otras chicas en la escuela —empezó Kelly—. Nuestra relación iba viento en popa, ¿sabes?, pero yo siempre lo paraba y lo rechazaba. Y claro, llevaba rogándome desde que nos conocimos, lo que debería haberme dado una pista desde el principio. Era tonta y joven, y pensé que esto sería la gota que colma el vaso. Así que le pedí que me llevara a un parque estatal cerca de nuestro pueblo, a la entrada trasera. Había una arboleda muy densa de árboles y arbustos. Elegí un lugar muy privado. Extendí la manta de picnic. Y claro, empezamos a besarnos, a jugar, a quitarnos la ropa, y después de que me hiciera una buena mamada…
—¿Te hizo tener un orgasmo? —preguntó Martin.
—Sí, una buena, con la mano. Estábamos los dos muy nerviosos, y le dije —¡súbete!— y lo hizo enseguida.
—Espera, ¿de verdad dijiste —¡súbete!—? —preguntó Martin.
—No, no recuerdo exactamente lo que dije —dijo Kelly.
—Los detalles importan —dijo Martin—. Intenta recordarlo.
Kelly continuó: —En fin, se retorcía como un pez fuera del agua, y antes de que pudiera pensar, ¿cuándo demonios va a empezar esto? O sea, sabía que estaba dentro, pero… En fin, ¡siento este calor! ¡Y ya lo había hecho!
—¿Ha eyaculado dentro de tu v****a? —preguntó Martin.
—¡Sí! —confirmó Kelly.
—¿Estabas tomando anticonceptivos? —preguntó Martin.
—No, mis padres no sabían nada al respecto —dijo Kelly.
—¿Y qué hiciste? —preguntó Martin.
—Lo insulté y le grité que debería haberlo sacado como habíamos hablado —dijo Kelly.
—Eso requiere cierta habilidad para hacerlo correctamente…
—¡PUES AHORA YA LO SÉ! —insistió Kelly.
—De acuerdo —dijo Martin, bajando la temperatura—. ¿Qué pasó entonces?
—¡Me dejó al día siguiente! —dijo Kelly.
—El cabrón —dijo Martin.
—Y estuve preocupada muchísimo durante una semana antes de que me viniera la regla —dijo Kelly.
—Bueno, ¡qué alivio! —dijo Martin—. Así que, ¡que le den a Steve! ¿Y qué hay del novio número tres?
Kelly se rió, se revolcó en la cama y aplaudió. —¡Sí, que le den a Steve!— Estaba muy cachonda.
—Así que, con mi tercer novio, ya lo tenía claro —recordó Kelly—. Yo le decía: —Tú no me haces sexo oral—, y señaló su entrepierna, —yo no te lo hago a ti—. Se tapó la boca con la mano, simulando una felación. —Le encantaban mis felaciones. Le fascinaban. ¡Ay, los sonidos que hacía! Me excitaban muchísimo.
—¡Buen plan! ¿Se portó bien? —preguntó Martin.
—No realmente —dijo Kelly—. Me hacía sexo oral el tiempo suficiente para que yo me pusiera realmente nerviosa y necesitara ALGO, y entonces paraba y me la metía, y yo siempre se lo permitía porque lo necesitaba mucho. Pero luego, ¡zas! Y se quedaba ahí tumbado, así que me tocaba para terminar de llegar al orgasmo. Al menos lo ponía resbaladizo.
—¡Y boom! ¿Estamos hablando de un minuto, dos minutos? —preguntó Martin.
—Como un minuto —dijo Kelly.
—¡Ay, Dios mío! —dijo Martin.
—Sentí que no era suficiente tiempo, pero lo amaba y siempre pensé que nos casaríamos. Pensé que con todos estos chicos iríamos a la universidad y luego nos casaríamos.
—¿Qué pasó? —preguntó Martin.
—Así que nos habíamos ido de excursión, de esas de acampada de verdad, con tiendas de campaña y todo. Yo me fui, pero él se sintió mal esa mañana y se quedó. Me torcí el tobillo a la media hora, así que di la vuelta y regresé al campamento. Cuando llegué, oí ¡AAH! ¡AAH! ¡AAH! y allí estaba él, en nuestra tienda, ¡con la mismísima Isabella Rossini!
—¿Y qué hiciste? —preguntó Martin.
—Rompí con él —dijo Kelly, mirando de nuevo a Martin como si fuera un completo idiota.
—Por un momento pareció que se les podía matar —dijo Martin.
—Lloré —dijo Kelly, con los ojos enrojecidos al recordarlo—. Lloré desconsoladamente.
Martin necesitaba cambiar de tema rápidamente. —¿Así es como sonaba realmente?
—¡Eso era exactamente lo que parecía! —exclamó Kelly con una sonrisa—. Así que después de eso, me la pasaba recorriendo la escuela gritando ¡AAH! ¡AAH! ¡AAH! y provocando muchas risas. Cada vez que los veía, los saludaba y gritaba ¡AAH! ¡AAH! ¡AAH! ¡Era divertidísimo!
—Parece que te vengaste bastante bien —dijo Martin.
—Sí, ella cambió de escuela, y no fue nada divertido hacerlo solo por él —dijo Kelly.
—Eres una verdadera arpía cuando quieres —dijo Martin—. Recuérdame que no debo hacerte enojar.
—Más te vale que no —dijo Kelly, apuntándole con el dedo.
—Vale, novio número cuatro —dijo Martin.
—Lo tenía TODO planeado —dijo Kelly—. Primero, yo le haría una felación. Luego él me la haría a mí, y ahí se quedaría.
—Por fin estamos llegando a alguna parte —dijo Martin.
—Bueno, no exactamente, porque… —suspiró Kelly—. Su lengua era como un pez muerto entre mis piernas. Se movía sin control y poco a poco se enfriaba y se secaba.
—Tú —dijo Martin— eres un poeta del descontento.
—Sí, bueno —dijo Kelly, dejando de moverse en la cama, mirando a Martin y sonriendo—. En fin, mejor lo dejo pasar, le hago una mamada hasta que se le pone dura otra vez y ya está.
—¿Alguna vez has tenido un orgasmo durante el coito? —preguntó Martin.
—No —dijo Kelly—. Pero lo intentó con todas sus fuerzas. ¿Podría aguantar?
—¿Cuánto tiempo estarían ustedes dos así?
—A veces más de cinco minutos —dijo Kelly con orgullo.
—Bueno, vale —dijo Martin—. ¿Y luego te masturbarías?
—Sí —dijo Kelly con naturalidad—, porque estaba agotado. Quiero decir, él se esforzaba, y yo le decía: —Ya casi lo consigo—, pero nunca lo lográbamos.