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—¿Y cómo lo planean? —pregunté mientras el paisaje comenzaba a pasar fugaz por la ventana—. ¿Una boda elegante, con arreglos florales de tres metros y una orquesta que toque valses vieneses? ¿O algo más tipo “solo firma aquí y no preguntes”?
Viktor soltó una risa por lo bajo.
—Mi madre quiere la primera opción. Con una tiara de diamantes, invitados de seis países y una alfombra que combine con los ojos del embajador de Noruega.
—¿Y tu padre?
—Con que te vea decir “sí, acepto”, le basta. Ya sabe que de lo contrario, se viene el caos.
—¿Y tú?
Me miró un segundo, luego volvió la vista a la carretera.
—Yo quiero salir de esto contigo. Que lo demás arda.
Sus palabras me tocaron más de lo que deberían. No porque creyera que él estaba enamorado de mí ni mucho menos. Pero porque dentro
