LIAM Me miró como si cada palabra mía fuera una herida nueva. Sentí esa punzada vieja, la que siempre me avisa cuando me acerco al borde: o dominas la bestia o la bestia te arrastra. Pero la bestia ya había estado fuera; la había dejado salir y ahora olía a sangre y a whisky y a todo lo que me avergonzaba. Intenté buscar un sitio dentro de mí desde donde hablar con calma, con control, con la voz que no da miedo. No lo encontré. Solo encontré la voz ronca que me sale cuando tengo que poner distancia. —Vete, Saanvi —dije lo más controlado que pude, pero la consonante se me rompió en la garganta y sonó más dura de lo que quería. Ella dio un paso, se acercó, con esa terquedad suya que me vuelve loco porque confía en algo que yo mismo no he aprendido a merecer. —Liam… yo… —empezó, y en la c

