LIAM El reloj en la pared del jet me recordó lo cruel que podía ser el tiempo: dos malditas horas más. Dos horas con Saanvi apretada contra mí, con su espalda encajada en mi pecho y sus curvas acomodadas en mi erección como si pertenecieran ahí. Me moví apenas, frotándome contra ella. El roce fue un incendio instantáneo. La escuché inhalar, suave, pero suficiente para saber que estaba despierta. No se apartó. Al contrario, arqueó la espalda, ofreciéndome más. —¿Sabes lo que me haces? —murmuré contra su cuello, mi voz ronca, raspada, como si viniera de lo más bajo de mí. Ella sonrió, lo sentí en el movimiento de sus labios cerca de mi mandíbula. —Dímelo. Gruñí. Mi mano ya estaba bajo su blusa, acariciando su abdomen caliente, ascendiendo sin prisa hasta atrapar el peso perfecto de su

