Andrey Ivanov estaba en su despacho. Llevaba al menos tres vasos de vodka luego del enfrentamiento con Dasha, mientras permanecía sentado en las sillas detrás de su escritorio. Esa maldita mujer era tan fría como hermosa. Fue imposible no notar cómo se marcaban sus pezones por encima de esa fina, corta y costosa tela que cubría su cuerpo. Podía decir cualquier cosa de ella: lo malditamente fría que era, lo malditamente calculadora que resultaba. Tenía muchas cosas más en la lista, pero sin duda había dos cosas que no podía negar: su inteligencia y su belleza.
Miró los documentos encima de su escritorio y los ojeó por breves minutos, viendo las cifras. Sonrió sin poder evitarlo. Maldita desgraciada, cada vez aumentaban más las cifras. Lo estaba usando como su lavadora personal; usaba al menos quince de sus empresas para el lavado de dinero. A verse casado con él, sin duda le estaba beneficiando. Había sido un buen movimiento, uno muy inteligente.
Duplicaba las cifras cada vez más. La cantidad de dinero era exorbitante; no exageraba. Estaba acostumbrado a ver mucho dinero; había nacido entre él, había nacido en una cuna de oro. Literalmente, que saliera de él decir eso era porque era así. Sabía de sus movimientos: contrabandeaba armas, drogas y tenía una larga lista de fechorías más. Era toda una mafiosa, una peligrosa hija de mafioso y hermana de uno que ahora descansaba en algún lugar de Moscú, siete metros bajo tierra. Estaba loca, sin duda; la había visto asesinar a un hombre horas antes de su boda. Pasó la mano por su rostro, recordando que cada vez se veía más envuelto en ese mundo.
Escuchó los motores de los autos encenderse y no dudó en pararse para dirigirse a la ventana. Mirando la hora en su reloj, era medianoche. Divisó la figura de su ahora esposa, por desgracia, parada frente a uno de los autos. Por sus gestos y la forma de mover las manos, entendió que estaba discutiendo a través de una llamada telefónica.
Analizó su vestimenta y sonrió. Eran dos personas distintas, sin duda. De día, solía vestir elegantes y finos vestidos, con caros bolsos y zapatos de diseñador, y por las noches vestía de esa manera. Llevaba unos pantalones jeans con botas marrones de tacón bajo, una camiseta del mismo color y una gabardina a juego. Su abundante y largo pelo n***o estaba atado en una coleta alta y no llevaba maquillaje, o eso parecía desde la distancia en que estaba.
—Ponte en contacto con esos malditos turcos. El cargamento ya debió haber estado aquí —discutía Dasha con su hombre de mayor confianza, quien trabajó en algún momento para su padre junto a la mano de su hermano también fallecido.
La mujer sintió una pesada mirada sobre ella y dirigió la mirada hacia el segundo piso de la casa, justo en la ventana donde estaba parado Andrey, observándola. Sus miradas se encontraron y ambos mantuvieron la mirada fija en el otro. Ese desgraciado la estaba espiando y no hizo el mínimo intento por ocultarlo. Fue Dasha quien apartó la mirada, prestando atención a lo que decía Gled del otro lado de la línea.
—Han dicho que han hecho el envío. Hemos intentado contactar con sus hombres, pero no hemos tenido respuestas.
—¡Maldición! —soltó ella, sabiendo lo que significaba. Si la policía interceptaba un cargamento de opio tan grande como ese, tendrían problemas para recuperarlo con sus contactos, y de llegar a rangos mayores, sería imposible conseguirlo nuevamente. Peinó su cabello; no podían perder tanto dinero. —Llama a nuestros contactos ahora. Concéntrate en eso; yo misma entregaré el cargamento esta noche. Tú haz tu parte —dijo, cortando la llamada para luego disponerse a entrar al auto, donde ya la esperaban sus hombres con la puerta abierta, esperando que ella cortara la llamada para entrar. Dirigió su mirada por última vez hacia la ventana antes de entrar al auto. Notó que él seguía allí, mirándola "qué tanto le miraba ese desgraciado" preguntó, enojada.
Andrey vio los autos marcharse y luego sacó su móvil, escribiendo un corto mensaje con instrucciones específicas.
Su madre estaba siendo un problema; preguntaba por Dasha a cada instante y, aunque Irina era menos persistente, también hacía preguntas. Pero, como no había Sido una boda tan precipitada, no había nadie en todo Moscú que no se preguntara en qué momento el soltero más codiciado de toda Rusia había sido conquistado por aquella bella mujer. Permaneció en las revistas más conocidas de toda Moscú por semanas, encabezando todas las portadas. Había sido la más grande pesadilla que había podido tener y de la que no había podido despertar, porque era su maldita realidad.
Esa mujer era terrible; apenas había investigado su procedencia. Sabía que su padre era un famoso mafioso ruso que había sido asesinado por una mafia enemiga para tratar de apoderarse del estatus de la familia de su actual esposa. Pero la muy perra había hecho todo lo posible por tomar el control, y lo había hecho. Ya que su hermano, el heredero de los Novikov, había sido asesinado junto a su padre, fue un movimiento muy estratégico. Sin heredero, no había quien devolviera el golpe, pero se habían equivocado; no contaban con la hija menor de los Novikov, quien tomaría el control de una manera tan abrupta como lo había hecho.
Apenas sabía su edad y que su madre aún vivía. Después de saber a qué se dedicaba, la verdad era que no sabía más de ella; eran perfectos desconocidos viviendo bajo el mismo techo, durmiendo en diferentes habitaciones y cruzando miradas tal vez dos veces por semana.
Llevaba una doble vida: durante el día era la famosa pianista Dasha Novikov, que había dejado su carrera debido a una tragedia familiar de la que el público nunca tuvo detalles, y en las noches era una mafiosa asesina y traficante. Esperta en lavado de activos. Negó con la cabeza; su vida estaba patas arriba con la llegada de esa mujer.
Su móvil vibró y sonrió al ver el número. Al parecer, ya se había pasado el enojo a su más grande entretenimiento cuando se hablaba de sexo: Kira Romanova, una famosa modelo con quien lo habían fotografiado un par de veces. Se hablaba de una relación que él siempre dejó claro a la prensa que no existía, haciéndola enfadar siempre. La realidad de ambos era solo sexo, uno candente y lujurioso; eran buenos amantes, aunque la mujer siempre deseó más.
- ¿Se te ha pasado el enojo? - fue lo primero en preguntar al contestarle la llamada.
Escuchó silencio y luego una risa seductora del otro lado que le hizo cerrar los ojos e imaginarla arrodillada frente a él, justo como ella sabía hacerlo.
- La noticia de tu boda tan repentina me tomó por sorpresa, pero ya lo he superado - aseguró. - He recibido tu regalo - hablaba de un hermoso collar de oro macizo con diamantes rojos incrustados, una exuberante belleza que la mujer tenía en sus manos justo mientras hablaba con él. - Esperaba que esto se hubiera acabado, pero tu costoso regalo ha dicho lo contrario. ¿Vas a decirme por qué te has casado tan repentinamente cuando tus intenciones, según tus palabras, eran no hacerlo, al menos por un largo tiempo?
Andrey borró su sonrisa ante ese interrogatorio. No era así, pero lamentablemente así lo había sentido, cuando la mujer solo tenía dudas que buscaba resolver, debido a que él siempre fue tajante en decir que no quería un compromiso, y el hecho de que ahora estuviera casado le causaba una curiosidad innata.
- No es tu problema y creo que no has llamado para interrogarme, ¿o sí? - se tornó a la defensiva, ella lo conocía tanto que sabía que él solo lo hacía cuando un tema no le agradaba o no quería hablar de algo en particular.
- Así es - resolvió. - Quiero verte. - El hombre miró su reloj; era de madrugada. Lo pensó un momento.
¿Qué más daba? Se largaría a tener una rica noche con Kira, quien tenía unos enormes pechos que le encantaban.
- En el mismo lugar, llegaré en unos 20 minutos. - Cortó la llamada y se dispuso a salir de la casa.
...
El hombre subía al ascensor privado del gran hotel que le pertenecía, mientras la mujer ya debía estar esperándolo dentro de la habitación.
Tenía la llave de esta en el bolsillo de su saco. Había sido discreto como siempre; por eso había elegido ese lugar en específico, si antes se cuidaba de rumores, ahora que estaba casado debía hacerlo al doble.
salió del ascensor caminando hacia la habitación y, cuando llegó, pasó la llave en la puerta, abriéndola de inmediato. Al entrar a aquella suite, lo primero que encontró fue el rastro de ropa en el suelo y sonrió sin poder evitarlo.
No le gustaba perder el tiempo y ella lo sabía. Caminó hacia la habitación y, cuando la miró encima de la cama, sintió que el m*****o se le endurecía.
Joder, ahí estaba ella: una rubia hermosa de ojos azules, labios carnosos, delgada, alta, no más que él, pero era alta, de largas piernas, toda una belleza y espléndidamente desnuda, esperando por él.