Realmente se podía admitir que, el escuchar tal cantidad de hombres marchar a una batalla de la que no sabrían si regresarían con vida y aun así hacerlo con tanta valentía le daba un poco de valor al temeroso muchacho. Marchaban haciendo temblar la tierra con el peso de sus orgullos y armaduras, con la frente muy en alto y con un único objetivo en mente.
—Señor —preguntó aquel muchacho quien apresuraba el paso para poder alcanzar el galopar al caballo del capitán.
—¿Qué deseas niño? —observaba el horizonte, apreciando una suave serenidad antes de tener que ver correr la sangre durante horas de batalla.
—Quisiera saber ¿Cuánto tardaremos en llegar a nuestro destino? Si es posible saber.
—Dos días nos tomará —había trazado el curso por la mejor ruta en Zalador junto con el comandante—. Un día y medio llegar al cruce fronterizo y medio día más hasta llegar al rio tornado donde los minotauros tienen su base militar.
—Ya veo —se dice a sí mismo en voz baja—. Debo suponer que la fuerza del enemigo es brutal si el rey ha enviado tantos soldados.
—Aún si enviara trescientos soldados menos no podríamos permitirnos perder ante ningún obstáculo —tiene un lema muy poderoso, y es que cada soldado carga con las vidas de sus camaradas y con la responsabilidad de aniquilar cien veces más enemigos que los que cuenta como aliados—. Ese es el deber de un soldado.
—Realmente mi mayor duda es... ¿Qué traen en aquella carreta? —dice señalando una caravana que venía un poco más atrás escoltada por algunos soldados bien armados. —Estoy seguro de que en esas carretas tan protegidas y de buen material suelen transportar prisioneros de alto rango criminal.
—Y razón tienes —no le daba mucho orgullo admitir que traían a un criminal maniático—, pero ni siquiera yo con mi rango he sido capaz de obtener mucha información sobre eso. Si deseas saber en verdad deberías preguntarle al comandante Faraha, está más adelante.
—Muchas gracias señor.
El joven Alsius deseoso de información y con ganas de resolver sus dudas se dirigió al frente de la marcha donde el comandante guía a sus soldados.
—Señor comandante —el galopar del caballo de Faraha es constante y muy artístico.
—Oh muchacho —se alegra de oírle a su lado—, no es necesario tanta formalidad puedes llamarme "Comandante" a secas si lo deseas así.
—Perdone —se disculpa con cortesía—. Comandante, quisiera saber ¿Qué hay en aquella carreta?
—Vaya, así que incluso un mocoso como tú se ha dado cuenta —no le notaba tan perspicaz cuando muchos de sus hombres no tienen ni la menor idea de lo que llevan—. Tienes buen ojo para no ser un soldado.
—Estudiaba en mis antiguos trabajos, aunque mis jefes solo me permitían leer algunos libros y me prohibían leer otros —siempre se sintió limitado para aprender lo que le llamaba la atención, pero aprovechó al máximo sus momentos de lectura.
—El conocimiento no debería ser negado a ningún ser humano, es lo que lleva a un hombre a la victoria siempre —un hombre culto como él lo entiende, la necesidad de saber algo y no poder es algo desesperante para un hombre—. Lastimosamente no puedo darte detalles, pero tus ansiosos ojos podrán ver el uso que le daremos a lo que esa carreta lleva dentro en el campo de batalla.
—Ya veo señor, estoy ansioso de ver —emocionado sin pensar en la importancia del asunto se interesaba más por las pequeñas cosas que llamaban su atención.
—Pareces ser muy curioso, tal vez lamentes lo que tus ojos verán —incluso él mismo estaba ansioso por saber si el rey no se había equivocado con dicha orden tan desenfrenada.
—Lo dudo mi señor, creo que será una gran experiencia.
El comandante observa detenidamente al muchacho, luego su mirada traza el horizonte mientras sonríe.
—Me recuerdas a mí a tu edad. ¿Tienes apellido mocoso? —mantiene la mirada al frente.
—Barrioth señor —contestó con tono formal.
—¿De cuál de tus padres te apellidas? —sonaba curioso ese apellido tan poco común.
—De mi madre, jamás conocí a mi padre —era una parte superada de su vida, pero en un sentido más amplio seguía dudando sobre muchas cosas de su niñez con apenas solo dieciséis años de edad.
—¿Qué edad tienes exactamente? —era difícil interpretarlo con un cuerpo tan poco regordete.
—Cumpliré diecisiete dentro de dos meses —la edad en la que todo muchacho se vuelve hombre al ser capaz de labrar la tierra con mayor fuerza y espíritu según los granjeros.
—Aún tu corazón es muy joven e inocente —Faraha reconoce que la guerra no es para todos, pero los débiles pueden volverse fuerte en ellas—, la batalla hará arder el guerrero interno que llevas dormido. Tampoco conocí a mi padre y como resultado soy lo que ves hoy en día gracias al asqueroso viejo que nos abandonó a mi madre y a mí.
—Lamento eso señor —agacha la mirada mientras camina observando su sombra.
—Gracias a eso tuve la fuerza necesaria para llegar hasta donde estoy ahora, no hay nada que lamentar en un mundo donde tienes que trabajar duro desde que naces. No tengas miedo en la batalla, yo te protegeré hasta que te conviertas en un verdadero hombre capaz de defenderse por su propia cuenta.
A pesar de ser un hombre rudo que había librado tantas batallas la sonrisa del comandante era cálida, transmitía confianza y fuerza. Le dio el valor necesario para sentir que formaba parte de algo a pesar de tener tan poco tiempo. Pero tenía la sensación de que sufría por dentro, podía sentir su dolor y lo agonizante que era, aunque por fuera no demostrara ningún tipo de sentimiento Alsius podía sentirlo. Podía oír su llanto.
—Mocoso —añadió el comandante.
—¡Sí señor! —se llena de espíritu al instante.
—Relájate, aún no es necesario que lo digas de esa manera —ríe de forma inesperada—. Quería preguntar, ¿Puedes ver bien así? Digo, tu cabello recae sobre tus ojos.
—Siempre ha sido así señor —su cabellera color obscuro no ha sido cortada en años—, tal vez me he acostumbrado con el tiempo, pero puedo ver perfectamente bien.
—Ya veo —asintió un par de veces antes de volverse la mirada hacia delante.
Estuvieron en silencio un par de minutos, admirando la belleza del paisaje que recorrían desde la salida del reino.
—Oye, le caes bien al capitán —comentó repentinamente al no tener algo más para charlar.
—¿Yo? —se lo plantea, pero no parece que así sea—. Lo dudo mucho señor, el capitán Takashi no muestra ningún tipo de interés en mí y seguramente no le agrado para nada.
—De hecho, le agradas mucho —hasta Faraha se sorprendía de la dicha reacción que Takashi tenía con él—, solo que no lo conoces suficiente como para saberlo. ¿Te salvó en el reino no? Eso sería prueba suficiente si lo conocieras mejor, te pareces mucho a su hijo.
—¿A su hijo? —el interés de Alsius aumenta de nivel.
—Probablemente esa sea la razón.
—Ya veo, no lo sabía —volteó hacia atrás para observarlo un poco—. De hecho, me parece raro que alguien como él forme parte del ejército real.
—Y no eres el único que lo piensa. Todos creen que porque es una persona tranquila y serena es débil, todos piensan que es un hombre intelectual debido a sus gafas y a que suele leer, pero la verdad es que es uno de los tipos más peligrosos del reino. Y le hace honor a su nombre y a su rango.
—¿Su majestad le dio un apodo? —eso era señal de respeto y grandeza para cualquier soldado.
—Así es —asintió—. El hecho de que el rey te nombre m*****o de la élite y te dé un seudónimo es sinónimo de grandeza y proeza. Le llaman Takashi, el viento estratega.
—¿El viento estratega? ¿Por qué su majestad daría un nombre como ese? —el viento para él no era nada más que eso, una brisa para alejar el calor del sudoroso cuerpo de los hombres.
—Se dice que cuando el capitán entra en batalla sus cálculos y estrategias son tan precisos que lo último que el enemigo puede hacer es sentir el rápido viento que forma la hoja de Takashi cuando desciende decapitando almas en el terreno. Que no te engañe su personalidad dócil, es un asesino profesional capacitado para pelear con veinte hombres al mismo tiempo, ha matado más seres de los que puedas contar con tus manos y pies.
—Tan temible es, ya decía yo que había algo en él que me parecía impresionante —posiblemente se tratase de su fría personalidad tan serena, aunque con ese aspecto en su mirada capaz de estallar si así lo desea.
—Su habilidad con la espada es buena —Faraha lo reconoce también como uno de los grandes—, pero lo que realmente destaca a Takashi en el campo de batalla es su habilidad para pensar incluso en situaciones peligrosas y de alto riesgo, inclusive bajo presión sus cálculos son del noventa y cinco por ciento de probabilidad.
—Es impresionante el capitán —viéndolo de ese modo era más que admirable que le invitase al campo de batalla.
—Lo es... tanto así que fue nombrado comandante de este mismo batallón, pero rechazó el puesto por mí.
—¿Lo hizo? —regresa a verlo nuevamente y no se imagina cómo alguien rechazaría tan grandiosa oferta dada por su majestad.
—Tal vez quería tener menos responsabilidades o solo quería darme una oportunidad a mí, el segundo en la lista —al final Faraha no ha podido comprender los deseos del capitán, solo afinar su confianza en él como compañero de armas.
—Pero usted parece ser genial también comandante —Alsius pensaba que por algo tenía el rango y no alguien más.
—¿Yo? —echó a reír un poco halagado—. Vaya muchacho, gracias. Pero solo soy un hombre de fuerza bruta, y te confesaré una cosa y espero que quede entre nosotros. Mejor dicho, sería un consejo, en el campo de batalla lo que de verdad asegura la victoria de un hombre es su inteligencia ya que podrán ser más fuertes o poderosos que tú, pero si eres inteligente no perderás ninguna oportunidad de salir victorioso o de sobrevivir.
—Gracias por el consejo señor.
De repente los caballos empezaron a inquietarse, el clima se hizo más frío y obscuro de un momento a otro, lo que hace cuestionar a los hombres del batallón sobre si lo mejor es seguir avanzando así.
—¡Comandante! —se acerca con un galopar rápido desde la parte de atrás.
—¡Capitán Takashi reporte! —ordena sin observarlo mientras su mirada se pierde en todos lados, observador y atento a todo.
—Señor, creemos que los enemigos tendieron una emboscada justo adelante del puente, intentan bloquear nuestra entrada.
—Mierda, justo cuando llevamos solo medio día de viaje —Faraha sabe que obtener problemas sin haber llegado al destino final le hará perder muchos hombres y tiempo valioso.
—Posiblemente tenían algún informante en el reino —Takashi tenía la sensación de que alguien los ha estado observando desde su salida—, sabían que el único momento en que nuestra tropa estaría indefensa en todo el trayecto sería en el paso de este puente.
—¡Maldición, lo tenían planeado desde antes de que saliéramos! —aprieta con fuerza su puño derecho y hace crujir los brazales protectores—. ¿Alguna sugerencia capitán?
—¿Ve ese bosque señor? —señala a un costado del camino una extensión verdosa que se adentra a un lugar desconocido lejano del puente—. Podríamos tenderles una trampa ahí, nuestros arqueros pueden atacar desde los árboles más altos y nosotros tendremos tiempo de escondernos, evaluar mejor la situación y contar los enemigos.
—Buena idea capitán —asiente con la cabeza—. ¡Hombres, abandonen las provisiones innecesarias y todo lo que les haga peso! ¡Iremos al bosque! —todos se ponen en marcha al escuchar las órdenes del comandante.
—Señor, ¿Piensa dejar aquella carreta? —pregunta Alsius con interés sobre si se debía dejar algo tan importante en medio de la nada a merced de cualquier enemigo.
—Esa es nuestra arma secreta, sacarla ahora solo nos pondrá más en evidencia —como último recurso sin pretender usarla Faraha solo quería poder evaluar el problema antes de tomar acción—. Dejarla abandonada por ahora es lo mejor, dudo mucho que vengan a revisarla considerando que la abandonaremos y ellos creerán que no posee nada importante y que solo es adorno.
—Espero que tenga razón —Takashi no estaba de acuerdo, pero órdenes son órdenes y deben ser cumplidas, aunque le haga estar a favor de una muerte segura.
—Lo mismo digo capitán. Movilice a sus tropas, no tenemos tiempo que perder.
Desde ese momento Alsius sabía que algo andaba mal mientras entraban al bosque, cada vez la obscuridad se acercaba más. Aún era posible visualizar el terreno, pero difícilmente verían a los enemigos escondidos, aunque también el terreno jugaba a favor de los soldados.
El capitán posicionó a las tropas de largo alcance mientras el comandante y el sargento mayor ubicaban una tropa de vigilancia y una de reconocimiento. Todo sucedió tan rápido que en menos tiempo del pensado Alsius visualizaba a los hombres de Faraha escondidos en lugares estratégicos o haciendo barricadas con los escudos.
—¡Faraha Lobster! —se escuchó desde la lejanía del bosque con un grito más adentrado en la obscuridad.
—Señor, parece que el enemigo le llama —comenta Takashi al reconocer que la voz no es de ninguno de los soldados.
—Eso veo, veamos quienes son —camina un poco al frente mientras el perspicaz ojo de Takashi observa a los alrededores indicando a las soldados que mantenga bien abiertos sus ojos—. ¡Parece que sabe quién soy! ¡No debe ser necesario mencionar mis méritos en batalla!
—¡Tiene muchas agallas de venir hasta aquí! —no era una voz humana lo que se escuchaba.
—¡De hecho debería agradecer que aparecieran tan pronto! ¡Me habría aburrido demasiado durante el trayecto de irlos a buscar!
—¡Confías mucho en tus hombres! —Faraha voltea a verlos y claro que sí, confía en ellos como confía en su espada.
—¡¿Tú no?! —le bufonea de regreso—. ¡Qué mal líder serías! ¡Dejémonos de juegos y sal de una vez Taurum!
—De hecho, no confío mucho en que mis hombres puedan hacer todo el trabajo.
Taurm sale desde entre algunos árboles dando a conocer su aspecto. Grandes músculos y cuernos envueltos en picos de hierro para las embestidas, un hacha de guerra que sostenía en su mano izquierda, una altura de al menos dos metros de puro músculo y fuerza bruta.
—Quién diría que estabas tan cerca, que bien se escuchó tu voz como si estuvieses lejos, deberías enseñarme el truco —Faraha se coloca ambas manos en la cintura como despreocupado, aunque listo para tomar acción.
—Eres muy pequeño humano, quien creería que eres la segunda mano del rey Edwards —estaba al tanto de mucho más de lo que el comandante podía saber incluso para ser solo una bestia.
—Ya ves que la altura no impide nada —esta vez coloca más seriedad en su expresión, ya estaba bueno de juegos.
Todas las tropas estaban preparadas y listas para esperar la orden de ataque del comandante, pero se sentía la tensión en el aire y el olor a mortandad rondaba por ahí como perro por su casa.
—¿Y tus hombres? Diles que salgan y acabemos esto de una vez.
—Como te dije, no confío mucho en mis hombres así que he traído refuerzos.
Taurm hace sonar su cuerno de guerra, las puntas de los árboles más grandes sonaban como si animales caminaran encima de ellas y a lo lejos se escuchaban los pasos de un batallón que rodeaba el bosque.
De un momento a otro uno de los soldados empieza a notar que su hombro derecho tiene algo viscoso que provenía de arriba, la curiosidad lo hizo levantar la mirada para ponerse cara a cara con su enemigo y sin miedo observó entre la obscuridad el peligro que los asechaba.
—Ga... ¡Gárgolas!
Al grito del soldado todos empezaron a atacar desde flancos diferentes, las gárgolas que hacían desaparecer a los soldados uno por uno desde los cielos mientras que los minotauros guerreros de Taurum flanqueaban los lados más indefensos del batallón.
—¡Arqueros al cielo! —exclama el capitán Takashi, ordenando el ataque en contra de las gárgolas que en su momento eran el mayor enemigo. —¡Maldición, comandante estamos en desventaja de esta manera! ¡Las gárgolas aprovechan la altura de los árboles para mezclarse y confundirse con ellos y atacar desde arriba!
—¡Lo se capitán, debemos ir a cielo abierto o adentrarnos más en el bosque donde los árboles son menos grandes y así facilitará la visibilidad! —no había desenvainado su espada, por el momento antes de atacar solo pensaba en buscar un mejor terreno de combate—. Oye mocoso no te alejes de mí o del capitán, nosotros te protegeremos.
—¡Sí señor! —no tenía muchas opciones como para negarse
—¡Hombres, retirada! —exclamó Faraha al sonar del sargento y Takashi para que sus voces los alcanzaran a todos.
El comandante y el capitán guiaban las tropas para adentrarse aún más en el bosque, aunque parecía una estrategia inútil de huida la verdad es que era una idea bastante sencilla y estratégica. Al ser los árboles más pequeños las gárgolas no tendrían oportunidad de esconderse en las alturas mezclándose con las hojas y ramas, se verían obligadas a pelear en terreno medio donde las espadas podrían alcanzarlas. Y aunque fallase ese plan, si las gárgolas deciden seguir peleando desde las alturas los arqueros tendrían mejor visibilidad tanto del sol como del terreno al poder disparar sin miedo a fallar por los árboles.
No podría fallar el plan, tendrían la ventaja total de terreno para encargarse del cielo mientras los soldados de tierra frenan a los minotauros.
—¡Arqueros! ¡Apunten! ¡Fuego!
Como era de esperarse las desesperadas y sedientas gárgolas seguían intentando atacar desde arriba, pero esta vez los arqueros tenían la ventaja.
—¡Bien pensando comandante! —dice el capitán.
—Generalmente sueles ser tú el de las ideas, no es la primera vez que peleo a tu lado, algo bueno se me tenía que pegar de ti —ahora mismo era el momento perfecto para que el comandante diera a probar su poder.
—Señor son demasiados minotauros —dice Alsius temblando de miedo.
—Calma mocoso, el capitán y yo estamos aquí. No es por presumir, pero estoy casi seguro de que Takashi tuvo que haberte dicho el apodo que nuestro rey me concedió en honor a mi desempeño en el campo de batalla.
—S... sí señor, me lo dijo —fue una de las primeras cosas que le fue comentada saliendo del reino.
—Muy bien mocoso, abre bien tus ojos y no los cierres ni por un segundo. Estás a punto de ver por qué me llaman el sable carmesí.
En ese momento Alsius se dio cuenta de que el comandante ni siquiera había desenvainado su espada desde que comenzó el ataque, lentamente escuchó cómo el chillido de su espada al sacarla de la funda de metal la hacía resonar como si estuviese desenfundando un arsenal entero.
—¿Sabes por qué me llaman así? —volvió a preguntar—. Una vez que mi espada toca mi mano derecha la hoja es manchada por la sangre de mis enemigos, tanto que el metal de la espada deja de ser visible. El sable carmesí de Zalador, guerra de sangre.
La velocidad del comandante era impresionante, el baile con su espada era sublime y cada estocada era precisa. No había ni una pizca de miedo en sus ojos a pesar de que se enfrentaba a bestias el doble de grandes y el doble de fuertes, su habilidad era simplemente impresionante y su espada bailaba con el viento.
Ni siquiera el peso de su armadura o gran espada le impedían moverse, era como si estuviese desnudo, realmente manchaba su espada con cada enemigo que atravesaba el filo de su hoja, esto es lo que es un guerrero, comandante Faraha Lobster "El sable carmesí de Zalador".
—Mocoso, el comandante está ocupado así que no te separes de mí o de nuestros hombres, nosotros te protegeremos con nuestra vida. No dejaremos que uno de los nuestros perezca así que desenvaina tu hoja y prepárate para defenderte, no siempre podré tener ojos en la espalda para cuidarte a ti y a mí mismo.
El joven estaba en shock, sus extremidades no se movían y el frío le hacía temblar los huesos, “¿Es eso lo que se vive en una batalla? —se preguntaba”. Había hombres siendo masacrados a muerte por el filo amellado de las hojas de los minotauros y aun así los demás seguían caminando hacia adelante sin rendirse.
“¿Es esto correcto? ¿Es justo que buenos hombres mueran así? ¿Es esta la voluntad del Dios Agmud? ¡¿Esto qué es?!”
—¡Alsius! —exclama el capitán—. No tengas miedo, Te lo dijo el comandante ¿No? Aquí nos protegemos entre todos, no te pondrán un dedo encima, te lo prometo.
Era la primera vez que alguien le juraba protegerlo, alguien dispuesto a dar su vida por él, tenía camaradas que le cuidarían. La hermandad de aquellos hombres era algo increíble que jamás había visto, quinientos individuos que se podían resumir en uno solo, quinientas espadas, quinientas almas, quinientos gritos de guerra. Quinientas familias que no volverían a sonreír, esas almas no volverían a casa completas, jamás volverían, aunque físicamente estuviesen ahí.
Mis hermanos, vosotros seréis el bastón donde apoye mis cansados pies
Seréis los testigos de mi victoria desde lo alto del cielo
Seréis la fuerza que necesito, seréis las cadenas que cargaré conmigo por la eternidad
Seréis la ausencia y olvido como la flor que se marchita sin que nadie la vea
Seréis la lluvia que moje mi sucio rostro limpiando mis impurezas
Seréis la luz que guía mi regreso a casa
Seréis el escudo que me protegerá en mi próxima batalla
Seréis la sabiduría que necesito para enfrentar mis problemas
Seréis eso que siempre recordaré con amor
Vosotros seréis mis hermanos de por vida.