Capítulo 2.

3927 Words
Por fin había llegado después de tanto tiempo vagando, gracias a unos comerciantes quienes accedieron a traerle a cambio de un poco de trigo. El único que le quedaba, pero para ser el precio de un viaje era más que accesible y no habría conseguido a nadie más estando en una zona tan alejada del reino que quisiera llevarlo. Mientras venía en la carreta recostado en una pequeña bolsa de cuero que llevaba consigo y con sus ojos cerrados podía sentir como el brillante sol deseaba asomarse a través de sus pupilas y el cálido clima con una brisa suave de olor a lavanda eran un éxtasis para su joven alma. La antigua granja en la que le acogieron era pequeña y de poco trabajo, el clima frío no permitía que las verduras y frutas crecieran correctamente y difícilmente podían tener un poco de cosecha para comerciar y un parvo para el consumo. No podía quedarse en un lugar tan triste y tan muerto como esa granja, después de la muerte de su madre no tenía dónde ir y trabajar era lo único que le aseguraba la supervivencia, pero ha planeado desde hace mucho venir al reino de Zalador donde se dice que el trabajo y la comida son abundantes y el clima cálido te abrasa suavemente para arropar tus penas. Viene por una mejor vida y por cumplir la promesa que le hizo a su madre justo antes de su partida espiritual. Él simplemente desea vivir dignamente y con honor, desea mirar el horizonte sintiéndose libre de pecados, libre de guerras, libre de muertes innecesarias y que sus ojos puedan ver más allá de lo que sus cansadas pupilas le permiten. Este joven quiere poder llevar su nombre con orgullo, y jura que hará lo necesario para que así sea. Metido de lleno en su papel y su misión, el viaje emprendido sería una nueva travesía que recorrería en soledad constante hasta que la compañía del sol se oculte y por las noches extrañe el aromático sabor del caldo que su madre preparaba para él. Lejos del reino, precisamente alejado del centro se encontraba un bar muy frecuentado por soldados, ahogado de penas e historias interesantes que los famosos teatrales de la ciudad suelen frecuentar para obtener ideas de sus obras de entretenimiento. —Comandante Faraha, su majestad desea verlo —dijo con respeto ante el hombre superior en rango. —Capitán Takashi —coloca la jarra de cerveza en la mesa del bar—, llega en el momento menos indicado, aún no he terminado de beber mi cerveza como puedes ver. —Y realmente lamento interrumpirlo de esta manera comandante, pero su presencia se solicita el castillo con extrema urgencia —el capitán es un hombre de palabras y respetuoso, su léxico es incomparable con el de otros de su alrededor—. Y por lo visto esta no ha sido su única cerveza del día de hoy —observa las demás jarras vacías del suelo y los ojos enrojecidos de Faraha. —Es usted un tipo muy aburrido capitán —se coloca de pie algo trastumbado y el capitán hace el ademán de estirar los brazos para sostenerle por si no puede sostenerse de pie por cuenta propia—, pero admiro su responsabilidad y determinación. —Me halaga mucho señor, lo esperaré afuera con su caballo —se vuelve hasta la salida. —Muy bien —se despide con el ademán de su mano derecha—, terminaré mi bebida e inmediatamente saldré. Al acabar con su bebida predilecta se dirige a caballo hasta las murallas internas del castillo del rey Edwards Cuarto. Una enorme fortificación hecha en los años quinientos por sus antecesores y culminado justo en el periodo en que su padre tomó el mando ya hace algunos años antes de fallecer. Un éxtasis visual, una de las maravillas de Zalador y monumento de la grandeza de tan increíble y respetable reino. —Mi señor he traído al comandante Faraha como lo ordenó —dijo Takashi luego de que ambos entrasen hasta el trono del rey Edwards. —Aprecio vuestro esfuerzo, soldados míos —es un hombre algo avejentado, pero con una enorme fuerza interna. —Mi rey, me han informado que solicitaba mi presencia y he venido lo antes posible —el comandante agacha un poco la cabeza en señal de respeto a su general y jefe. —Comandante Faraha, hijo de Serim —el rey reconoce a uno de sus mejores soldados—, agradezco tu visita. —Soy yo quien está agradecido mi señor —hace una pequeña reverencia y esta vez alza la mirada para tener contacto visual con el rey. —Perdona que interrumpa tu día libre, sé que has estado bebiendo con tus hombres, pero hay algo que realmente no me deja descansar —parecía haber estado despierto por la noche cosa que se nota en sus enormes y obscuras ojeras debajo de sus ojos. —Estoy aquí para encargarme de sus problemas su majestad, permítame saber qué inconvenientes le asechan y estaré honrado de poder encargarme de ellos —coloca su mano derecha en el pecho cerca del corazón en señal de fidelidad a su rey. —Como siempre eres un fiel servidor de tu rey —se coloca de pie para bajar los escalones del trono—. En los cruces fronterizos del oeste los minotauros salvajes osan violar el tratado de paz en contra de nuestro reino asesinando a cada hombre que enviamos a negociar por el paso, necesito que te encargues inmediatamente de ellos o nuestro problema cada vez se hará más grande y no podremos controlarlo. Nos insultan y nos hacen ver como una fuerza inferior, nuestros cargamentos provenientes de los clanes aliados han sido desmantelados por estas horrendas criaturas del mal, parece que su líder Taurum es quien está detrás de la masacre de mis buenos y leales hombres. No permitiré una ofensa más, quiero que lleves contigo a los hombres que necesites para encargarte de esas sucias bestias inmundas. —Mi señor —dijo al instante—, bañar mi espada de sangre en batalla por su majestad es el mayor honor que puedo recibir como guerrero. Nada me llena más de orgullo que pelear sus guerras mi lord. —Por eso te aprecio tanto hijo mío —el rey lo coge de los hombros—. Comandante del cuarto regimiento batallón fronterizo, Faraha Lobster hijo del honorable Serim, te concedo mi bendición y la de nuestro Dios Agmud a ti y a los buenos hombres que estarán dispuestos a morir en batalla por su rey. —Amén mi señor —contestó Faraha—, realizaré los preparativos lo antes posible para proseguir al exterminio total de las alimañas. Si me disculpa. —Faraha —se devuelve hasta su trono. El Rey Edwards toma su copa de vino y mueve un poco el cáliz antes de dar un sorbo, luego de ponerla de nuevo justo al lado de su trono camina dos pasos al frente acortando la distancia con el comandante. —Tengo algo más que pedirte antes de que partas a tu próximo destino el día de hoy. —Soy todo oído mi señor. —Quiero que lleves a Biorg contigo al campo de batalla. —¿A ese bárbaro salvaje? —podía estar de acuerdo con todo lo que el rey le dijese menos con esa orden tan descarriada según se lo deliberaba—. Con todo el respeto que se merece su majestad, no creo que sea buena idea dejar a ese adefesio al margen de la batalla, es incontrolable e incapaz de asesinar a mis hombres. No confío en él y por algo lo tenemos prisionero en las celdas del calabozo. —Entiendo muy bien la preocupación que trae consigo llevar un hombre así a la batalla, pero seamos sinceros —el rey razonaba tanto como sus mejores estrategas—, incluso si llevases los hombres más experimentados al campo de batalla a pelear necesitarías más que agilidad con la espada, hablamos de minotauros con una gran fuerza capaz de arrancar el corazón de un hombre. Hombres como Biorg son necesarios en este tipo de batallas, nuestro Dios Agmud nos da la oportunidad de redimir nuestros pecados con cada día que despertamos vivos, como su rey debo darle la oportunidad de redimirse. —Lo comprendo mi señor, sabe que jamás me negaría a la voluntad de nuestro Dios o de usted. Pero llegado el caso en el que Biorg nos traicione no dudaré en arrancar sus entrañas con el filo carmesí de mi hoja. —En ese caso será una lástima perder a tan buen soldado —asiente con la cabeza—, pero acepto tu petición. —Me retiro su majestad —vuelve a agachar la cabeza—, debe descansar mientras sus más fieles guerreros van al campo de batalla a morir por usted. —Que regresen pronto y sanos, o que mueran en el campo de guerra honrados de ofrecer su sangre a nuestro Dios. En las afueras del castillo se encontraba aquel joven soñador, e inspirado en conseguir una mejor vida buscaba de lado a lado un sitio donde poder descargar las pocas cosas que se había llevado y emprender su camino como empleado de algún comerciante o herrero de quien pudiese aprender la profesión. —¡Vete ya mocoso he dicho que no tengo trabajo en mi herrería para niños como tú! —luego de sentirse fastidiado por el joven el hombre arremete con una fuerte voz para hacerlo ir de su negocio en auge por las guerras. —Señor, puedo hacer lo que sea —el muchacho no pensaba rendirse tan fácil al no tener nada más de qué depender sino de su voluntad para trabajar—, desde limpiar las cenizas del fuego hasta ordenar las espadas por un poco de pan y agua. —¡Maldito mocoso te mataré! —el hombre rabioso coge la espada que estaba martillando, pero el joven retrocede unos pasos. —¡Comprendo, comprendo! —alzó sus manos en son de paz—. Me voy —comenzó a caminar lejos del sitio—. “Son todos unos tacaños —se dijo a sí mismo luego de alejarse de la herrería del enano—, ni siquiera después de que le di mi mejor oferta de trabajo”. Había estado buscando empleo durante casi todo el día desde que llegó, pero nadie le tendía la mano, todos parecían estar ocupados y llenos de personal y nadie accedía a darle una oportunidad. Con el estómago vacío y su garganta seca el arduo sol del mediodía empezaba a tener efecto sobre su cansado cuerpo. —Me siento como el ave del fénix solo que, en una versión fea y pobre —se bromea a sí mismo con una de las más famosas leyendas del país—, lo único que tengo son los rayos del sol penetrantes que incineran mi carne poco a poco. Estoy a punto de ser cocido y a nadie en este lugar parece importarle. La amabilidad no es una cosa que abunde en este reino al menos no como yo lo imaginaba de las historias que se contaban de aquí. Después de un rato deambulando por las ruidosas calles la esperanza volvía al moribundo cuerpo del muchacho deseoso del preciado líquido al ver una fuente pública de la que suelen abastecerse los ciudadanos del reino. —¿Mi señor, eres tú diciéndome que beba hasta más no poder? —alza sus ojos al cielo encomendado a su Dios—. Es una bendición poder ser salvado por tu gracia y amabilidad. Sin pensarlo dos veces Alsius, el joven granjero corrió hasta la fuente sin percatarse del paso de las carretas del lugar, a punto de ser arrollado por una pudo salir ileso al esquivar con velocidad el galopar del caballo, pero no sin resbalarse siendo incapaz de mantener el equilibrio y empujando con ropas y todo a un guardia que daba de beber a su caballo justo al centro de la fuente. —Mierda... —se levanta de los suelos empolvado de arenilla—, casi me arrollan, pero por suerte tengo buen campo de visión —al levantarse observa la carreta del hombre que casi le atropella aun alejándose sin importarle nada mas—. ¡Maldito, casi desgracias mi joven vida con tu asqueroso caballo! Vaya, que suerte la mía. Realmente debe ser que el señor de este lugar aprecia mucho a los nuevos visitantes como para haberme salvado. —Mocoso... —el guardia había salido de la fuente empapado hasta el casco. —¿Señor? ¡¿Qué le pasó?! —se sorprende como si no supiese nada, aunque su inocencia e ignorancia realmente no le dejaban pensar bien en el momento. Sorprendido por el caballero que salía de la fuente con su armadura empapada y desbordando agua por las aberturas de las extremidades móviles Alsius se acercó un poco al hombre para intentar ayudarle. —¡Desgraciado pequeñajo! ¡Has sido del culpable de que haya resbalado a la fuente! —Alsius se sorprende, realmente no creía haberle hecho nada al caballero con su esquelético cuerpo desnutrido. —¿Disculpe? —cree no haber escuchado bien—. No recuerdo haberle empujado buen hombre. —¿Osas mentirle a un m*****o de la armada? —se molesta aún más—. ¡Insolente! El caballero lleno de ira se animó a alzar su espada en contra del pobre e indefenso muchacho que no podía hacer nada más que cerrar sus ojos y esperar una muerte certera y poco dolorosa. Pero el sonido de la espada se detuvo luego de escuchar su choque en contra de otro objeto creado con el mismo material. —¿Ah? —apenas pudo decir. El muchacho abrió sus ojos para poder observar lo que sucedía, un caballero había intervenido en el momento preciso antes del descenso de la espada a la cabeza de Alsius interponiendo su antebrazo evitando el choque de la espada en el cráneo del muchacho. —¡¿Capitán Takashi?! —exclama el soldado. —Sería muy vergonzoso que alguno de nuestros miembros asesine un pobre mocoso a la luz del día cuando todos observan —había varios ciudadanos presenciando el acto. —Pero señor… —aunque pensaba excusarse sabía que no le serviría como motivo. —Deberías ir a cambiarte, tenemos trabajo que hacer y no tenemos tiempo para perder con niños —el soldado guarda su espada. —Sí señor —asiente con respeto y se marcha del sitio con su caballo derramando gota a gota el agua restante de su armadura sobre el lomo del rocín. Se escuchaba no muy lejos el galopar de un caballo que se acercaba a toda velocidad y que después de unos segundos había llegado justo al lugar que predecían los veloces pasos. —Comandante —dijo el capitán al verle en su busca. —Capitán Takashi, que oportuna reunión. ¿Quién es el chico? —observó de reojo, consideró que estaba con él puesto que el capitán no es de muchos amigos—. ¿Su nuevo sirviente? En ese caso tráigalo con nosotros, necesitaremos todo el personal no combatiente disponible para atender a los heridos y preparar los alimentos. —Pero comandante… —responde Takashi. —Cuento con usted capitán, no me decepcione. El comandante continuó su rumbo mientras que Takashi no tuvo ni la más mínima oportunidad de explicar la situación, no le quedaba de otra que obedecer a su superior como lo ha venido haciendo fielmente desde su ingreso como soldado. —Agradezco su amabilidad y ayuda señor, debo continuar mi camino —añade Alsius quien pretendía escabullirse lentamente, pero fue atajado por la feroz mano del capitán que sostenía la vieja bolsa de viaje que llevaba el chico. —¿A dónde crees que vas? ¿No acabas de escuchar al comandante? —ya no había vuelta atrás, cuando Faraha pide Takashi solo sabe obedecer, aunque se trate de romper algunas reglas—. Te quiere en el campo de batalla, es el más grande honor que un niño como tú recibirá en años y no pienso desobedecer una orden directa. —Yo no tengo nada que ver en esto —comenzaba a temer. —Lo siento por ti muchacho, pero no puedo dejarte ir —niega con la cabeza y el brillante sol que deslumbra su armadura ciega un poco la visión de Alsius. —¡No soy un soldado! —intenta zafarse con fuerzas. —¡Nadie dijo que te darían una espada, mocoso! —lo sacude un poco para que se calme—. Solo serás de ayuda en otras actividades. Tranquilízate, recibirás una buena paga de nuestro rey y comida abundante para saciar tu vacío estómago. Mírate, eres tan delgado que no podrías ni sostener un cuchillo. —¿Me pagarán sin usar armas? —pensaba que tal vez era la oportunidad que el Dios de Zalador le ofrecía para sustentarse. —Es lo que dije, harás otras actividades —reafirma la respuesta. Alsius sabía que era una oportunidad de trabajo que no podría rechazar, tal vez Dios lo había puesto en el camino correcto y ya que no correría peligro y ganaría el pan se podría considerar una victoria para el hambriento joven. Accedió totalmente a dirigirse con el capitán al castillo, un par de minutos después parecía como si el Dios Agmud solo quisiese verle sirviendo por su imperio y por nada más que eso. —Mocoso, aquí está tu espada y tu escudo —se lo entrega con rudeza—. No encontramos armaduras de tu talla así que procura no recibir estocadas o verás cómo tus tripas saltan a tus ojos. —¡No! ¡No me jodan, dijeron que no tocaría un arma! —Estás en un cuartel militar, ¿Qué pensabas tocar? ¿Un arpa? Todos los soldados empezaron a reír desenfrenadamente burlándose de la ingenuidad del joven a quien había traído el capitán. —¡Silencio, guarden sus risas para después de la batalla! —Takashi pone orden a la algarabía. —¡Sí señor! —gritaron todos al unísono. —A ver muchacho, así tus débiles brazos de fideo no vayan a blandir la espada en el campo de batalla debes ir protegido. Todo el personal no combatiente debe al menos tener algo para defenderse en caso de que nosotros los soldados no podamos estar cerca para darles apoyo —era un protocolo de seguridad, ya que los soldados tenían prioridades mayores a las de proteger heridos. —¿Y usted cree que tengo la fuerza necesaria para alzar esa espada? —prácticamente la tenía apuntando al suelo por lo pesada que era. —Solo necesitas poner tu corazón a todo lo que haces y serás capaz de alzar un hacha de guerra si es necesario —le señala el pecho con su dedo índice—. Te conseguiré una cota malla para que protejas la parte superior. —Veo que su lacayo también va a combatir capitán Takashi —se cruza de brazos al acercarse y observar el debilucho cuerpo de un joven que a sus ojos parece querer dar la vida, aunque realmente por dentro esté a punto de orinarse. —Comandante Faraha —volteó a verlo—, solo le doy una hoja de hierro con la finalidad de defensa propia. Él solo irá para tratar heridos y hacer los alimentos. —Muchacho —el comandante lo observa con determinación—, será el honor compartir el campo de batalla con un joven como tú dispuesto a dar su vida por nuestro rey y dispuesto a derramar la sangre de los enemigos y beberla para saciar la sed de muerte hasta que tu pequeño y obscuro corazón de guerrero Zaladiano esté satisfecho al ver sus almas descender a lo más profundo del infierno. —Ca...capitán —tartamudea suavemente. —¿Qué pasa? —Takashi se acerca para que le hable al oído. —Creo que quiero irme —musitó. —¡Pero qué carajos! ¡Acaban de elogiar tu valentía y tú ya quieres irte! —exclamó algo irritado. —Si eso fue un elogio no quiero imaginar cómo me regañaría —voltea los ojos al otro lado del cuartel. El comandante se ríe y añade lo siguiente: —El miedo antes de matar por primera vez es algo normal mocoso, pero tu vida depende de lo que hagas para protegerte a ti mismo así que jamás desperdicies la oportunidad de clavar tu espada en el corazón del enemigo o él tomará ventaja de tus dudas. Además, jovenzuelo, recuerda que el campo de batalla no es solo un lugar de encuentro con los enemigos, tus camaradas protegerán tu espalda en todo momento y estarán dispuestos a morir por ti. ¡¿Verdad hombres?! —alzó la voz en el cuartel haciéndose escuchar en cada rincón. —¡Si señor! —gritaron todos los presentes llenos de orgullo y valentía. Unos minutos más tarde todos estaban listos para partir formando filas fuera del castillo esperando la orden del comandante Faraha y la bendición del rey antes de empezar su viaje. Como guerreros Zaladianos es una tradición escuchar las palabras del líder que los guiará en la batalla justo antes de salir a ella, llenar sus corazones latentes de valor es la principal obligación de un líder. —¡Camaradas de armas! —el comándate comienza su discurso de valor bajo un radiante y caluroso sol de atardecer—. Como su superior tengo el honor de guiarlos al campo de batalla y de luchar a su lado como mis hermanos, codo a codo en contra de las adversidades que caerán encima de nosotros. No lo negaré, es posible que sus pies jamás vuelvan a tocar esta hermosa y fértil tierra después de salir, pero jamás estarán solos mientras yo y la persona que tienen a su lado blanda su espada. Su muerte no será en vano, y nuestra victoria estará asegurada siempre que dejemos nuestro corazón y alma en la pelea. No piensen que el horizonte que vemos ahora es el único existente, abriremos caminos con nuestros arcos, martillos, espadas y hachas. Abriremos el paso a un nuevo amanecer donde nosotros los guerreros Zaladianos salgamos victoriosos una vez más. ¡Tráiganme la cabeza de sus enemigos! ¡Por nuestro rey! ¡Por nuestro Dios! ¡Por nuestra familia! ¡Por nuestros hermanos de guerra! ¡Y sobre todo por el honor de la victoria! —¡Sí! Se escuchaban los gritos de unos quinientos soldados Zaladianos que acompañarán a Faraha para poner fin a la guerra del oeste con los minotauros salvajes que ocasionaban problemas al reino y a los clanes aliados. Una batalla que daría inicio a la mayor guerra del ser humano, la guerra consigo mismo. Alsius iniciaría ingenuamente un viaje del cual no regresaría, al menos no vivo del todo. Que el honor de mis valientes soldados perdure La batalla que se avecina como la lluvia en primavera Y la sangre que será derramada por las orgullosas hojas de acero brillará bajo la luz del sol renaciente. Seremos asesinos de sueños y creadores del nuevo mundo Seremos destructores de vidas y amadores de muerte Creeremos en nuestras armas y confiaremos en ellas Y que nuestros camaradas muertos en batalla reciban el mayor honor de un guerrero Que su alma ascienda al Valhala.
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