CAPÍTULO DOS

1941 Words
CAPÍTULO DOS Ella agradeció que la música fuera lo suficientemente baja como para seguir conversando, aunque fuera a duras penas. No había nada más irritante que el martilleo de un bajo invadiendo tus sentidos toda la noche. Siempre la dejaba con dolor de cabeza. No tenía ni idea de cómo alguien podía disfrutar de que le violaran los tímpanos de esa manera. Había optado por un vestido n***o y tacones, con el pelo recogido en una coleta suelta. No se puso las gafas y optó por los lentes de contacto. Nada demasiado glamuroso, pero lo suficiente como para encajar entre aquellos que buscaban atención y las aspirantes a modelos que se esparcían por la pista de baile con sus teléfonos móviles apuntando constantemente hacia ellas mismas. Las luces eran tenues y había suficiente gente en el bar como para que se sintiera incómoda, pero se encontraba en una nebulosa, pensando en las cartas. Intentó apartarlas de su mente, pero siempre le resultaba difícil mantenerse presente en los bares y clubes. Sus pensamientos se iban a la deriva. Tal vez fuera por el constante murmullo de las voces, la música y el tintineo de las copas, que se combinaban para crear una especie de ruido blanco que la llevaba al país de la ensoñación. Ella y otras doce personas estaban de pie apiñadas alrededor de una mesa. Reconocía a la mitad de ellas, ya que solía encontrarlas desmayadas en su sofá los domingos por la mañana. Sin embargo, apenas conocía sus nombres, y mucho menos lo suficiente como para entablar una conversación. Todos parecían aislarse en sus pequeños subgrupos, y Ella rápidamente se vio al margen de todos ellos. Se inclinó hacia delante para escuchar una conversación, pero sintió que su intromisión no era deseada. Buscó a Jenna y la encontró hablando con un tipo cerca de la pista de baile. Incluso con la escasa luz del bar, era difícil pasar por alto el pelo rubio platino y los brillantes tacones rojos. Ella decidió alejarse de la reunión social e intentar un aproximamiento diferente en unos minutos. Tal vez habría una nueva conversación en la que podría participar. Se acercó a la zona de la barra y se apoyó en ella, contenta de dejar de intentar mantener las apariencias. Cuando por fin apareció el camarero, pidió un whisky con Coca-Cola. Optó por el Hibiki, uno de los destilados que Mia le había hecho probar en Luisiana. Desde aquella semana, había desarrollado un gusto por él. Sin prisa por volver al grupo, se apoyó en la zona de la barra y observó lo que ocurría. Posó los ojos en el nuevo chico de Jenna, observando su lenguaje corporal mientras hacía lo posible por impresionarla silenciosamente con su físico. Mia le había enseñado las señales que debía buscar: los pies, los codos, la distribución del peso corporal. Más inconscientemente que nada, Ella se encontraba ahora vigilando las microseñales de todo el mundo, especialmente de los hombres con los que se cruzaba. Cualquiera de ellos podía esconder secretos que solo su lenguaje inconsciente podía revelar. ―Hibiki, ¿eh? ―gritó una voz a su lado―. Lo japonés siempre es mejor, ¿verdad? Ella se dio la vuelta, sorprendida por la repentina intrusión. Vio la silueta lateral de un joven, quizá de un poco menos de treinta años, con el pelo castaño ondulado y unas gafas de montura negra. Llevaba una camisa azul ajustada y unos vaqueros. Pocos hombres podían combinar dos azules, pensó Ella, pero este desconocido parecía hacerlo muy bien. Tal vez fueran las gafas, que desprendían ese peculiar aire hípster que combinaba la ironía con una auténtica conciencia de la moda. Él gritó su pedido a través de la barra. Ella se fijó en sus modales. Siempre pensó que se podía saber mucho de alguien por la forma en la que trataba a los empleados del servicio. Él se volvió hacia ella, y solo entonces se dio cuenta de que no había dicho nada en respuesta. ―Sí ―dijo. Luego entró en pánico, tratando desesperadamente de pensar en algo ingenioso para continuar con la conversación. No se le ocurrió nada―. ¿Estás tomando lo mismo? ―Oh, no. No bebo. Solo tomo Coca-Cola light. Soy uno de esos molestos tipos de abstemios. ―¿En serio? ¿Por qué? ―En el trabajo nos hacen pruebas de alcohol y drogas todas las semanas. Me parece que lo mejor es mantenerse alejado de ellas. Además, me gusta recordar lo que pasó la noche anterior. Ella asintió con la cabeza. ―Igualmente. Soy una bebedora de ACN. Aniversarios, cumpleaños y Navidad. ¿Cuál es tu trabajo? No pudo evitar preguntárselo. Tenía la sensación de que él quería que lo hiciera. ―¿Prometes no reírte? La mayoría de las mujeres salen corriendo cuando se los digo. ―Estoy intrigada. ―¿Pero lo prometes? ―Claro ―sonrió ella. ―Soy un luchador profesional. Ella arqueó las cejas. ―¿Como en lucha olímpica? ¿O como Hulk Hogan? ―Lo último. Más o menos. Hace mucho tiempo que Hogan no es relevante. ―Eso es... interesante. Nunca había conocido a un luchador, aunque una vez tuvimos un caso en el trabajo en el que un luchador mató a su familia y luego a sí mismo. Él se llevó su bebida a los labios y la miró fijamente. ―Trabajo en las fuerzas del orden ―terminó de decir ella, esperando que eso lo impresionara, pero sin querer llevar la conversación exclusivamente por el camino del trabajo. Aunque tenía que admitir que le gustaba bastante estar hablando con un luchador. La gente con trabajos no convencionales siempre le interesaba, aunque tenía muy poca idea de lo que implicaba su trabajo. ¿Mucho ejercicio? ¿Tal vez salía en la televisión? Su curiosidad estaba al máximo. ―Vaya, eso es infinitamente más genial que lo mío. Debes ver algo de acción. El DJ hizo sonar una canción bailable y al juzgar por el hecho de que todo el mundo, excepto Ella, gritaba de alegría, era una canción popular. Ella reconoció la melodía básica, pero no tenía ni idea de quién cantaba. El caballero tomó su bebida y se volvió hacia ella. ―¿Sabes qué? Esta es mi segunda canción favorita ―dijo él. Ella olió su colonia. Vainilla suave pero con un toque de especias. Cuando él se apartó un poco, lo vio bien por primera vez. Tenía unos ojos azules sobre una nariz demasiado pequeña para el rostro. Una buena rutina de cuidado de la piel, y una complexión atlética, aunque un poco fibrosa. ―Eso es muy específico. ¿Cuál es tu favorita? ―Todas las demás están empatadas. Le llevó unos segundos. Se rio. ―¿No eres un fanático? ¿También te han arrastrado hasta aquí? ―Oh sí, por ese condenado al que llamo mejor amigo. ―Señaló al hombre que conversaba con Jenna. ―Oh, bueno, que Dios lo ayude. Está charlando con mi compañera de casa. Se lo comerá vivo. ―¿De verdad? ―preguntó―. Bueno, qué suerte tiene. ¿Le espera un mundo de dolor? Ella bebió un trago de su bebida. Sintió que se relajaba un poco. Hacía tanto tiempo que no se divertía que había olvidado lo que se sentía. ―Digámoslo así, si los hombres fueran fruta, ella fácilmente comería sus cinco al día. Los dos se rieron. «¿De dónde salió eso?» pensó ella. Nunca había usado esa frase en su vida, pero parecía ser un éxito. ―¿Y qué hay de ti? ―preguntó. Ahí estaba. Siempre preguntaban por su situación sentimental. Aunque, a su favor, él se había esforzado hasta llegar a eso. Ese enfoque solía tener más éxito que hacerlo de forma directa. ―Soy la chica más soltera que hayas conocido. Realmente no tengo tiempo para una relación. ―Pero ¿tienes tiempo para ir a los bares? ―él diluyó la pregunta con una sonrisa para compensar cualquier tono acusador. A Ella no se le escapó. ―Esta es mi primera salida nocturna en mucho tiempo. ¿Y tú? ―Las relaciones no son para mí. Soy una hoja de laurel ―dijo. Ella se quedó callada. Sabía que vendría una continuación. Pensó que ya tenía una buena idea de su personalidad. Para su sorpresa, se sentía realmente cómoda con este desconocido. Él no sobrepasó ningún límite físico, como ponerle una mano en la cintura como hacían muchos chicos en la discoteca. Parecía respetuoso y, aunque obviamente intentaba causar una buena impresión, lo hacía de la manera más agradable posible. ―¿Conoces las recetas que siempre piden hojas de laurel al principio? ―¿Un hombre que sabe cocinar? ―dijo Ella―. Bueno, no lo hubiera imaginado. ―Totalmente. Bueno, lo de saber es optimista, pero yo lo intento como en la universidad. De todos modos, al final, la receta siempre te dice que deseches las hojas de laurel, ¿no? Ella realmente no tenía idea, pero asintió de todos modos. ―Bueno, así soy yo. Me usan y se deshacen de mí al final. Rey de los amores de noventa días. Se rio, esperando que resultara simpática y no burlona. ―Me resulta familiar ―dijo―. Creo que así es como funcionan las citas modernas. Cada vez que hablaba, tenía que inclinarse y gritarle al oído, pero le agradaba la proximidad a su figura ciertamente atractiva. ―Soy terrible en las citas, pero puedo mostrarte lo terrible que soy si quieres ―dijo él―. ¿Tal vez tomando un café una tarde? ¿Tal vez en algún lugar donde la música no suene como la alarma de un coche sonando? Ella bebió otro trago y lo consideró. Parecía bastante decente. Se cuidaba a sí mismo sin entrar en el terreno de las ratas de gimnasio. Tenía personalidad. Podía mantener una conversación. «¿Por qué no?». ―Eso estaría bien ―dijo ella―. ¿Quieres mi número? ―preguntó. Pensó que quizá el alcohol la hacía más atrevida de lo normal. ―No diré que no. ―Él sacó su teléfono. Ella hizo lo mismo. ―Estamos en el 2021, y todavía no hemos descubierto una forma más fácil de intercambiar números con otras personas, ¿verdad? ―dijo ella. ―Hay aplicaciones que pueden entregar papel higiénico mientras estamos en el inodoro, pero intercambiar números es más difícil que un examen de matemáticas. ¿Quieres darme el tuyo? Ella se quedó mirando la pantalla, y recién ahora se dio cuenta de las tres llamadas perdidas, todas de la oficina del FBI. Luego apareció el nombre de William Edis. «Es urgente. Llámame cuando recibas esto». Sintió esa oleada de energía nerviosa. La misma que había sentido la última vez que Edis la convocó. ¿Era otro trabajo de campo? ¿Otro ofensor en serie? No había oído ningún rumor dentro del FBI sobre la aparición de nuevos asesinos en serie, así que si se trataba de un caso así, era exclusivo. ―Eh... Lo siento ―dijo ella―. ¿Puedes esperar aquí un segundo? Tengo una llamada urgente de trabajo. ―No hay problema ―respondió él. Ella se apresuró a salir al exterior, entre los fumadores y las parejas que se besuqueaban. Se alejó del alcance de los oídos de la multitud y marcó el número de Edis. Él contestó al segundo timbre. ―Dark. ―No hubo saludos―. Necesitamos tus servicios de nuevo. ¿Estás dispuesta? No necesitó preguntárselo dos veces.
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