Unas horas después, deserté con más tranquilidad. Después de la noche en vela y la huida, el sueño en la casa de Julia había sido un verdadero bálsamo.
Me levanté, me di una ducha larga y refrescante, sintiendo que por fin me quitaba todo lo que tenía que ver con Ronald de encima.
Bajé a la cocina siguiendo el delicioso aroma del café recién hecho y Julia estaba allí, ya vestida y con una energía contagiosa.
—Buenos días, dormilona —me dijo con una sonrisa afectuosa. —Siéntate, ya te serví un café.
—Buenos días, Julia —respondí, acercándome a la taza humeante. —Gracias, lo voy a necesitar. Tengo que salir a la calle a buscar trabajo cuanto antes. No puedo depender de ti.
Ella dejó su taza sobre la encimera y me miró con una chispa de picardía en los ojos.
—Bueno, quizás eso no sea necesario. De hecho, mi jefe está buscando una secretaria ejecutiva. ¿Te gustaría ir a entrevistarte?
Mi corazón se alegró al instante. Sentí cómo se me iluminaba el rostro. Encontrar algo tan rápido, sin el estrés de enviar cientos de currículos, era un regalo caído del cielo.
—¡Por supuesto que sí, Julia! ¡Dime dónde tengo que ir!
Ella se rio. —Genial, entonces bebe ese café rápido, nos vamos juntas, ma oficina abre pronto.
Unos veinte minutos después, mi ansiedad y mi esperanza se mezclaban mientras entrábamos a un imponente edificio de cristal y acero.
El edificio era elegante y sobrio, lleno de hombres y mujeres vestidos con trajes de corte impecable que llevaban maletines caros.
—Este edificio parece ser solo de abogados —comenté, sintiéndome un poco intimidada.
—Justamente —dijo Julia, mientras caminábamos hacia el ascensor. —El juez Alexander Stone, tiene su oficina principal en el tercer piso, y es ahí donde debes ir a entrevistarte. Es el abogado más respetado y temido de esta ciudad, pero ahora es un juez.
—¡Alexander Stone! —recordé al instante. —Una vez leí un artículo sobre él. Decía que era severo pero justo.
—Ese artículo no mintió —confirmó Julia, bajando un poco la voz. —Todos aquí le tienen un respeto absoluto y sí, es severísimo. Cualquiera que haya querido comprarle un veredicto o sobornarlo, lo juzga y lo condena a la cárcel o a acciones públicas por un periodo determinado. Es implacable con la corrupción.
Me estremecí, sintiendo un escalofrío.
—Eso... eso da miedo.
—No te asustes —me apretó el brazo con cariño. —Eres honesta. Solo entra al ascensor y presiona el nivel tres. Yo no puedo acompañarte porque tengo que quedarme en mi puesto de trabajo, aquí en recepción, en el primer piso.
La abracé con todas mis fuerzas. —Gracias por todo, de verdad.
Me separé de ella, respiré profundamente, y tomé el ascensor.
Cuando las puertas se abrieron en el tercer nivel, una mujer con un traje gris impecable me miró por encima de sus gafas.
—¿Viene por el puesto de secretaria? —preguntó.
—Sí —respondí, intentando sonar lo más profesional posible.
Ella no dijo nada más, simplemente me entregó una pequeña ficha de cartón. Al verla, suspiré. Llevaba grabado el número: 130.
—Estaré aquí el día completo— Dije abrumada.
—Si no quieres el ticket, puedo dárselo a alguien más— Dijo esa mujer llena de estilo.
—No es necesario, sabré esperar.
Agarre fuerte el número que me tocó mientras me dirigía a tomar asiento en una de las sillas de cuero, todo allí era fino.
Aproximadamente a las 4 de la tarde, justo cuando mi estómago empezaba a protestar y mi espalda a doler por las horas de espera, una voz masculina resonó en el pasillo.
—Todos pueden irse a casa. El juez Stone no seguirá con las entrevistas por hoy.
Me quedé helada, miré a mi alrededor y, para mi asombro, el resto de las personas se levantaron sin protestar y se dirigieron al ascensor. ¡Se iban sin más!
Me acerqué al hombre que había dado el aviso.
—Disculpe, señor. Eso es injusto. Llevo todo el día esperando, desde temprano en la mañana. No me iré hasta que el juez Stone me entreviste.
El hombre me miró con lástima. —Lo lamento mucho, señorita, pero el juez ya no recibirá a nadie más. De verdad, no podrá entrevistarla.
Estaba a punto de argumentar de nuevo, cuando una voz de mando y autoritaria se escuchó desde dentro de la oficina, tras la pesada puerta de madera.
—Que pase, no quiero escándalos— Dijo.
Sentí un subidón de adrenalina. ¡Lo había conseguido! Miré al empleado con una sonrisa de victoria antes de dirigirme a la puerta.
Entré a la oficina, era un espacio inmenso, elegantemente decorado con tonos oscuros y estanterías llenas de libros de leyes.
Tras un gigantesco escritorio de caoba se encontraba un hombre. Era Alexander Stone.
Vestía un traje fino, impecable, que acentuaba su figura esbelta. Tenía el pelo castaño, ligeramente ondulado, y unos rasgos que no pude evitar encontrar deslumbrantes.
Era un hombre poderoso y atractivo, la encarnación de la autoridad.
—Buenas tardes, soy Daniela —dije, tratando de controlar mi voz para que no delatara mi nerviosismo.
Me acerqué al escritorio y le ofrecí mi currículum, que había impreso justo antes de llegar con Julia a la empresa. —Aquí está mi currículum, puede checarlo.
Él lo tomó sin levantar la mirada para verme, concentrado en unos documentos que tenía enfrente.
Estuvo en silencio unos segundos, leyendo solo por encima la hoja que le había entregado.
Finalmente, dejó mi currículum a un lado y suspiró, pasó mano por su melena, como si estuviera cansado de lo mismo.
—No está calificada. No eres la persona que necesito— Dijo.
—¿Cómo dice? —Mi voz se alzó un poco, llena de indignación. —¡No me ha preguntado absolutamente nada! Trabajaba redactando documentos de contratos en una empresa de abogados y además soy estudiante de derecho.