Rechazo total

1093 Words
Solo entonces, Alexander Stone levantó la mirada y sus ojos, de un color azules oscuros y penetrante, se encontraron con los míos. Su expresión era imperturbable, era claro que sabía incluso como intimidar con la mirada. —Mi respuesta es no. Me quedé viéndolo a los ojos por unos segundos, sintiendo cómo la frustración se convertía en un desafío tranquilo. —Es una lástima —dije finalmente. —Es una lástima que lo que dicen de usted sea verdad. Eso pareció llamar su atención. Inclinó ligeramente la cabeza. —¿Y qué es lo que dicen de mí? —Que es muy severo —repliqué, sosteniendo su mirada. —O al menos eso decía el artículo que leí sobre usted. Una media sonrisa se dibujó en sus labios, una expresión que apenas alteraba la seriedad de su rostro. Se levantó de la silla, revelando su altura imponente, y se acercó a mi. Sentía que el aire escalaría de mis pulmones. —Le daré el trabajo —dijo, con esa voz controladora. —Solo si está dispuesta a cumplir con unas reglas. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. —Disculpe, ¿a qué reglas se refiere? Se detuvo a pocos pasos de mí. Como si lo que estuviera a punto de revelar, podría ser peligroso. —En unos meses me caso, pero mi prometida no está en el país. Estoy buscando una secretaria que esté apta para trabajar con mi apretada agenda, pero también para... satisfacerme. Parpadeé varias veces, tantas que no me di cuenta, sin entender del todo la implicación, aunque el tono y la mirada me lo decían todo. —No... no entiendo lo que dice— Dije haciéndome la que no entendía. —Serías una especie de... una mujer que satisface a su jefe mientras trabaja. Lo que sea que yo necesite. Antes de que pudiera procesar la horrible propuesta y responder con la indignación que sentía, la puerta se abrió abruptamente. Era la recepcionista del tercer piso, la que me recibió en la mañana. —Disculpe, juez Stone. La joven Hilary acaba de llegar y dice que necesita verlo. Alexander cerró los ojos un instante, con una expresión de hastío. —No sé cómo deshacerme de Hilary de una manera poco brusca. Justo en ese momento, Hilary entró sin ser invitada, ignorando a la recepcionista. Era una mujer alta y rubia, visiblemente molesta. —¿No me ibas a recibir porque tienes una nueva amante? —espetó, mirándome con desprecio. —Lo que sea que había entre tú y yo, terminó, Hilary —dijo Alexander con firmeza, sin inmutarse. —¡No acepto eso! Seguro lo dices porque tienes a alguien más, seguro está mujer ahora es tu amante. La sangre me hirvió, no iba a permitir que me usara ni me insultara. Intervine, dando un paso adelante. —Lamento mucho que no lo acepte, señorita, pero es mejor que se marche. Veo que solo provoca problemas y halagos mal de la gente sin conocerla. Hilary me lanzó una mirada venenosa. —¿Crees que no sé quién eres? Él te usará como a las otras. —Ese no será mi caso —le aseguré con seguridad. Hilary no dijo nada más, me miró una última vez, y sin decir nada más, salió de la oficina dando un portazo. Alexander me miró de nuevo, con la misma seriedad, como si no hubiese pasado nada. —Entonces, señorita Daniela, ¿acepta mi propuesta? Sentí un escalofrío helado por todo mi cuerpo, pero mi voz salió fuerte y clara, como un látigo. —Jamás aceptaré una propuesta como esa. Sin esperar su respuesta, ni una sola palabra más, me di la vuelta. Crucé la lujosa oficina y salí por la puerta principal, sintiendo el mismo impulso de huida que sentí al salir del departamento de Ronald. Había escapado de la oscuridad de una trampa y no iba a caer en la oscuridad de otra, por muy elegante que se viera. Bajé al primer piso con el pulso acelerado, la indignación por la propuesta de Alexander Stone era tan fuerte como el alivio de haber escapado de él. Me acerqué al mostrador de recepción, donde Julia estaba organizando unos papeles. —Julia —dije, tratando de sonar tranquila a pesar de mi respiración entrecortada. Ella levantó la mirada. —¿Qué tal te fue? ¿Te dieron el puesto? —Rechacé la propuesta de trabajo —le informé, con la barbilla en alto. —En casa te diré la razón, pero ahora debo salir de inmediato. Necesito buscar empleo, cualquier cosa. Julia me miró con preocupación y comprensión a la vez. —Está bien, Dani. Pero ten mucho cuidado. Le sonreí y tome su mano para luego salir del edificio. Pasé la tarde caminando sin rumbo por el centro de la ciudad. Entré a todas las oficinas de abogados, notarías y empresas de servicios que encontré. En algunas me decían que no necesitaban a nadie; en otras, después de echar un vistazo a mi currículum, me informaban amablemente que no estaba calificada para los puestos disponibles. La sensación de desesperanza comenzaba a instalarse en mi pecho. Cuando la noche cayó, regresé a la casa de Julia, exhausta y derrotada. Apenas abrí la puerta, me encontré con algo que no esperaba, algo que me hizo olvidar mi cansancio. Ulises estaba allí. Sentado en el sofá de Julia, con la cara hinchada y amoratada por los golpes. —¡Ulises! ¿Qué te pasó? —Grité, acercándome rápidamente a él. Se encogió un poco al verme, pero luego soltó un quejido. —Tuve que venir a la ciudad... huyendo de unas personas que quieren hacerme daño. —¿En qué estás metido? —Le pregunté, sintiendo un escalofrío. Parecía que la pesadilla me perseguía. —Debo mucho dinero, Dani. Mucho y por eso me golpearon. Julia, que estaba de pie en la entrada de la cocina, cruzó los brazos y lo miró mucho enojo. —¡Eres un inútil! Siempre estás metiendo a tu hermana en problemas. Ulises se revolvió, lanzándole una mirada desafiante a Julia. —Si mi hermana no hubiese dejado a Ronald, yo no estaría en esta situación. Me quedé paralizada, sintiendo cómo se me helaba la sangre. —¿Qué tiene que ver Ronald en todo esto, Ulises? Él evitó mi mirada, gimiendo de dolor otra vez. —Ronald... Ronald me pasaba una mensualidad. Me pagaba para que le dijera a qué hora llegabas a casa, cuándo salías, sobre todo cuando ustedes no se veían. Quería saber cada movimiento tuyo.
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