La casa.

1626 Words
Gritos, sangre, fuego. Max ayúdame... ayúdame... Lleno de sudor, Max despertó de un solo golpe. Su corazón tan acelerado era muestra de que había tenido otra de las tantas pesadillas. Se llevó la mano a la cara agotado, en realidad, su cuerpo no podía más, necesitaba descansar físicamente. —¡Por fin despertaste!—escuchó una voz a su lado, palideció pegando un respingo, estuvo a punto de caerse de la cama si se hubiese movido otros centímetros más. —Carajo, pensé que todo era un sueño—dijo con los ojos tan abiertos que se le iban a salir. Miraba de arriba abajo el resplandor de la muchacha y su silueta parada frente a él. —Son las 10:00 am. ¿Acaso no trabajas? Max blanqueó los ojos como si ese comentarío se tratara de una broma. Se dejó caer de espalda a la cama envolviendose en la concha del hombre araña. —Es domingo, estoy cansado y deseo dormir todo el día —Jum, si claro—se cruzó de brazos aproximándose a la cama, mirando la corcha divertida—. Muy masculina tú corcha —Gracias, aún amo al hombre araña—hizo una seña de paz y amor con los ojos cerrados. Gasparin se sentó a su lado. Se sorprendió que por lo menos en la cama no se desvaneciera. —¿Acaso no tienes nada productivo que hacer? —Soy productivo de lunes a sábado. Los domingo estoy vuelto mierda—Max cambió de posición acostándose de un lado. La chica pudo observar sus pestañas largas pegadas aun a los ojos, su boca entre abierta, unas cuantas pecas dibujada en sus pómulos y una boca delgada. —Podríamos investigar sobre mi pasado...—intento hablar, más Max ya estaba lanzado a los brazos de morfeo roncando como si fuera un leon reclamando su selva. Gasparin blanqueó los ojos. Hombres... Por alguna razón estar en la casa le traía escenas fugaces sobre bienaventuranzas, un aura invadía su corazón con alegría. Ella pudo discernir que en ese lugar fue realmente feliz por todos los sentimientos acumulado en su pecho, de eso no tenía ninguna duda. Acostada en la cama le dió un vistazo a la corcha del hombre araña que de vez de estar azul tiraba un color amarillento. ¿Desde cuándo no lavaba esa corcha?. Le dió un vistazo a aquel cuarto llenos de postel de rock, hombres con cara blanca y la lengua afuera y una guitarra eléctrica. En el suelo de madera en una esquina se encontraba un montón de ropa acumulada, zapatos fuera de su lugar. Pedazos de pizza llenos de mohos y un piso que podía asegurar estaba cochinisimo. ¿Acaso este hombre no limpia? ese era el panorama del cuarto, porque el apartamento estaba peor, no se sorprendía de las ratas ni de cucarachas paseando por los mesones, porque esa casa era un basurero. Su casa estaba hecha cenizas por un hombre que no se dedicaba ni siquiera a pasarle una escoba. Lamentó no poder tocar ningún objeto sólido, sin dudarlo se pondría a sacar ese mugrero. La casa estaba deteriorada, llena de humedad, desordenada al mil por ciento, el baño era un asco, la taza se encontraba toda amarillento y ni hablar la parte de ducharse. La cocina, la sala, las dos habitaciones. El jardín descuidado, pareciera que allí vivieran dos personas sin alma, sin sentido ni dirección de vida. Si su casa era fría, y caótica, así también eran ellos por dentro. Se abre la puerta, Gasparin corre para asomarse en la ventana. Una camioneta negra estaba estacionada afuera. Pasos... hasta que se entreabre la puerta del cuarto de Max. La chica se pegó a la pared, como si lo que se aproximaba era un espíritu malvado dispuesto hacerle daño, sin embargo, el padre del chico asomó su cabeza y después de verle dormido hizo un mohin de desaprobación blanqueando los ojos. Finalmente ingresó, dándole un manotazo en el pies. —¡Max... despierta! son las 12 del medio día. —Uuum—jadeó enrollandose más en la sabana como una serpiente enroscandose en su propio cuerpo —¿Lo olvidaste? quedamos en almorzar juntos. —Ah, eso—susurró bostezando, estirando sus brazos de lado. —Vamos... levantante, cambiate y te espero abajo —Aja. El padre cerró la puerta. Max se levantó de la cama arrastrando los pies, como si todo el cuerpo le pesara. Gruñó en silencio haciendo mueca con su boca mientras se quitaba la chamarra mojada, acto seguido la camisa. —Oh cielo, estoy aquí. Estoy aquí—se tapó los ojos. —Ah, sigues allí—dijo con fastidio, desabrochandose los pantalones. —¡Oye! ten modestia conmigo. —Tú eres la que estás parada codiciandome con tus ojos. —¿Codiciandote? no tienes nada para admirar—Max se rió volteandose con mirada divertida, despojandose de los pantalones de rayas. La chica se volteó con los ojos pelados. —No tienes vergüenza. —Tú eres la que estás aquí, fácilmente puedes desaparecer por las paredes mientras me cambio. No dijo nada. Max tomó unos pantalones jean, una camisa con un rosado pastel y una chamarra con capucha negra. —¿No te vas a duchar? —Ya me duché ayer—contestó con flojera. Se dió la vuelta visualizando como él se colocaba unas converse negras con blanco. —Tu cuarto apesta. —Gracias, huele un poco a mí. Blanqueó los ojos —Enserio, deberías de limpiar un poco, esto es un basurero. —Es mi desorden, no el tuyo—bufó fastidiado amarrandose los cordones. —Es una bonita casa, si le pusieras corazón a limpiarla, decorarla a... —No tengo tiempo de nada de eso—masculló saliendo de la habitación, bajando las escaleras con rapidez para encontrarse con su padre en la sala. La chica le siguió. —Vaya, te vez bien—halago, observando todo el desastre de la sala—. Esta casa es un basurero hijo. —Se lo dije—agregó Gasparin sin que el padre la oyera, no obstante, Max si la escuchó. De repente, la chica sintió náuseas, acidez en su garganta, ganas de vomitar. Comenzó a toser y en pocos segundo la respiración le fallaba sin dejar de toser. —Contrataré a alguien para que limpie mañana. ¿Estas de acuerdo? —Lo que tu digas—se lamió los labios observando como Gasparin se ahogaba sin razón con un toser desgarrante. —Bueno, ¿nos vamos?—se levantó del asiento su padre. Llevaba su cabello hacia atrás como siempre, sus cejas perfectamente tupidas, su barba recién afeitada en forma de candado. Sus ojos eran negros como la noche, su chaqueta de cuero le daba un aspecto juvenil con una camisa blanca y unos jean. El hombre primero salió, Max le pasó por un lado a la chica. —Oye... ¿estás bien? Asintió doblandose hasta toser arrodillada. —Estaré bien, te espero aquí. —Okey—dijo con preocupación. ¿De qué se podía preocupar? era un fantasma, estaba muerto, ¿qué le podía pasar?. Se relajó cerrando la casa, metiéndose al auto de su padre. *** La respiración le faltó. Tuvo que arrastrarse para salir de la sala. Ese lugar de la casa por alguna razón desprendía un aura negativa que la dejó sin aliento. Una vez se alejó para arrastrarse hasta el pasillo paró de toser, sus sensaciones, emociones, y sentido se estabilizan hasta normalizar su respiración. Se sentó en el suelo inhalando y exhalando. Cerró los ojos por un segundo y los vuelve abrir. Sin embargo, ahora cuando los abre, divisa como una sombra negra se introdujo a la casa, con un aire de malicia. Los ojos le alumbraba de un amarillo y dos colmillos sobresalían a cada lado de su boca. Gasprin se quedó inmóvil, visualizando los movimientos de la sombra que se incrustaba en la sala y salía por el pasillo una y otra vez como si estuviera condenada a un hechizo. En uno de sus movimientos el ente se dió cuenta de su presencia y se lanzó como un animal hacia ella quedando encima con sus garras en el cuello. A esa cosa la chica si lo podía tocar, golpear, era como si los dos fueran salido del mismo lugar. Las garras abrasadoras de la criatura arrasaron su cuello pequeño mientras que ella se defendía con todas sus fuerzas. Cerró los ojos por un segundo y el deja vú la desconcertó un poco. Se vió asimisma en un bosque, con dos manos en su cuello y ella buscando de defenderse. Sea lo que sea que estuviera pasando, podía sentirlo en carne propia. —¡Noo, déjame, nooo!—sollozo buscando la forma de liberarse de la sombra. Hasta que se esfumó. La chica se levantó agitada, con las lágrimas al borde. Cerró nuevamente los ojos y un recuerdo fugaz cegó sus pensamientos. Eran unas botas, una sombra, un humano, con intenciones sangrientas, sus manos manchadas de sangre, un aura oscura y tenebrosa. La sensación de ese recuerdo horrorizaba a la muchacha. El revivir escena le provocaba las mismas reacciones tan tangible que parecía que lo estuviera volviendo a vivir. Este sujeto maquiavélico, sombrío, comía alma fácilmente, devoraba con sus manos las ganas de vivir, succionaba con su boca los suspiros y soplaba aliento de muerte. Ella apretó su brazo a medida que el recuerdo se desplegaba aunque no pasaba de unas botas negras y la maldad que simbolizaba el hombre. Percibió otro sentimiento de temor que la hizo reaccionar. Se quedó mirando la puerta de entrada horrorizada, ahora de algo estaba segura. El que quiere matarla... estuvo en su casa. ☆☆☆☆ ¿Que opinan? apenas la historia va comenzando. Besos.
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