Vive tú vida.

1959 Words
El despertar de Max fue ligero, radiante, había dormido tan plácidamente como un bebé envuelto entre la corcha del hombre araña. Al abrir los ojos lo primero que encontró a su lado fue a un fastama reluciente que tenía los ojos cerrados, la boca entre abierta y respiraba con lentitud. Sonrió al verla allí, ya no le tenía miedo, no creía fielmente que estaba al borde de la demencia por hablar con un ser irreal. Puntualizó su visión en sus facciones del rostro. Sus pestañas largas, su boca roja, sus mejillas coloradas, además, de ir acompañado por ese resplandor que la hacía lucir como un Ángel. Se levantó estirando un poco, bostezando, despojándose de toda la flojera contenida en su cuerpo. Kimmi pegó un respingo tocándose el cuello con fuerza. Respiraba por la boca, gemía de dolor y de repente, unas marcas aparecieron en sus muñecas de la nada. Al ver como una cicatriz se formaba en sus muñecas, el chico se asustó, ¿que significaba? ¿acaso el come almas la estaba torturando?. —¿Estas bien?—se aproximó a ella queriendo cogerle las manos y cuando lo hizo la traspasó disipandose como la neblina. Kimmi asintió con dificultad, le costaba un poquito tragar, no obstante, a los minutos se recuperó respirando por la boca. Max suspiró. ¿Que podía decir para ayudar a un fastama? —¿Segura estas bien?—volvió a preguntar preocupado. —Estoy bien. —Bueno, hoy tengo terapia, ya sabes, no se si quieras acompañarme...—miró el suelo un poco abrumado, la ultima vez que Kimmi fue a terapia a su lado, terminó abandonandola y gritándole. —Si quiere...—respondió casi de inmediato. Max peló los ojos con un cosquilleo en el estómago y una sonrisita que se estaba comenzando formar. —Bien, okey. Me voy arreglar entonces. Después de ducharse, lavarse los dientes, vestirse, y tomarse la aspirina del día. Maximiliano Sandle bajó las escaleras al lado de Kimmi. La chica no dejaba de contemplar que llevaba una sudadera con capucha negra, pantalones jean y sus zapatos habituales que tanto a él le gustaba. Kimmi se detuvo en el portal de la sala en seco. —¿Que pasa?—formuló Max levantando una ceja. —No puedo cruzar la sala. —¿Por? —¿Ya lo olvidaste?... —resopló—. No sé, me ahogó, no respiro cuando estoy específicamente en este lado de la casa. Siento como si me pusieran las manos en la boca para tratar de silenciarme. Además, presiento un aura maligna en este lado, sedienta de sangre, y de mucha maldad—declaró volviéndose hacia las escaleras—. Paso... preparate algo y te esperaré aquí. —Okey—bufó Max contemplando lo impecable de la sala. De repente en su mente cruzó una pregunta algo loca y descabellada: ¿Y si algo sucedió en esa sala? algo como sangre, muerte. Sacudió la cabeza mientras se preparaba un sándwich de jamón con queso, quería apartar esos pensamientos negativos de su mente. Una vez se lo preparó, se sirvió jugo de naranja y se fue directo a sentarse en las escaleras junto a Kimmi. —¿Mucha hambre?—preguntó la chica mirándolo divertida. Asintió con la boca llena. —Aveces tengo mucha hambre, y las otra veces no. Son efectos secundarios de tomar medicamentos. —¿Medicamentos?... mmm. Ya—hubo silencio entre ambos, Kimmi solo podía mirarlo, y con eso para ella era suficiente. Verlo tan entusiasmado comiendo le dió un cosquilleo en el estómago que la asustaba, lo asemejaba con mariposas en el estómago al estar comenzando a sentir cosas por alguien. Su condición de fantasma no le limitaba a que estos sentimientos se volvieran más intensos. —Max...—rompió el silencio. —Hmmm. Se pensó dos veces antes de hace una pregunta inadecuada, sin embargo, tenía algunas curiosidades de saber el motivo de porque ese chico guapo, simpático, y agradable asistía constantemente a terapia grupal y tomaba medicamentos con tanta precisión. —¿Por que tomas medicamentos? Él sonrió bebiendo un poco de jugo de naranja. —Me diagnosticaron con una depresión severa hace 5 meses. —Y... ¿trataste de... hacerte daño?—musitó arrastrando la palabra "daño" Max bajó la cabeza, hablar de eso le ponían los pelos de puntas. —Si. Traté de ahocarme. Kimmi abrió la boca sin poder creer que un chico como él pudiera hacer semejante cosa. Junto a Max entendió que hay personas que se aferran a vivir y otras quieren morir. —¿Querias morir? —Si, si queria. —Y... en estos momentos... MMM... ¿quieres morir? El chico se le quedó mirando dudoso. Suspiró ante esa pregunta, nunca se la había planteado o por lo menos no tenía el tiempo para hacerse una introspección de como se sentía. —No lo sé—susurró. —Max, ¿puedes prometerme algo?—dijo, con algo de melancolía en su voz. —Si. Bueno, depende de lo que sea. —Si yo estoy muerta.... prometeme que vivirás tu vida por mi. Harás lo que yo no podré hacer... El desconcierto en el rostro de Max fue evidente. Su boca se abrió ligeramente, tratando de procesar sus palabras. —Kimmi... yo... —Chiii, prometemelo por favor. Prometeme que me recordarás cuando desaparezca Sus ojos recayeron nuevamente en confusión. Hubo silencio, y los dos se sostuvieron la vista por unos minutos. Aquellos ojos negros conectaron con las pupilas de un color miel de ella. De pronto, su mirada se centró en los labios rojizos que lo tentaba a besarla. Joder, madre mía, el cosquilleo otra vez en su estómago, el fuego en su corazón al apreciar lo hermosa que Kimmi Bloom en realidad era. No pudo negarse, no pudo decirle que no, no pudo besarla, ni mucho menos dejar de sentir lo que estaba sintiendo por alguien que desaparecería, se desvaneceria al igual que la neblina y solo permanecería en su memoria. —¿Que quieres que haga?—preguntó con un cierto grado de dificultad, sin dejar de contemplar ese resplandor que tenía al frente y tan cerca de él. —Que vivas tú vida. Que viajes a los lados que no podré ir. Que cantes lo que nunca podré cantar, que abraces a las personas, que ames con sinceridad, y sobre todo, que olvides esta parte de ti. —Joder—suspiró Max como si le faltara el aliento. Las lágrimas estaban a punto de salir—. Me pides demasiado. —No, sé que algún día lo harás. Y yo estaré orgullosa de ti. Hubo silencio nuevamente, solo miradas y algunas risitas escapadas. Maximiliano se levantó, dejó todo en orden y se embustió en su auto. Agradeció que Kimmi estuviera a su lado para por lo menos establecer una plática y no sentirse solo de camino al auto, ni en su casa. Al llegar a la terapia saludó al psicólogo y sentándose en su puesto habitual respondió efectivamente a la terapia del arte. Sonrió al ver lo que habia dibujado porque en realidad así se sentía. Eran mariposas, luz, claridad ante lo gris que se encontraba su mundo. Divisó que Hailey y Erick hablaban amenamente y a la percepción de Max, eran una bonita pareja. Revisó su celular dándose cuenta que tenía varios mensajes de Cristina y uno de Mildre. Abrió primero el de Mildre: Max, quiero saber... ¿por qué me preguntaste sobre Kimmi? Olvidó el mensaje y ahora desplegó los de Cristina. Hola guapo... Sé que debes estar ocupado, pero cuando puedas llamame, ya sabes... para hablar un rato. Puso los ojos en blancos. El psicólogo se le acercó dándole una palmadita en el hombro. —Vaya... no sabia que te gustarán las mariposas. Hoy estás con mejor semblante. Incluso, pareces hasta feliz. Max sonrió. —Lo estoy... —¿Y que te tiene tan feliz eh? cuenta, cuenta—el doctor lo miró a la expectativa. —Estoy saliendo con una chica. —Eso es estupendo Max. Mientra más motivado este, más rápido superarás todo. Max salió de su terapia con una sonrisa. Kimmi lo había esperado sentada en las escaleras de salidad porque escuchó como desde afuera un joven tocaba el violín. Esa música le congojaba en alma, le recordaba lo feliz que en un tiempo fue tocando el instrumento y lo mucho que amaba ejecutar esa acción. Suspiró cerrando sus ojos lentamente para contener las lágrimas. —¿Que tal toca?—preguntó Max. —Exqusito. Tiene un cuidado para hacer las melodías que me pareció brutal—el chico sonrió memorizando cada gesto que ella hacía con su rostro al escuchar la música. ¿Que tenía Kimmi que la hacía tan especial? practicamente a ambos les gustaban las mismas cosas. —¿Nos vamos? —Claro... ¿cómo te fue? Max bufó, buscando su auto. ¿Como te fue? una pregunta sencilla pero significativa. Tener a alguien a quien contarle esas pequeñas cosas de la vida era felicidad absoluta. Y más para alguien solitario como Max. El trabajo fue ligero. Bazz no dejaba de quejarse y suspirar por Mildre, de vez en cuando Max y Kimmi sonreían antes sus locuras. Y al marcharse y pasar por el bosque, la chica sintió la sensación de un dolor intenso de cabeza, en sus articulaciones, y cuello. Max la miró de reojos. —¿Que pasa? —Este lugar...—dijo sin aliento. —¿Que con este lugar? —Hay algo aquí muy malo Max El chico contempló lo lúgubre del sitio conteniendo el miedo que ese bosque le provocaba. Siguió conduciendo. Ni porque Dios mismo bajara del cielo, se metería en ese lugar. Asimismo, al llegar a la casa, se tendió en la cama y a su lado Kimmi. Otro mensaje de Cristina... —Vaya... esa chica de verdad te quiere para ella—escupió al ver la pantalla del celular. Él sonrió.Dejando el teléfono a un lado sin abrir el mensaje. —Soy irresistible—se carcajeó—. Por cierto, no te he preguntado, donde carajos estuviste todo este tiempo... ya sabes, desde nuestra pequeña pelea. Kimmi resopló con fastidio. —Pues, he estado siguiendo a la vieja tetona. Crei que soltaria alguna información sobre mi y bueno... la hija de puta ni me mencionó. Aunque si vi cosas interesantes. —Define "cosas interesantes" —Te concierne a ti... de pronto a tu padre—declaró mordiéndose los labios. Max le prestó toda la atención posible. —Vamos, díme. Sueltalo ya. —Bueno, la muy bendita de culo y tetas falsas tiene una especie de encuentros sexuales con tu padre El chico abrió la boca sorprendido. —¿Con mi padre? ¿en qué momento? —Por las noches, muy tarde. Y ambos parecen gorilas follando—Max le dió un sentimiento repulsivo imaginarse a ambos follando como gorilas. —Oiga, cuenta, ¿ espiabas sus encuentros?—sonrió divertido. —¡Que asco! no soy una pervertida—arrugó las cejas—. A ver... ahora tú... ¿cómo me conseguiste? ¿cómo sabías que ese lugar era mi favorito? —Mildre me lo dijo. —¿Como conociste a Mildre? Max bufó. —Es una larga historia que te contaré después porque estoy muy cansado— bostezó Al rato, Max se quedó dormido. Kimmi se acostó a su lado. Suena el teléfono... Sigue sonando. Max buscó el celular con su mano y somnoliento contestó. —¿Aló? —Max, dios mío santo, por fin me comunico contigo. —Bazz, son prácticamente las dos de la mañana. ¿Que coño te pasa?—gruñó enfadado. —Max escucha, escucha.. Hubo silencio en el auricular. —Cristina está muerta. ☆☆☆☆☆☆ Dejen sus comentarios
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