La noche comenzaba a caer, las estrellas ocupaban el lugar de las nubes y la flamante luna resaltaba poco a poco en aquella manta oscura, era mi hora favorita, el cambio que más anhelaba en el día, ver la magnífica puesta de sol, me hacía recordar a mi viejo primer amor, aquel amor que alguna vez me hizo sonreír y ser feliz.
Y justo así como cambia el día y la noche, mi amor se desvaneció, no mis sentimientos, él desapareció de la faz de la tierra tras ese trágico accidente.
Fueron los meses siguientes de su partida la parte más dolorosa, aceptar esa enorme pérdida me llevo más allá de dos años, pero ahora lograba ver la magnificencia y gran poder de la luna para ocupar el lugar del sol. Sí, eso, ocupar su lugar, eso me hacía pensar que algún día llegaría alguien a mi vida como la luna, para ocupar el lugar que mi primer amor había dejado, alguien tan deslumbrante que me hiciera sentir por lo menos la mitad de lo que llegué a sentir por él. Parecía algo imposible pues él había sido la persona más fuerte, valiente y vivaz que jamás había conocido.
Esa noche dormí poco, recordaba aquellas llamadas a través de la pantalla y ya no sentía tanta nostalgia, mi vida debía seguir adelante y tenía que poner todo mi entusiasmo y mi mejor cara al presente, a vivir cada día sin arrepentirme de nada. Su voz en aquella grabación estaba en mi memoria, pero estaba lista para borrarla y seguir adelante.
La mañana después de mi último examen del curso abandoné el salón de clases, era la última vez que vendría a este lugar, la graduación no tardaba en efectuarse y yo aún debía arreglar algunas cosas importantes.
Mi mejor amiga me dejó en casa después de aquella tarde, estaba exhausta, había recorrido aquellas calles de local en local para buscar el atuendo que mereciera ser usado por ella en la noche de graduación. Yo no estaba entusiasmada como ella por aquella fiesta, era una más de esas aburridas fiestas después de todo.
Cuando la hora llegó, el auto rojo de mi amiga se estacionó fuera de casa, sonó el claxon cómo ella solía hacerlo a diario y me apresuré a salir para abordar en el asiento de copiloto.
-Esta debe ser una noche inolvidable –me dijo mi amiga lo más seria que se le permitía parecer –has pasado por mucho y esta noche debes disfrutar de la fiesta, debes hacerlo por ti, las cosas sucedieron así pero como él te lo dijo debes vivir tu vida
-Sé lo que debo hacer, antes de venir borré la grabación –la conversación se tornó más seria
-¿Lo hiciste realmente? –detuvo el auto a la orilla del camino y me miró
Asentí sin poder decir nada más, era un paso importante que ya me sentía con el coraje suficiente para dar. Ella sabía lo que eso significaba para mí y me abrazó para consolarme.
-Vamos a divertirnos hoy –le dije más animada
La fiesta estaba en su mero apogeo, todos parecían disfrutar de aquella estruendosa música que a la larga molestaba en los oídos, desde mi puesto en aquella banca cerca del bar observaba los atrevidos movimientos de todos aquellos que ocupaban la pista, era un baile bastante bochornoso, por lo menos para mí, para el resto resultaba bastante normal.
Y ahí lo miré por vez primera, llevaba un atuendo de lo más común, no se había emperifollado ni llevaba un costoso y elegante traje, llevaba solamente un pantalón de mezclilla y una camisa poco formal que le quedaba a la perfección, era atractivo a simple vista, la mirada de muchas estaba sobre él, incluida la mía.
Se sentó en el banco que mi amiga acababa de dejar libre. ¡Vaya sinvergüenza! Me hizo ver mi verdad, me condenó como “aguafiestas” y criticó mi atuendo de pies a cabeza. ¡Qué persona más horrible!
-¿Entonces dejarás de ser aguafiestas y vendrás a la pista conmigo? –dijo aquel joven coqueto
-Perdería mi tiempo si acepto ir contigo –respondí a la defensiva
-¿Será que tienes miedo?
-¡¿Miedo!? ¿Por qué debería tenerlo? –reí nerviosa
-De enamorarte de un hombre como yo –solté una carcajada ante su insinuación, me parecía divertido que pensara que alguien como él podría ser tan importante como un amor –Si no tienes miedo entonces debes acompañarme a bailar a la pista –insistió
Me tomó de la mano y me llevo hasta el centro de la pista de baile, y todo parecía acomodarse para que él pudiera estar cerca, pues en ese momento comenzó una canción como de vals que me obligo a bailar abraza a él.
Me sentía torpemente nerviosa, había algo en él que me incomodaba, pero al mismo tiempo había algo que se sentía tan familiar que me agradaba estar tan cerca.
Sus susurros en mi oído me hacían erizar la piel y su mano sobre mi cintura me hacía temblar.
-La primera vez que te vi estabas en la ciudad, corriste tan rápido hacia ese taxi que dejaste caer algo –me dijo aquel joven cuando regresamos a nuestro asientos cerca de la barra de bebidas
-¿De qué hablas? –pregunté confundida
-Era una tarde de primavera, fue por la tarde, ibas acompañada por alguien, caminabas desorientada por la ciudad y luego las dos corrieron hacia un taxi –recordé aquel día, el día que me había enterado de la enfermedad de mi primer amor, el día en el que decidí luchar a su lado.
La melancolía me invadió de nuevo, pero ahora venía con un profundo arrepentimiento, había borrado la grabación ya no podría escuchar su voz. Me levanté de mi asiento y corrí hasta la salida del salón.
-¡No te vayas! –escuché a lo lejos una voz familiar -¿Qué ocurrió?
-Regresaré a casa, no me siento bien
Esa noche lloré como en aquella despedida frente a su tumba, sentía que lo extrañaba demasiado y que no podía dejarlo ir todavía.
La mañana siguiente desperté más tranquila, resolví que mi llanto de anoche había sido la última despedida, que por fin podía dejarlo ir, que debía seguir con mi vida.
-¡Hija! Tienes una visita –escuché gritar a mi mamá desde la sala de estar.
Me arreglé lo suficiente para verme decente y salí de mi habitación
-¿Qué haces aquí? –pregunte al ver al joven de la fiesta de la noche anterior
-Tu amiga me explicó algunas cosas cuando te fuiste, no sabía que…
-No tenías por qué saberlo, eres un desconocido –dije molesta
-Lamento mucho no haberlo sabido, de lo contrario yo…
-No deseo escucharte, no quiero hablar contigo –dije apática y lo invité a salir de mi casa
Estaba siendo grosera con él, y lo sabía, pero había removido sentimientos que yo había querido dejar guardados en lo más profundo de mi corazón.