—¡MARITZA, ESPERA! ¡DÉJAME EXPLICARTE! —grité con desesperación, sintiendo que el mundo se me venía abajo. Ella se detuvo, pero no para escucharme. Me miró con esos ojos llenos de rabia, de dolor, de algo que me destrozó el alma. Decepción. —No te molestes, Snif. —Su voz tembló, quebrada, y cada palabra que pronunció fue como un cuchillo clavándose en mi pecho—. Presume, anda. Presume que te acostaste con la maldita dueña de G.A. Es más, deberías hacer un trofeo con eso, ¿no crees? Su tono estaba cargado de sarcasmo, pero sus lágrimas la traicionaban. Se apresuró a secarlas con la manga de su suéter, como si no quisiera que yo las viera, como si no quisiera que supiera cuánto le dolía todo esto. Yo lo sabía. Sabía cuánto le dolía porque a mí me estaba desgarrando por dentro. —Maritza

