ZAYN Los dos días siguientes fueron un regalo del cielo. No hay otra forma de describirlo. Como si después de abrir la caja de demonios en mi pecho, el universo hubiera decidido compensarme con pequeñas maravillas. Me sentí… liviano. Y en mi vida no recuerdo haber usado esa palabra sin sarcasmo. Las mañanas empezaban con olor a chocolate caliente. Amaya y yo nos levantábamos tarde, todavía enredados en la manta, y bajábamos a la cocina a encontrarnos con Lía ya preparando algo dulce. El ritual era siempre el mismo: yo protestaba porque el chocolate llevaba demasiada azúcar, Lía me mandaba callar, y Amaya se reía con esa risa que me erizaba la piel. Aidan leía el periódico con la paciencia de un monje, Ethan hacía de bufón intentando convencer a todos de que él era el “rey del cacao”, y a

