Quería pensar que sería fácil la búsqueda del trabajo. En Queen Spa se sentía a gusto, aunque su jefa le hacía la vida imposible. Allí estuvo trabajando bajo modo de prueba pero no logró avanzar, la toxicidad superó todos los límites y prefirió renunciar.
Mientras se servía la cena, un plato de cereal con yogurt, recordó unas palabras de su padre antes de que ella se mudara a Nueva York, al comenzar la universidad: “para ser exitoso, tienes que trabajar duro. Puedes tener fe en todo lo que quieras pero debes buscar el milagro”. Desde entonces, se aferró tanto a esa frase que, constantemente, buscaba el milagro. Se sentó a cenar, encendió la portátil y mientras este se cargaba, ella comía. Apenas entró al navegador, buscó las ofertas de trabajo disponibles y allí, un anuncio grande le apareció.
EL NEW YORK TIMES BUSCA UNA ASISTENTE DE PRESIDENCIA
Ese anuncio no era una casualidad. Ella sabía quien estaba al frente del New York Times y no dudaría en aprovechar semejante oportunidad para tenerlo cara a cara, para hacerle justicia a su caso porque, aunque probablemente, no conseguiría nada, al menos podría sacarle todo lo que sentía por él desde que lo conoció.
Preparó su hoja de vida para imprimirla, agarró una carpeta del paquete abierto y se acostó con la idea de que aquella entrevista sería exitosa al cien por ciento. Incluso soñó con él por primera vez. A la mañana siguiente, se levantó bien temprano, el reloj marcaba las seis de la madrugada, se dio una ducha y se vistió acorde a su edad pero también acorde al trabajo.
Lily tenía un muy buen gusto para vestirse, no se le podía negar, sus prendas se ajustaban a su escultural y atractiva figura, lo que llamaba la atención de los jóvenes que le rodeaban, porque podía ser una nerd en los estudios pero tenía sus pretendientes. El armario de Lily era vistoso, con colores neutrales, vivos y pasteles, con prendas exclusivas.
Se preparó el desayuno y luego de comer, bajó al estacionamiento y subió a su vehículo, en el GPS introdujo la dirección de las oficinas del New York Times y encendió el auto en dirección a ellas. En el camino, reprodujo su playlist favorita en el Spotify. Una vez llegó a su destino, apagó el reproductor y el vehículo, por ende. Sin embargo, el oficial de seguridad le informó que no podía aparcar allí dado que podía tener un inconveniente con el dueño del Porsche n***o. Lily, como la digna periodista que era, se atrevió a preguntar quien era el dueño de aquel flamante vehículo y el caballero le respondió como si fuera algo obvio.
—Del señor Patrick, claro. —Con una sonrisa, Lily le respondió y centró su mirada en aquel vehículo. Destacaba entre todos los demás. Una loca idea cruzó por su cabeza pero decidió no hacerle caso a su mente, no cometería un error de esa magnitud. Le podría costar incluso su credibilidad para el trabajo. Consideró que era una actitud muy inmadura y prefirió continuar con sus planes. Agarró la carpeta y se encomendó a Dios antes de entrar a las oficinas.
El New York Times era una obra arquitectónica, un complejo estructural exclusivo para empresarios de la talla de Patrick Adams, que contaba con cinco departamentos, siendo tres los más importantes: relaciones públicas, marketing y prensa. El área de relaciones públicas estaba a cargo de la ex esposa de Patrick, Daphne Miller. Desde allí se emitían todos los comunicados y convocatorias, se planificaban las ruedas de prensa y demás eventos relevantes. Era una oficina amplia, con colores crema y dorado. Exquisito y exclusivo como la persona que lo maneja.
Así pues, el área de Marketing se ocupaba de la gestión de r************* y del sitio web, es de decir, el ecosistema digital. Allí laboraba Caleb, el mejor amigo de Patrick. El último era la sala de prensa, allí estaban los periodistas de las diversas fuentes, reporteros gráficos, camarógrafos, pasantes de periodismo y lo más importante, la presidencia.
Allí, junto a todos ellos, laboraría Lily Andrews si quedaba contratada como la asistente de presidencia.
La mujer estaba nerviosa, tenía fe de quedar contratada, de ser elegida, además de la seguridad y las capacidades mentales para llevar a cabo el trabajo con excelencia. Esperaba que el encargado de la entrevista lo notara, no era cualquier cosa lo que conseguiría. Con la pierna temblando, Lily le comunicó a la recepcionista que iba a la entrevista y ella le indicó a donde debía dirigirse. Se encontró con una pequeña fila de mujeres y hombres, todos jóvenes. Uno a uno iba pasando y saliendo casi al instante. Sabía que no sería fácil pero no se dio por vencida, no ahora que ya estaba allí, lista para intentarlo todo.
El que no arriesga, no gana, leyó una vez y así era.
Todo cambió cuando llegó su turno y entró a la oficina. Allí, sentado en su silla giratoria, frente a su escritorio, estaba Patrick Adams, con su vista puesta sobre ella y una expresión serena en el rostro. La verdad era que estaba cansado y la situación no ayudaba. Por primera vez esa mujer se sintió doblegada por un hombre, no sabía que hacer ni decir, en ese momento solo existían ellos dos. Todo lo que les rodeaba se desapareció de un momento a otro pero no era más que una ilusión de Lily que le miraba sonriente como si el odio que le tenía ya no le hiciera mella en el interior. De momento se dio cuenta que parecía una ridícula y reaccionó, sin embargo, su corazón la delataba con los latidos al mil por ciento.
—Buen día, un placer conocerte, ¿cómo te llamas? —preguntó Patrick, tendiéndole la mano con una sonrisa. Lily se quedó fría, no sabía que hacer ni qué decir. Patrick comenzó a preocuparse, la mujer no respondía y eso lo tenía desconcertado—. ¿Te sientes bien? —indagó agitando sus manos frente a ella. Lily lo miraba y de pronto perdió el conocimiento, se desmayó y, por suerte, él estuvo allí para impedir que se golpeara la cabeza. Patrick, asustado, llamó a Cameron, una de las chicas que trabajaba allí y le pidió de manera explícita que le llevara agua con azúcar para que Lily se calmara.
"Que chica más extraña", pensó Patrick mientras la observaba. Lily poco a poco se despertó, apenada pidió disculpas pero Patrick le aseguró que no había que disculparse. Le entregó el vaso de agua con azúcar y ella lo tomó. Poco a poco, su piel regresó al color normal.
—¿Estás mejor? —Le preguntó Patrick, Lily asintió con una sonrisa—. ¿Te sientes lo suficientemente bien para aplicar a la entrevista?
—Sí, claro, no vine hasta aquí por nada. —Patrick asintió y sin dejar de mirarla buscó una silla, se sentó frente a ella en el escritorio y le pidió su hoja de vida. A partir de allí, comenzó a hacerle preguntas. Lily respondía con total sinceridad y cuando le preguntó por sus estudios, tragó saliva. Quiso decirle que no podía continuar porque él canceló todos sus planes pero no era el momento de sacarlo en cara. No le convenía tener más problemas ese primer día—. Bueno, estoy buscando trabajo precisamente para poder terminarlos.
—¿Por qué? —le preguntó Patrick con extrema curiosidad—. Por tu hoja de vida, puedo ver que eras una excelente estudiante, ¿no tienes alguna beca?
—No quisiera hablar de ese tema ahora.
—Entiendo, no quería molestarte.
Pero aquella respuesta de Patrick la motivó a hablar. En ese momento no le importó nada más. Le había tocado la tecla. Patrick, sin saberlo, insertó el dedo en la llaga.
—O sí, hablemos de ese tema.
Patrick entrecerró los ojos, miró a los lados y pensó "Esta mujer realmente es muy extraña". En el momento que Lily comenzó a hablar, Caleb entró y le avisó a Patrick que era hora de una reunión importante de la directiva. Lily suspiró aliviada. Ya hablaría con él luego. Lily estaba consciente de que no era el mejor momento para tocar ese tema, arruinaría la primera impresión más de la cuenta. Caleb se retiró y Patrick quedó examinando la hoja de vida de Lily, mientras ella esperaba una respuesta.
—Bueno, Lily, no me queda duda de que eres la más indicada para el cargo, así que... —Cerró la carpeta y se levantó de la silla. En sus labios se formó una sonrisa—. ¡Bienvenida al New York Times!
—¿En serio? —preguntó Lily, en ese momento la incredulidad la embargó—. ¡No! ¿De verdad? —Patrick la miraba atónito, aunque en sus labios ya se formaba una sonrisa que más tarde se convirtió en la favorita de Lily.
Aquel día, Lily Andrews regresó a su casa feliz. Emocionada, por supuesto, porque consiguió trabajo, y no era cualquier empleo, no señor. Aquel trabajo era lo mejor que le pudo pasar. Aunque odiaba con toda su alma al que, a partir de ese día, era su jefe.