Harvey acomodó el gorro en su cabeza y enguantó sus manos. Iba tarde para el colegio y tembló recordando que tenía filosofía. Le encantaba todo lo que aprendía, pero otra cosa era su profesor. Él hablaba en susurros y lo único que lograba era que los estudiantes no asistieran o se durmieran en sus clases.
No obstante, bajaba las notas cada vez que llegaban tarde o no iban, así que era una obligación ir los martes y viernes a clase.
Empezó a tararear Bloodstream de Ed Sheeran mientras salía de casa. Alcanzó a caminar unos metros cuando varias exclamaciones se oyeron y volteó a ver encontrándose con su madre, que llevaba de la mano a su pequeño hermano, Eddie.
— ¿Te ibas a ir sin Ed? —Gruñó la mujer cruzándose de brazos—. Andas distraído hijo.
— Lo siento, mamá.
— Que no pase otra vez.
Clive asintió y tomó la mano de su hermano que parecía un pequeño osito. Tenía un gorro azul de lana, bufanda y guantes para abrigarse. El frío comenzaba a adornar las calles y debían protegerse de cualquier resfriado.
— ¿No me quieres? —Eddie preguntó después de unos minutos en silencio, en los cuales sólo se oía el ruido de las hojas.
— ¿Por qué dices eso?
— Porque me dejaste solo.
— Yo te quiero —Harvey frenó viendo a lo lejos las puertas de la primaria—. Sólo que me levanté medio pendejo.
El pequeño rió y abrazó la pierna de su hermano musitando varias veces ‘te quiero’.
Eddie era la vida de Harvey. Sólo tenía un hermano y era menor que él, así que se sentía en condiciones de cuidarlo y profesarle todo su amor cuando pudiera.
— Vamos enano, llegarás tarde.
Continuaron su recorrido hasta que llegaron a la sede donde estudiaba el pequeño. Entraron y se encaminaron hasta el salón de clases, encontrándose con una grata sorpresa, el chico del partido de fútbol. Su nariz roja contrastaba con su rostro pálido y sus ojos cansados hicieron sonreír a Harvey, que soltó a su hermanito diciéndole que ya entrara, y que lo recogería al final del horario.
Recordó el nombre del joven y dejó escapar una pequeña risita al ver como Louis se recostaba en una pared, estornudaba y cerraba los ojos.
Algo que se le hizo raro al rizado fue que el de orbes azulados no llevaba nada para que cubrirse del frío y si continuaba así, su gripe podría ser mucho más peligrosa.
— Hola —se dignó a saludar después de varios segundos observarlo detenidamente. Se sentía de pronto, nervioso.
Louis volteó a mirar por encima de su hombro y rodó los ojos al ver al chico que le caía de todo menos bien.
— ¿Qué quieres?
— Saludar.
— No te creo
— ¿Por qué? —Harvey acomodó su gorro y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta.
— Porque te comportas como imbécil.
Algunos segundos pasaron hasta que el susodicho habló nuevamente: — Lamento eso, es sólo que ya sabes... eres lindo.
Las mejillas pálidas de Louis tomaron un color carmesí y Harvey por inercia pasó el dorso de su mano por allí, haciendo que el más pequeño se alejara como si se tratara de algo repulsivo.
— No me toques.
— Ya me disculpé, ¿por qué no puedo hacerlo?
— Porque no te conozco y un desconocido no debe tocar mi rostro —respondió Miles, tiritando.
— ¿Tienes una bufanda o algo? —Cuestionó tratando de dejar de lado el dolor al rechazo.
— No.
Harvey sacó las manos de sus bolsillos y tocó el gorro que traía. Él no estaba resfriado, Louis sí; así que quitó el objeto de su cabeza y se lo tendió al muchacho.
— Ten, debes usarlo —musitó bajo ya que se sentía avergonzado.
Los ojos de Louis se abrieron y negó repetidamente con la cabeza—. No puedo hacerlo.
— Vamos —le dio ánimos el chico de voz ronca—. Póntelo sólo por hoy, si quieres lo devuelves. Si no, está bien para mí.
Louis mordió su labio, pero sorpresivamente tomó el gorro del rizado y se lo puso, dejando salir un suspiro de alivio.
— Gracias.
— No lo hagas.