Observé fijamente al tipo frente a mí, haciendo una nota mental de golpear a mi mejor amiga apenas la viera. En realidad, físicamente no estaba mal. Era solo un poco mayor que yo, ojos cafés aburridos y una mandíbula pronunciada con una barba espesa. Su traje no costaba más de quinientos dólares, pero eso realmente nunca me había importado en un hombre. Si no fuera por el hecho de que desde que habíamos llegado, lo único que había hecho era leer el precio de todo, absolutamente todo.
—Señorita —llamó en voz alta, demasiado tomando en cuenta que la camarera estaba a solo cinco metros de él. — Yo pedí agua sin gas, ¡quiero otra botella!
La chica asintió, sin decir una palabra, aunque podía ver en sus ojos que quería ahorcarlo casi tanto como yo. Había escogido el menú de niños, Nuggets de pollo con papas fritas. Estaba segura de que solo lo había hecho porque era lo más barato de la carta. Me removí incomoda en mi silla y fingí estar muy interesada cortando mi carne de res al jugo solo para no tener que verlo.
La camarera volvió de inmediato con el agua, esta vez sin gas. — Lo siento mucho señor —murmuró, se veía muy jovencita, así que la actitud de mi cita estaba intimidándola.
—Olvídate de esa propia —respondió con sarcasmo, de forma despectiva.
Mastiqué lentamente, manteniendo la comida en mi boca solo para no terminar vomitando sobre la mesa. Tuve que haber ido apenas me hizo esperar una hora en la mesa, porque cuando llegó, ni siquiera tuvo la decencia de disculparse. Quise darle una oportunidad, Amelia me había insistido toda la semana que saliera con él, al parecer, era el mejor amigo de uno de sus ligues de una noche y juró que era un “gran partido”.
Más bien un gran imbécil.
Me dio una sonrisa socarrona, pensando que su actitud de mierda estaba gustándome. No había nada más allá de la realidad, solo quería devorar la comida e irme a casa a ver a Brianna, tal vez ver una película con ella sobre el planeta tierra que tanto le gustaba.
Mientras seguía comiendo, mi cita no dejaba de darme miradas furtivas.
—¿Y qué haces para ganarte la vida? —preguntó, metiéndose una patata frita en la boca.
Tomé un trago a mi vino blanco antes de darle una respuesta, decidiendo si valía la pena hacer el esfuerzo y crear una conversación o simplemente darle una respuesta evasiva y acabar con todo esto de una vez.
—Soy asesora de imagen —expliqué con sencillez, pero sentí que debía agregar algo más. — Mis clientes vienen a mi cuando tienen alguna emergencia social, soy como una relacionista publica para ellos.
Asintió, aunque ni siquiera intentó ocultar lo poco interesado que estaba.
—¿Y por qué no decidiste estudiar una carrera de verdad? —preguntó, frunciéndome el ceño. — Quiero decir, algo real, como abogacía o administración, tal vez medicina.
Un tic nervioso comenzó a palpitar en mi ojo derecho, mientras lo fulminaba con la mirada. ¿Qué mierda era eso de una carrera de verdad? El muy idiota no podía darse cuenta de que ganaba más al año que él, tomando en cuenta que había pedido agua sin gas solo para ahorrarse los treinta centavos demás. Maldije de nuevo Amelia, ella era la culpable de todo.
—¿Qué haces tú? —pregunté, solo porque tenía demasiada curiosidad.
—Soy contador —explicó con orgullo. — Tengo mi propia empresa, hacemos la contaduría de algunas empresas y me va bien. Si seguimos saliendo, espero que comiences a pensar con más ambición dulzura, la vida tiene cosas más grandes —recomendó, guiñándome el ojo.
Bufé un poco, pero tomé otro pedazo de carne y lo metí en mi boca. El restaurante lo había escogido yo porque era uno de mis favoritos, así que solo estaba aquí sentado por la comida exquisita, no quería dejar el plato tirado.
—¿Y con quien vives Arol? —pregunté, cambiando drásticamente de conversación antes de terminar haciendo lo que había estado evitando, ser grosera.
—Con mi madre —respondió, encogiéndose de hombros. — ¿Sabes el precio de los apartamentos en esta ciudad? ¡Es una abominación! Prefiero vivir con mamá, siempre tiene comida caliente, limpia y se encarga de todas esas cosas de mujeres. —Mi tic aumentó un poco más, ya la comida no estaba luciendo tan deliciosa.
Después de eso, ni siquiera hice el intento de hacer una conversación con él. Simplemente me quedé en silencio mientras platicaba y platicaba sobre su vida, su trabajo, sus amistades y hasta qué demonios hacia los domingos al mediodía cuando estaba solo en casa. No podía dejar de hablar, de hecho, no volvió a preguntarme nada más porque estaba demasiado concentrado hablando de sí mismo sin parar.
Le había hecho señas a la camarera dos veces para que me rellenara la copa de vino, la primera fue solo para relajarme, pero la segunda fue necesaria para soportarlo. Era vanidoso y ególatra, hablaba de sí mismo como si se tratara de alguien más, lo que definitivamente no era lo mejor en una primera cita.
—Oh, he pasado todo el tiempo hablando de mí y no me has contado nada de ti —murmuró, dándose cuenta de que estaba silenciosa desde que llegamos. — Cuéntame de tu hija, ¿dijiste que tenía diez años?
—Tiene ocho —corregí de inmediato. No pude evitar sentirme orgullosa al pensar en Brianna, ella era todo lo que quise siempre en una niña, inteligente, dulce, hermosa y obstinada algunas veces, pero con carácter. — Es todo mi mundo, después de mi divorcio ella y yo quedamos solas y nos uni…
Su teléfono celular comenzó a sonar entonces, interrumpiéndome. Abrí la boca para seguir hablando, por estaba segura de que lo ignoraría, sin embargo, lo tomó de sin pensarlo. Cerré mi boca y me quedé mirándolo, ni siquiera se había disculpado antes de responder.
—Hey viejo, ¿qué tal estás? —preguntó a la otra persona, una sonrisa alegre en su rostro. – Estoy en una cita, pero puedo escucharte.
Me hizo seña de que le diera unos segundos, así que le hice señas a la camarera de nuevo para que me trajera mi cuarta copa de vino. Cuando la chica me sirvió, me dio una sonrisa de consideración, consciente de que el hombre frente a mí era un completo c*****o. Revisé mi teléfono celular solo para ver si había alguna notificación de Amelia, pero ella seguía sin aparecer.
Rápidamente teclee una respuesta.
Es mejor que te escondas, ¡porque voy a matarte cuando te vea!
—Lo siento por eso —murmuró Arol, después de colgar su teléfono diez minutos después. Le di una sonrisa sin humor y tomé otro trago de vino, a este punto ya estaba un poco más ebria, la comida había sido retirada también. — ¿Qué estabas contándome sobre tu hija?
—Brianna, se llama así —contesté mecánicamente. — Ella es perfecta, todo lo que siempre quis…
— ¡Señorita! —interrumpió de nuevo, llamando a la camarera. Cerré mi boca, esta vez, mi sangre hervía, estaba fúrica, era como si no le importara que estuviera hablando. Cuando la chica se acercó, él actuó como si nada. — ¿Tiene más pan con ajo? —preguntó como si nada. — Son de parte de la casa, ¿no es así?
Ella asintió.
—Por supuesto señor.
— Entonces tráeme todos los que puedas —respondió complacido.
No podía más, simplemente no aguantaba ni un segundo más con él. Terminé de beberme mi copa de un solo trago, mis ojos lagrimearon cuando el ardor pasó por mi garganta con fuerza. No me importaba terminar un poco ebria, la verdad, era que lo necesitaba para ver si olvidaba la terrible cita que había ocurrido esta noche.
—Tengo que irme —murmuré. – Es un poco tarde ya.
Él asintió, una sonrisa socarrona extendiéndose por sus labios. — Por supuesto. —La camarera volvió con los panes de cortesía, pero él habló antes de que ella pudiera servirlos. — ¿Puedes traernos la cuenta por favor?
Cuando la chica se fue de nuevo, me miró. — ¿Qué te parece si pagas la cuenta? Yo pagaré el hotel.
Me quedé estática, mi cara era un jodido poema. — ¿Qué?
Él se explicó, como si hubiese alguna jodida explicación creíble. — Pediste lo más caro de la carta y te has bebido cuatro copas de ese vino caro, ¿sabes cuánto cuesta? ¡Demasiado para ser solo vino! Lo más justo es que pagues la cuenta, yo pagaré el hotel, de todas formas, planeo disfrutarlo más que tú —respondió riéndose como si fuera una broma.
Me quedé unos segundos de piedra, preguntándome si estaba jugando conmigo, pero tomando en cuenta su comportamiento durante toda la noche, no, no estaba bromeando. De verdad era un c*****o, uno muy tacaños, jodidamente presuntuoso e insoportable que además creía que iba acostarse conmigo esta noche. Negué, tal vez debido al alcohol en mi sistema, pero ya no podía seguir conteniéndome.
—¿De dónde de demonios sacas que voy a acostarme contigo? —pregunté, borrando su sonrisa de inmediato. — Estoy desesperada por salir corriendo de aquí y no verte más. —Saqué dinero de mi bolso en efectivo, justo en ese momento, la camarera volvió con la cuenta. Puse un pequeño fajo de billetes en la mesa, asegurándome de que hubiese demás, pero sin contarlos. — Eres odioso, ególatra y mal educado, acostarme contigo es lo primero en la lista de cosas que jamás quiero hacer.
La camarera abrió la boca, una gran O sorprendida, mientras que Carl se quedó en silencio, paralizado. No esperé a que se recuperara tampoco, salí del restaurante y caminé hacia la avenida principal, no quería que me alcanzara.
Mientras caminaba a paso firme y rápido sobre la acera, me juré a mí misma hacer pagar a mi mejor amiga.
¡La mataría!
***
Al día siguiente, ya estaba recuperada y lista para el nuevo día de trabajo. Había llegado con media hora de anticipación y me metí en mi oficina para adelantar trabajo en lo que Cárter llegaba. Cinco minutos después, entré a su oficina, sin tocar la puerta antes porque sabía que le enfadaba.
—Debes pagarle doscientos mil dólares al diario París para que no suban una nota tuya —anuncié, entrando a la oficina.
Cárter se sobresaltó en su asiento, había estado leyendo la pantalla de su portátil con concentración cuando lo sorprendí. No iba admitir que la mueca de desaprobación que hizo me encendió un poco. Podía caerme mal, al menos, a mayoría de las veces, pero ignorar el hecho de que el hombre era tan atractivo que apenas lo veía, mi cuerpo reaccionaba.
—Voy a dejar de lado el hecho de que acabas de entrar a mi oficina como si fuera tu cuarto de baño y me concentraré en lo otro —murmuró con irritación. — No voy a pagarle tal cantidad de dinero por una simple nota.
Fruncí el ceño y me senté en una de las sillas frente a él. Cruce mis piernas e ignore el hecho de que los ojos de Carter estuvieron en ellas. No era la primera vez que lo hacía, y tampoco la primera vez que me sentía excitada por ello.
—Esa simple nota van a hundirte más y ganaras el desprecio de futuros clientes —respondí. — Estoy aquí para precisamente hacer que eso no pase. ¿Podrías dejar de entrometerte en mi trabajo y hacer lo que te pido sin objeción por al menos una vez al día? —Gruñí.
Él alzó sus cejas, impresionado con mi mal humor. Esa era la cuestión con Carter, a veces lo veías y pensabas que solo era un idiota presuntuoso y demasiado lindo, un c*****o que tenía dinero y poder solo porque su padre se lo había dejado. Pero en realidad, era una de las personas más inteligentes y astutas que había conocido en mi vida. Estudié su perfil antes de aceptar el trabajo, podía decirse muchas cosas de su vida privada, era un desastre en ello, pero como empresario todo cambiaba.
Siempre estaba a primera hora en la empresa, no tomaba vacaciones y apenas algún día libre al mes, tampoco faltaba a ninguna reunión de la empresa y se había ganado la aceptación de todos los que trabajaban para él. Era comprometido, había hecho grandes negocios porque no trataba de ocultar su ambición, iba por lo que quería sin más.
Justo ahora, odiaba que fuera tan inteligente, porque captó mi mal humor de inmediato.
—¿Sabías que el sexo te libera endorfinas? —preguntó sarcásticamente. — Ya sabes, aquellas hormonas que te hacen muy, muy feliz.
Fruncí el ceño.
—Gracias por el dato, pero no lo necesito, soy muy feliz —murmuré orgullosamente. — Tengo una hija preciosa, un apartamento en el centro de la ciudad, un trabajo que amo y en el que soy la mejor, y dentro de unas pocas semanas no tendré que ver tu trasero nunca más, lo que, en definitiva, es lo que más feliz me hace.
Sonrió ante mis palabras, pero como siempre, tenía un as bajo la manga. —Todo suena maravilloso, de verdad, pero ¿cuándo fue la última vez que tuviste sexo? —preguntó, dejándome paralizada. — Y hablo de sexo de verdad, del que te enciende, que hace que encojas los dedos de los pies y chilles de placer, que cuando estés teniendo un orgasmo, te haga pensar en que no hay nada, absolutamente nada en el mundo que se pueda a igualar. Y que cuando todo acabe, te tan jodidamente satisfecha, que no quieras moverte por unos cuantos minutos.
Cuando terminó de hablar, me quedé mirándolo durante unos segundos en silencio, sin saber qué responder. No solo porque aquella pregunta tan explicita me había dejado fuera de cualquier base segura, era más que todo el hecho de que no recordaba haber tenido un sexo así, hablaba de que nunca había sentido aquello, ni siquiera con Mark.
¿El sexo debería ser tan increíble? Sabía que era bueno, Mark y yo habíamos tenido muy buenos momentos antes de casarnos, hicimos las locuras normales de cualquier pareja joven y enamorada, pero jamás me sentí tan bien, jamás fue tan bueno como Carter lo estaba describiendo. Él pareció leer mis pensamientos, tal vez ver el desconcierto en mi mirada, porque dejó de sonreír, incrédulo.
—No me jodas Savannah, tu ex es un completo imbécil —gruñó, casi como si le molestara aquello.
Abrí la boca para responder, defender a Mark, aunque dentro de mí sabía que Carter decía la verdad. Si en realidad era tan bueno, entonces no podía juzgarlo por acostarse con todas las modelos internacionales que se cruzaban por su camino. Antes de que pudiera responder, alguien tocó la puerta abierta, interrumpiéndome.
Era Ernesto, tenía un arreglo de flores y chocolate demasiado extravagante para mi gusto. Me pregunté si alguna de las conquistas de Carter había logrado pasar el control de seguridad y le habían enviado un detalle para traerlo de vuelta a su vida s****l activa. Entonces, Ernesto habló, sorprendiéndome de inmediato.
—Savannah, te han traído esto —murmuró, sonriéndome como si aquello me fuera hacer feliz. — ¿Lo dejo aquí o en tu oficina?
Asentí, pero Carter habló antes de que yo pudiera hacerlo. – Aquí —pidió — Ponlo sobre mi escritorio.
Lo fulminé con la mirada y él me sonrío con sorna. Me quedé en silencio mientras Ernesto seguía su orden sin rechistar, poniendo el cursi arreglo sobre el escritorio. Cuando se fue, Carter fue más rápido que yo y tomó la tarjeta del arreglo.
—¡Devuélvela! —pedí, inclinándome sobre el escritorio para tomarla. Él alejó la nota de mí para que no pudiera arrebatársela. — Dámela ya. ¡Es privada!
—Oh no —susurró, burlándose. — Tú te metiste con mi agenda y cancelaste todas mis citas personales, es mi turno.
Extendí mis manos para llegar hacia él, pero se echó para atrás, arrastrándose con las ruedas de su silla. Impulsada por mi propia vergüenza y las ganas enormes de asesinarlo, me levanté y fui detrás del escritorio, decidida arrebatarle la nota. No tenía idea de quien demonios era, pero en las manos de Carter, cualquier cosa era sucia y obscena.
Era muy celosa de mi privacidad y no quería que él viera quien demonios me enviaba flores. Había muy pocas personas que sabían que estaba trabajando aquí para Carter Price y Mark era uno de ellos, si había decidido por primera vez en años enviarme algún arreglo, no quería que Carter la viera. Sin embargo, cuando llegué a su lado para arrebatarle mi nota de las manos, él actuó como si todo fuera un juego, lo que me hizo enojar más.
Bastardo inmaduro.
—¡Dámela ya! —ordené, perdiendo la paciencia.
Carter, en vez de hacerme caso y acabar con toda la escena ridícula, utilizó su otro brazo libre, el que no estaba tratando de alejar la nota de mí, para jalarme de la muñeca. Abrí mi boca en un ruido seco y a pesar de estar acostumbrada a los tacones de quince centímetros, perdí el equilibrio y caí en su regazo, justo como él quería.
Maldije en voz alta, algo muy impropio de mí, pero nadie me sacaba de quicio como Carter. Entonces, mi gemido ahogado murió en mis labios al darme cuenta de la cercanía que estábamos. Nuestros rostros quedaron a solo centímetros y ambos de pronto, fuimos muy conscientes de la distancia tan corta. Pude observar sus preciosos ojos verdes, eran muy claros, casi llegando al color ámbar.
El ambiente cambió, el aire juguetón y bromista que había murió de repente, la tensión volviéndose la protagonista. El cuerpo de Carter era duro debajo de mí, una parte de mi cuerpo estaba pegado a su pecho y sabía que era un hombre que hacía ejercicio, porque no había forma de que hubiese tanto musculo solo de trabajar en la oficina.
Además, nunca había olido algo tan perfecto como su perfume. El aroma era delicioso y sensual con algunos toques picantes, era como si la hubiesen hecho para él.
—¿Cuánto estás dispuesta hacer para que te la de? —susurró, hablando en voz baja porque estábamos lo suficientemente cerca para eso.
Tragué fuerte, la sensualidad y encanto con lo que dijo no dejó dudas, estaba coqueteando conmigo. Mil razones llegaron a mi mente en ese momento de porqué aquello estaba mal, muy mal en muchos sentidos y, sin embargo, no podía reunir la suficiente fuerza para levantarme y salir de la oficina, o de golpearlo hasta que dejara de j***r conmigo.
—¿Qué quieres? —pregunté, mi tono de voz igualando al suyo.
Carter, como cualquier idiota demasiado sexy para su bien, no respondió, al menos no con palabras. Una lenta y exquisita sonrisa perezosa apareció en sus labios, inmediatamente después, su mirada fue a mi boca. No tuvo que decirlo en voz alta para saber lo que quería, ninguno de los dos éramos niños, entendíamos aun sin palabras.
Algo dentro de mí se alborotó, sentada en sus piernas, inmóvil y sedienta de un poco más de esto, estaba segura de que mi cuerpo me gritaba que lo dejara besarme. Carter era hermoso, sexy y encantador cuando quería serlo, besarlo no significaba ningún problema para mí, de hecho, aunque nunca se lo admitiera, deseaba besarlo con todas las fuerzas de mi cuerpo.
Pero estaba trabajando en él, no con él.
No podía, no había llegado a ser la mejor por entrometerme con los clientes.
Lo miré a los ojos, fulminándolo. — Vete al demonio —gruñí, levantándome y poniendo distancia. Inmediatamente mi cerebro se aclaró, sacando toda la lujuria que había estado nublando mi mente.
Joder, no podía creer que había estado a punto de besarlo.
Carter, en vez de responder a mi insulto, hizo algo peor. Volteó la nota hasta que pudo leerla y recitó las palabras que iban a marcarme para toda la vida.
Lamento que todo haya terminado mal esa noche @gatitasexy, de verdad no esperaba que mamá interrumpiera en mi habitación justo cuando estaba por quitarte el brasier (por cierto, ella dice que fue un gusto conocerte y que debiste de haberte quedado a beber el té con nosotros en vez de salir corriendo) ¿Podríamos intentarlo nuevamente?
Espero tu respuesta, siempre tuyo @pollaenorme25
Consternada a más no poder, no pude darle la cara. Carter se echó a reír, pero a mí no me causó ni un poco de gracia. Tomando una respiración profunda, salí de la oficina a la velocidad de la luz, mis tacones repiqueteando sobre el suelo de la oficina. Cerré la puerta detrás de mí, pero me pareció escucharlo reír aun cuando llegué a mi propia oficina.
Jodido bastardo.