Duncan soñó que su protegida le decía en un inglés perfecto que lo deseaba y que quería ser suya. En medio de los suspiros, sonreía y se acomodaba junto al cuerpo tibio de la mujer, hasta que llegaron los hombres de Scotland Yard a pedirle los recibos de la compra y propiedad de Mei Lin y él no los tenía. La pesadilla lo despertó, pero se tuvo que tapar la boca para no reír ante su estupidez y siguió durmiendo con su frente pegada a la de esa dulce criatura que se encogía entre las sábanas como un c*****o de rosa blanca. Al abrir los ojos en la mañana, ella ya no estaba a su lado. Duncan se sentó de un tirón en la cama, sacudió la cabeza y la encontró cabizbaja en una esquina, con la mesa servida y el humo escapando de la bañera de porcelana. —Buenos días, bella Mei Lin —la saludó. La m

