VI Duncan fue directo hacia la biblioteca y al llegar, el orden le impresionó. Aquel sombrío y desafectado lugar ya no parecía el mismo. Las cortinas húmedas y manchadas habían sido retiradas, los inmensos jarrones en las esquinas fueron apilados para su traslado, los anaqueles vaciados y el orden en las mesas le hicieron soltar una maldición al Vizconde. Los papeles, muchos de ellos pruebas de los actos criminales de su padre, fueron ordenados meticulosamente y cada material de trabajo se encontraba resguardado en cajas apropiadas para la mudanza. Al parecer, ya no tenía nada que hacer allí, por lo que se dirigió a su gabinete privado donde guardaba la colección de reliquias chinas y tomó uno de sus lujosos bastones. —Aquí está su capa y su sombrero —le anunció la señora Williams—. El

