Capítulo 4 - Un héroe

1819 Words
Al menos ya contábamos con un trabajo que me pagaba lo justo, y mamá había conseguido empleo en una tienda atendiendo a la clientela. Con esto, logramos apoyarnos mutuamente en los gastos del hogar, y hasta ahora, habíamos conseguido mantenernos a flote. Mamá también se estaba moviendo rápidamente para inscribir a Melina en la universidad; ella había decidido estudiar Contaduría, y la verdad, estábamos completamente de acuerdo. La carga se sentía un poco más liviana, pero mis pensamientos seguían atormentándome. Me frustraba pensar que no quería que el tiempo se me escapara, ni que mi vida se limitara a trabajar en una cafetería y vivir en un pequeño anexo alquilado, sin una casa propia ni la oportunidad de completar mis estudios o encontrar un empleo mejor remunerado. No sabía si estaba pidiendo demasiado, pero era una lucha constante entre mis pensamientos y yo misma. Mientras caminaba hacia mi trabajo, comenzaba una nueva semana que, por fortuna, no traía sorpresas desagradables. Sin embargo, me preguntaba qué pasaría con el señor Richard Anderson. Había mencionado que hablaría con sus "contactos" para ayudarme con mi talento... Y ahí estaba yo, de nuevo, ilusionándome, creyendo que realmente iba a ayudarme. «¡Despierta, Gail! Deja de soñar y aterriza; la realidad es diferente. La gente es egoísta y solo busca su propio beneficio, sin un atisbo de empatía». Así que decidí que esa propuesta que él me había insinuado era solo un intento de alegrarme, nada más. Desde aquella vez que estrechamos nuestras manos, solo lo había visto tres veces, y siempre parecía apurado, como si la vida le pasara de largo. Supongo que así es como muchos llevan su día a día. Al entrar a la cafetería, saludé a Sasha, mi jefa, quien conversaba con un chico de tez pálida y ojos oscuros. Cuando lo saludé, él me miró de una forma extraña, sentí una vibra que, sin conocerlo, me desagradó. —Buenas tardes, jefa —dije, buscando mi uniforme. —Hola, linda. Te presento a Jackson, mi sobrino. Ella hizo un gesto hacia el chico que llevaba una chaqueta azul. Apenas lo miré. —Hola —respondí con desinterés. —¡Hola! Es un placer conocer a una chica tan guapa. —Gracias —sonreí por cortesía, sin ganas de ser descortés. Si era el sobrino de mi jefa, no quería ganarme su odio; eso sería un camino fácil hacia el despido, y no me convenía en absoluto. —Lo dejaré encargado de la cafetería mientras yo estoy ocupada el resto del día. Cualquier cosa, puedes hablar con confianza con Jackson. ¿Vale? Asentí, resignada. —No se preocupe, jefa. Desde que se fue, sentía la mirada de Jackson fija en mí. Era un fastidio tener que soportarlo, y lo peor era que no había muchos clientes ese día. —¿Cuál es tu nombre? —me preguntó, como si no lo supiera. —Debes saberlo; está todo registrado ahí —respondí con fastidio. —Pero me gustaría oírlo de ti. No seas grosera —dijo, sonriendo de una manera que me resultaba maliciosa. Resoplé. —Me llamo Gail. —Gail, qué tierno —concluyó. El resto del tiempo pasamos en silencio, pero sentía su mirada pesada sobre mí. Ya no podía aguantar más las ganas de irme, rezando para que no se convirtiera en una costumbre que Sasha lo dejara a él a cargo. Finalmente, solo quedaban diez minutos para que terminara esta tortura de incomodidad. Volteé el letrero de la entrada a "Cerrado". Fui a quitarme el uniforme y, mientras dejaba el delantal, los guantes y la gorra en el mostrador, Jackson me sujetó de la muñeca, deteniéndome. —No te vayas aún. ¿No quieres beber algo? —su tono de voz se volvió más bajo, alertando todos mis sentidos. —No, disculpa, debo irme —dije, intentando soltarme y dándole la espalda para salir. Él se interpuso rápidamente en mi camino, bloqueando mi salida. —Necesito que me des un permiso. Debo irme o perderé el autobús. —No seas odiosa y obstinada —se acercó, tomando un mechón de mi cabello, que rápidamente quité de su mano—. Vamos a divertirnos, eres bastante atractiva. —Disculpa, pero no soy de ese tipo de mujeres. Y si me permites... —me interrumpió, tomando mi nuca y mi espalda baja, y me besó a la fuerza. Fue el beso más asqueroso que me han dado, y no es que hubiera recibido muchos. Estaba perpleja, sacada de mis casillas y tan nerviosa que lo empujé y salí corriendo de la cafetería, apurada. Ya había perdido el primer autobús, así que no quería quedarme allí, temiendo que pudiera aparecer y seguir molestándome. Decidí caminar, evitando la vista de aquel ser grosero y repugnante. La oscuridad envolvía todo, y deseaba llegar a casa lo más pronto posible. Si tomaba atajos, podría llegar más rápido, aunque no sabía cuáles eran. De repente, sentí que alguien me seguía. Volteé, pero no parecía haber nadie, así que aceleré el paso. Mi corazón latía con fuerza; la calle estaba desierta y anhelaba llegar a casa por arte de magia. Deseaba poder teletransportarme. De pronto, una mano me detuvo, sobresaltando todos mis sentidos. —¿Por qué eres así? Me haces correr hasta aquí... Jackson, comportándose como un completo acosador. —Si no me dejas en paz, llamaré a la policía —sentencié, con la voz temblorosa. —¿Ah, sí? —dijo, acercándose más. Intenté huir, pero me tomó de ambos brazos y me empujó contra la pared. Grité, con el corazón en la garganta. —¡Déjame en paz! ¡Ayuda! Comenzó a besar mi cuello y luego mi boca, apretándola de manera brusca, intentando introducir su repugnante lengua. Solo podía apretar mis labios con toda mi fuerza, mientras mi corazón latía desesperado. Esto se estaba saliendo de control. Él se sentía tan seguro en medio de la soledad de la calle. Mis ojos se llenaron de lágrimas, me sentía tan vulnerable. Sola... «¿Acaso nadie me ayudará?». Detrás de Jackson, parecía haber alguien observándonos. De repente, una chispa de esperanza volvió a encenderse en mí. —¡Ayuda! —grité, deseando que quien sea que estuviera allí se apiadara de mí y me ayudara. Él continuaba tocando mi cuerpo, y yo forcejeaba para evitar que lo hiciera. «No puede ser, alguien, por favor, venga a ayudarme…». Las lágrimas caían y mi miedo aumentaba. —Quédate quieta —murmuró, sujetándome con más fuerza. —¡Que la dejes en paz, maldito enfermo! —exclamó una voz que apareció en el momento justo. Me liberó de su agarre, y Jackson recibió un golpe en la cara, haciendo que sangrara. No lo podía creer... ¡Era Richard, el señor Richard Anderson, mi vecino! Apareció justo cuando más lo necesitaba, en medio de una crisis, siendo acosada por un ser despreciable que no merecía ser llamado humano. —¡Qué demonios! —se quejó Jackson, intentando devolver el golpe, pero Richard lo detuvo con otro golpe en la mejilla. Era evidente que tenía más fuerza. —¡Si quieres seguir con vida, lárgate ahora mismo de aquí, y aprende a respetar a las mujeres, miserable sabandija! El tono de su voz, tan firme y molesto, me dio seguridad. Saber que aún existían hombres como él, dispuestos a proteger y cuidar de mujeres vulnerables, me devolvió un poco de esperanza. —¿Estás bien? —me preguntó, mirándome a los ojos mientras me sostenía, aún alterada. —Si no hubieras aparecido… —murmuré, y las lágrimas comenzaron a fluir sin que me diera cuenta. —Ya, tranquila, ya pasó. No se volverá a meter contigo —decía con palabras suaves, mientras me conducía hacia su auto, que estaba apagado—. Nada es casualidad en esta vida; justo mi auto se apagó, y ahora me doy cuenta de que era porque debía rescatarte de ese desgraciado. Mi mirada se perdió en el vacío. —Le agradezco, de verdad… —Él se acercó, y viéndome tan nerviosa, me abrazó con sus brazos fuertes, convirtiéndose en un refugio en ese momento. —No debes andar sola a estas horas. Hay muchos locos rondando estas calles solitarias; no es para una señorita andar por aquí. —Perdí el autobús y no quería que me encontrara en la parada, pero me siguió hasta aquí... Es el sobrino de mi jefa. Ahora no sé qué haré; lo más seguro es que me despidan... —me alteré, con la voz hecha un nudo y llorando, sin poder detenerme. La ansiedad se apoderaba de mí. —Shhh, tranquila, tranquila —dijo, buscando en la parte trasera del auto hasta que me dio una pequeña botella de agua—. Bebe, te hará bien. Yo hablaré con tu jefa si me lo permites, o si ya no quieres trabajar ahí, puedo ayudarte a buscar otro empleo. Comencé a llorar aún más, recordando que había mencionado que hablaría con sus "contactos" sobre mi talento cantando, y no había hecho nada. Así que no tenía esperanzas en esto. —Es que no puedo esperar; es urgente. Mi familia y yo somos de bajos recursos y no tenemos a nadie con quien contar. Estamos solas, señor Richard; no puedo darme el lujo de esperar a encontrar otro trabajo —dije, con la voz entrecortada por la molestia y el miedo que aún me quedaba—. Es tan injusto... —susurré. —Mira, te prometo que no te dejaré sola. Te dije que sería tu amigo, así que no digas que están solas —corrigió—. Yo las ayudaré con mucho gusto. Se nota que son mujeres fuertes y trabajadoras, así que sería un honor para mí ser un apoyo para ustedes en lo que necesiten. Lo miré con nostalgia, porque nadie antes me había dicho algo así. Esa amabilidad me conmovió, así que respiré hondo, sequé mi rostro y lo miré a los ojos. —Señor Richard, usted ha salvado mi vida hoy; estoy en deuda con usted. Un simple gracias no es suficiente... Ha sido mi ángel de la guarda. Él sonrió con modestia. —No te preocupes, y ya te dije que puedes llamarme Richard. —Richard, disculpe. —Disculpa —me corrigió, riendo ligeramente mientras intentaba encender su auto, que arrancó a la primera. Creo que eso de que lo tratara de forma formal realmente le molestaba—. Definitivamente es el destino que me trajo aquí solo para salvar tu vida. Mira cómo encendió a la primera... Es increíble —añadió, asombrando sus cejas y sonriendo tan naturalmente que me daba un poco de envidia. Deseaba poder sentirme así, bien en medio de tanto caos. Este hombre, a quien inicialmente creía un parlanchín molesto, resultó ser alguien completamente diferente: empático y caballeroso, un hombre que parecía estar en peligro de extinción. Realmente me sorprendió, y ahora estaba en deuda con él.
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