Al siguiente día desperté temprano debido a la ansiedad que surgió repentinamente porque necesitaba que me llamaran de algún trabajo.
Me levanté y me puse a hacer café, el aroma me llenaba de esperanza mientras salía a botar la tierra que había barrido. La inquietud me invadía, cada minuto se sentía como una eternidad.
Cuando mamá despertó, me dijo que iría ella en busca de trabajo y a sacar unos documentos para mi hermana, quien ya estaba en proceso de graduarse como bachiller. Mientras desayunábamos, una mezcla de emoción y nerviosismo me recorría el cuerpo. Al cabo de unas dos horas, se fueron. Hoy me tocaba a mí hacer el almuerzo, aunque no tenía idea de qué cocinar. Solo había arroz y una lata de atún.
«Dios mío, definitivamente odio ser pobre...» me quejaba mentalmente mientras ponía música y me disponía a limpiar nuestra pequeña casa.
Después de un rato, agotada, me senté a descansar con otra taza de café. Sabía que no era lo mejor para calmar la ansiedad, pero al menos me ayudaba a olvidar el vacío en mi estómago —me reí sola, intentando aliviar la tensión—. De repente, un fuerte ruido rompió la tranquilidad y el silencio que reinaban, asustándome. La taza de café se derramó sobre mí, el líquido caliente me hizo quejarme en voz alta.
Apurada, corrí a la habitación y me desprendí de la camisa y el short que llevaba. En ese momento, sentí que me observaban. Había dejado la ventana abierta, y al mirar, noté cómo un cuerpo se apartaba rápidamente. Me puse un vestido tropical de palmeras, suelto y fresco, pero el calor de los nervios me hacía sentir como si me estuviera quemando. Inmediatamente cerré las cortinas.
«Ojalá solo haya pasado alguien y no se haya quedado mirándome», me decía a mí misma, sintiendo el rostro calentarse.
Tomé la ropa que iba a lavar y salí a ver quién estaba afuera invadiendo mi privacidad. Pero no había nadie. Así que me fui a la batea, rogando mentalmente que nadie me hubiera visto... Moriría de vergüenza.
De repente, apareció el señor Richard Anderson, con guantes y un traje de mecánico. Obviamente, estaba arreglando su auto. Lo noté algo nervioso y titubeante cuando me habló.
—Señorita, disculpe si el ruido de hace rato la asustó. Estoy arreglando mi viejo auto... Ya está pidiendo reemplazo —dijo mientras llenaba una botella de plástico con agua.
«¿Será que fue él quien pasó? ¿Me habrá visto?» Mi mente, como siempre, hablándome en exceso. Bajé la mirada, avergonzada, y seguí restregando mis ropas manchadas de café.
—No se preocupe, no me asusté —respondí en seco.
Este hombre siempre aparecía en momentos inoportunos, y ahora me resultaba molesto. Quería sacarme conversación y no me apetecía hablar con hombres, menos con uno que parecía tan patético intentando lucir siempre feliz. Su optimismo y su sonrisa permanente comenzaban a irritarme.
Sentía su mirada sobre mí, así que dejé la ropa remojando en agua con jabón y me fui a nuestro anexo, deseando que se alejara. Al ver que se metió bajo el auto, decidí que era hora de concentrarme en mi tarea.
Mientras lavaba, pensaba: «Todo sería más fácil si tuviera dinero...»
Sin darme cuenta, comencé a cantar "I Will Always Love You" de Whitney Houston. Amaba su forma de cantar y deseaba ser como ella, con esa voz portentosa. Pero lamentablemente, solo estaría destinada a cantarle a mi mamá y a mi hermana. Ser famosa y tan talentosa como Whitney parecía un sueño inalcanzable.
De repente, unos aplausos me hicieron voltear. Sentí mis mejillas encenderse y apreté los puños al darme cuenta de que el señor Richard Anderson me había descubierto cantando.
—Esto es increíble... ¡Entonces tú eres la dueña de semejante voz! —exclamó, asombrado y con una gran sonrisa.
Quedé sin habla, sonrojada, sin saber cómo reaccionar. Negué con la cabeza y murmuré en voz baja: —No sé de qué habla.
Cuando estaba por irme, me detuvo, diciendo algo más.
—Hey, te escuché cantar. Perdóname si te he asustado —volvió a decirme, y yo continué con mi huida, pero él insistió—. ¡Oye!
Seguí mi camino con el corazón a mil por hora. Me retiré con la ropa para tenderla dentro de casa, ya que no quería pasar más tiempo cerca de él. No podía creer que ahora este hombre me hubiera escuchado... quería llorar de desesperación.
Desde que pasé a la escuela, mi timidez se había desarrollado, y mucho más gracias a mi papá, quien me mantenía bajo su control con su manipulación y el miedo que imponía. Sufrí mucho en la escuela, donde me veían como la niña rara. Con el tiempo, me acostumbré, pero esto se sentía horrible; era un miedo que no desaparecía.
De pronto, escuché tocar la puerta.
«¿Quién podrá ser?» Me acerqué a la ventana para ver quién tocaba, pero escuché la voz antes.
—¡Vecina, señorita, por favor! Soy su vecino Richard Anderson. ¿Podría darme unos minutos? Prometo que será rápido. Solo quería disculparme...
Estaba asombradísima, sin saber qué hacer. Pero, ¿él solo venía a disculparse? Si no acababa esto de una vez, no me dejaría en paz. Debía aprender a comportarme como una adulta y esforzarme por dejar este miedo atrás.
Así que respiré hondo, me llevé un mechón de cabello detrás de la oreja y fui a abrirle la puerta.
«Vamos, Gail, tú quieres dejar la timidez. Ya tienes veinticuatro. ¡Enfrenta tu miedo!».
—Dígame.
Él me miró al instante, sus hombros caídos se tensaron al abrir la puerta. Noté cómo sus pupilas se dilataban en esos ojos azules tan intensos...
—Yo quería... —le costaba encontrar las palabras—. Quería disculparme por interrumpirla. Espero que perdone mi intromisión y que podamos llevarnos bien —extendió su mano nuevamente para hacer un trato.
Aunque no la tomé, me parecía ahora mucho más molesto e irritante.
—Está disculpado. Ahora, si me disculpa, volveré a mi deber.
Le cerré la puerta en la cara, riéndome de mí misma. Quizás me pasé un poco, pero qué fastidioso era este sujeto.
Hubiese preferido vivir en una casa sola, pero ahora debíamos compartir este espacio con vecinos que parecían casi vivir con nosotras por lo cerca que estaba todo.
Pasaron dos días, y lo estuve evitando cada vez que tenía que salir. Finalmente, me llamaron de la cafetería Holy's para trabajar como asistente auxiliar, donde básicamente hacía de todo un poco: a veces era mesera, otras veces cajera, y otras limpiaba. Era un trabajo agradable, no era demasiado agotador, excepto cuando llegaban muchos clientes. Mi jefa, la gerente Sasha, me alentaba a expresarme más y ser más natural; ella era muy amable conmigo.
Un jueves, al llegar del trabajo, vi salir a Richard Anderson de su anexo, ese fastidioso que parecía creerse el hombre más perfecto del mundo.
No sabía qué hacer, pero recordé las palabras de Sasha: "Si no enfrentas eso que te da nervios, nunca lo superarás". Así que resoplé y pasé derecho hacia nuestro anexo.
Él me miró con los ojos bien abiertos y fue inevitable que me hablara. —¡Señorita! Buenas tardes, ¿tiene unos minutos, por favor?
—Buenas tardes —dije resignada, juntando mis manos detrás de mí—. Dígame.
Se quitó el sombrero, y su mirada era tan concentrada que me ponía más nerviosa.
—He notado que ha estado evitándome, y lo menos que quiero es hacerla sentir incómoda. Además —sonrió, desviando la mirada—, puedes sentirte libre de tutearme. Puedes llamarme solo Richard. Al final, somos vecinos.
Levanté una ceja. —¿Solo me iba a decir eso?
Él sonrió de medio lado, pareciendo algo indeciso. —Es que desde aquella vez que te escuché cantar y te fuiste como si nada, quedé hechizado por tu voz —hizo una risa tímida—. Realmente no había escuchado algo similar antes; tienes un gran talento.
Bajé la mirada, un poco triste. Notando mi reacción, me preguntó: —¿Qué sucede? ¿Por qué esa cara?
—Gracias por sus palabras, pero de nada me sirve tener este talento si nunca podré destacarlo.
—¿Nunca? —repitió asombrado—. Claro que sí, si luchas podrías ser la mejor cantante de este continente —hizo un ademán señalando todo a su alrededor.
—No creo que ese tipo de esfuerzo esté permitido para mí.
Él me miró con recelo y volvió a sonreír. —Señorita, me vas a disculpar por la insistencia, pero es indudable que tienes un gran, gran talento —repitió— y debes sacarlo a la luz, no ocultarlo. ¡Saca tu talento a la luz!
Sus palabras, acompañadas de su sonrisa, me hicieron sentir en confianza. Por un momento, me hizo soñar despierta. Sentí mi cara enrojecerse por sus elogios, y volvió a hablar.
—Qué tierna te ves sonrojada —dijo, sosteniendo la sonrisa. Yo le miré arrugando la expresión—. Oh, no me malinterpretes, que sueles estar así con facilidad.
No dije nada, pero eso que dijo me pareció muy inapropiado. ¿Qué se cree para hablarme con tal confianza? Todos los hombres son casi parecidos, cada uno es idiota a su manera.
Iba a retirarme, pero él me detuvo en seco.
—Yo podría ayudarte a hacer tus sueños realidad —exclamó, y ambos nos volteamos al mismo tiempo, mirándonos.
—¿Usted? —me reí, pues me pareció una broma patética.
Él también sonrió. —Sí, podría decirte cómo, porque conozco a las personas que podrían ayudarte. —Mis ojos se iluminaron y comencé a tomarlo en serio—. Pero primero tienes que aceptar ser mi amiga, dejar de hablarme de usted y dejar de huir. Se siente incómodo... —susurró.
Me tapé la boca mientras escondía mi risa. La idea de hacer mi sueño realidad era tentadora, pero dudé en aceptar aquella mano que estaba nuevamente extendida hacia mí. Nadie antes me había dicho algo así; de hecho, nadie me había dicho nada nunca.
—¿Me dejarás otra vez con la mano extendida? —agregó, sonriendo.
Eso me hizo resoplar. —Bueno, está bien. Así podremos vivir sin estar incómodos —le ofrecí mi mano, y en ese momento hicimos un acuerdo de ser amigos. Él, supuestamente, me ayudaría en mi loco sueño de ser cantante.
Su mano se sentía cálida y la mía, fría. Nerviosa, la solté primero.
—Cosas buenas están por venir... ¿Señorita...? —dijo, esperando mi nombre.
—Soy Gail —respondí en voz baja. Me voltee para ir al anexo, aún un poco nerviosa, pero también más aliviada al saber que ya no tendría que evitarlo.
—¡Gail, ten por seguro que ese nombre será recordado por muchos, ya que serás una increíble cantante! —exclamó mientras entraba también a su anexo.
«Solo espero que no termine decepcionada, como todos los hombres lo son... Es mejor que no espere nada de este y solo le siga la corriente para no estresarme más.» Pero, al mismo tiempo, una pequeña chispa de esperanza comenzaba a encenderse en mi corazón, preguntándome si, tal vez, esta vez sería diferente...