CAPÍTULO 5

1122 Words
—No puede continuar en el palacio del rey —declaró uno de los tantos ancianos del consejo de Tassia—, no es una princesa digna de ser la reina madre, así que deberá vivir en algún anexo a partir de hoy. Su vida podría estar en peligro, majestad. Ephraim, a pesar de que no quería dudar de la joven, lo cierto era que no podía apartar de su cabeza que todo sobre Ebba Aethel era sospechoso, desde su origen, su propósito de llegar a él y hasta ese curioso hecho de que no recordara nada, fue por eso por lo que, a pesar de la compasión que le despertaba Ebba, y del compromiso que le suponía ser responsable por lo que vivió la joven y por ser su esposo, el rey de Tassia aceptó trasladarla a un anexo. ** —Este será su palacio —informó Elijah Vise a la joven mujer que acompañó hasta el anexo oeste, donde, desde ese momento en lo delante, viviría la primera reina de Tassia—. Cualquier cosa que necesite, puede contactarme por medio de alguna criada o sirviente. —¿Acaso hay criadas y sirvientes en este palacio? —preguntó la reina, que cruzaba el umbral de su nuevo palacio sin que nadie hubiese ido a recibirla—. A mí no me lo parece, o al menos ninguno es tan bueno como deberían ser los sirvientes de la realeza. Elijah suspiró. A decir verdad, él pensó que la servidumbre de ese palacio no estaría contenta de recibir a esa mujer, pero no imaginó que podrían llegar a ser tan groseros con la nueva reina. » Despídelos a todos y, conde Vise, ¿usted tampoco me da la bienvenida a este lugar? —preguntó la azabache, fingiendo que no la tenía de los nervios fingir ser alguien que no quería ser, sobre todo porque parecía ser odiada por todo el mundo en ese lugar. —¿Cómo podría no hacerlo, majestad? —preguntó el hombre, haciendo una reverencia a la menuda chica que, a pesar de lo fuerte que se fingía, temblaba ligeramente mientras ocasionalmente se mordía los labios, denotando su nerviosismo. —Entonces, ¿puedo pedirte un favor? —preguntó la nueva reina y el otro asintió—, Quiero solo sirvientes que sean leales al dinero, que no les importe quien sea su señor siempre y cuando les dé dinero. Conde, no necesito que sean demasiado ambiciosos y que los deslumbre un puño de monedas de oro momentáneo, solo lo suficientemente inteligentes para que prefieran lo seguro a largo plazo, por favor. Elijah asintió, esa era una decisión inteligente, sobre todo teniendo en cuenta que, fuera como fuera, aún con su desconfianza en ella, el rey de Tassia parecía estar lo suficientemente interesado en esa joven como para que nadie se atreviera a hacerle demasiado daño. —¿Tiene alguna especificación para el estatus de sus nuevos sirvientes? —preguntó Elijah, comenzando a pensar en quienes podrían servir con gusto a esa mujer por el suficiente dinero. —Ninguno —aseguró la azabache, mirando a todas partes—, me basta con que sean serviciales y leales a sus principios, por eso no quiero a ninguno de los que no me recibieron hoy… de verdad, ninguno. Espero la lista del personal actual y del nuevo lo antes posible. —Está bien —aseguró el primer ministro de Tassia, a punto de retirarse para seguir con sus deberes—. Hagamos el cambio la próxima semana. —No —declaró la reina Ebba—, no quiero dormir bajo el mismo techo de esas personas, también temo por mi seguridad, así que llévatelos a todos de inmediato. —¿Y quién la ayudará con la cena, su baño, la cama y todo lo demás? —preguntó el hombre, asombrado por la aparente impaciencia de esa mujer. —Conde, ¿usted de verdad cree que alguien que no le da la bienvenida a su señora le servirá un baño, comida y todo lo demás? —cuestionó Ebba y el otro no pudo argumentar absolutamente nada—. Por lo menos, me gustaría poder dormir tranquila. Ya me las arreglaré por mí misma esta semana que te tomará conseguir personal. —No me tomará una semana —aseguró el primer ministro—, pero esperaba no tener que hacerlo mi prioridad, su majestad, pues yo tengo… —No tiene que darme explicaciones —aseguró la azabache—, es claro que, aunque no odia del todo el hecho de que yo esté aquí, tampoco soy de su agrado, así que no necesita sacrificar nada por mí. Haga su trabajo como mejor le parezca, como ya le dije, me haré cargo de mí misma mientras tanto. Elijah no supo qué más decir. Es decir, a pesar de verse menuda y temerosa, esa joven mujer tenía el carácter que debía tener una reina, ahí fue donde el primer ministro de Tassia entendió lo que significaba ser una verdadera princesa, una mujer orgullosa, inteligente, sabia y, hasta cierto punto, altanera. Ebba Cyril, que antes llevara el apellido Aethel, vio al hombre despedirse y regresar sus pasos luego de dejarla en la puerta de su habitación, entonces entró y respiró profundo al fin, dejando fluir todas esas lágrimas que había estado conteniendo mientras fingía ser fuerte frente a todos aquellos que, a escondidas, la vieron durante todo el día. La nueva reina de Tassia no tardó en quedarse completamente dormida, eso fue hasta que sintió a alguien acariciándole el rostro, entonces despertó desubicada y confundida, mirando con asombro el rostro de su ahora esposo, que le veía dormir, al parecer. —¿Quieres volver a mi palacio? —preguntó Ephraim cuando la joven en la cama volvió a respirar—. Ellos ya te conocen, y ya los conoces. Puedes quedarte ahí en lo que se contrata nuevo personal para ti, que se debería completar, a más tardar, en tres días. —No —respondió Ebba, regresando su cabeza a la almohada y relajando sus hombros—. Como dice el refrán, es mejor estar sola que mal acompañada. —¿De dónde es ese refrán? —preguntó el rey de Tassia que, en toda su vida, no había escuchado jamás algo parecido, y que ni siquiera entendía bien el concepto de refrán. —Creo que es de un sueño al que me gustaría regresar —farfulló la joven y se quedó dormida otra vez. Pues, tal como había insinuado, la nueva reina de Tassia sola se sentía tranquila, pero, ahora que Ephraim estaba con ella, se sentía incluso segura, y todo fue mejor cuando sintió al hombre metiéndose en su cama y abrazándola por la cintura.
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