CAPÍTULO 10

1164 Words
El cuerpo de Ephraim Cyril temblaba de pies a cabeza luego de saber la verdad. Con tal de salvar a sus primogénitos e hijas, la facción antimperialista decidió abandonar a su líder y delatar su más grande delito, ese de haber implicado al anterior príncipe heredero en crímenes que no cometió, sino que cometieron ellos, y de haber provocado con ello la muerte, no solo del príncipe Alphonse y de su esposa Liana, sino también la muerte del anterior rey, cuyo corazón no soportó haber perdido a su primer hijo de tal manera luego de saberlo un traidor. Los crímenes eran atroces, y todos atentaban contra su reino, incluso contra su rey, y, aunque Ephraim nunca aceptó que en realidad su hermano los había cometido, ahora se sentía terrible de haberse apoyado en la gente que había asesinado a su hermano mayor y provocado la muerte de su padre con la intención de hacerse del poder; porque, definitivamente, esa tan rumorada boda que no se llevaría a cabo jamás, tenía la intención de convertir a Nella en reina y poder manipularla. El rey de Tassia, furioso e impotente, golpeó con fuerza su escritorio, y derramó amargas lágrimas, no de tristeza, sino de pura furia, entonces deseó no ser tan idiota, deseó poder ser un poco más listo y agradeció con todo su corazón tener a Ebba consigo, porque, definitivamente, a Ebba le debía que no solo sus sobrinos estuvieran con vida, sino que él no se hubiera casado con esa joven que probablemente entraría al palacio para acabar con él. Ahora podía verlo claramente, Nella Zittel se convertiría en reina para tener el poder y otorgárselo a su ambicioso padre luego de matarlo a él, el rey de Tassia, estaba tan claro como el agua y, ahora que lo sabía, definitivamente no lo permitiría. Lo primero que Ephraim debía hacer sería encarcelar al conde Zittel, y también ordenar el arresto domiciliario de todos esos nobles que se unieron en contra de la familia Zittel, para así levantar la investigación y poder acabar con esa familia que acabó con la mitad de su familia y que, al parecer, no se detendría hasta acabar con todos los suyos. Por su parte, Elijah decidió agachar la cabeza delante de su padre, el duque Vise, anterior ministro del rey Harnann, para solicitar su apoyo. No le era difícil rogar su perdón y pedir su ayuda, porque a tales alturas a Elijah no le quedaba un orgullo que proteger, Elijah no podía sentirse orgulloso de lo mal que había estado haciendo todo como primer ministro de Tassia, y necesitaba de la sabiduría de su padre para salir de todos esos problemas en que cayeron sin darse cuenta. Elwooh no se hizo de rogar, él había estado siendo testigo, desde lejos, de lo mal que lo estaban haciendo ese par de jóvenes, pero cuando lo señaló, tanto el rey como el nuevo primer ministro, se ofendieron al punto de negarle la entrada al palacio real, y ahora estaba de nuevo ahí, con la intención de mejorar lo que se pudiera mejorar. Ephraim agradeció que Elwooh aceptara regresar, y se aseguró de que su esposa, quien parecía ser buena en muchas cosas, entre ellas defender a los que amaba, se hiciera cargo al fin de sus responsabilidades como reina; de todas formas, quienes podrían negarse a ello, no tenían cara de hacerlo, no luego de declarar sus crímenes, crímenes que serían castigados levemente gracias a que habían entregado a quien, según ellos, los instigó y obligó a cometerlos. Ebba, que en un inicio pensó que no quería involucrarse en nada como ser la reina de un país que no conocía, sobre todo cuando tampoco tenía en claro lo que significaba aceptar semejante cargo y sus responsabilidades, al ver lo angustiado y desesperado que se encontraba su ahora marido, decidió, por al menos un rato, intentar ser la reina y hacer lo que en sus manos estuviera para que ese hombre pudiera tomar un respiro. Lo primero que hicieron, mientras un juicio comenzaba a ocurrir, fue mudar a la reina y los dos príncipes al palacio principal para no tener que ocuparse de contratar gente cuando tenían tanto por hacer, y con la certeza de que Suoh y Noah pronto serían los hijos de Ephraim y la primera reina, el par de niños se convirtieron en los amados príncipe y princesa del reino, así que sus cuidados se convirtieron en prioridad de todos los siervos y sirvientes. Ebba comenzó a acudir a una oficina llena de trabajos pendientes, y Elijah, como su asistente, se encargaría de ayudarle a realizar los trabajos de una reina mientras ella aprendía a hacerlo. —Es como magia —musitó la azabache de ojos cafés luego de tomar un documento y comenzarlo a leer sin problema alguno, a pesar de que, en un primer vistazo, esos signos, que ahora entendía como letras, le habían parecido más bien un tipo de jeroglíficos indescifrables. En una mañana, que en realidad no inicio tan temprano, sino después de que ella desayunara con el príncipe Suoh y la princesa Noah, Ebba Cyril entendió que el trabajo de la reina era cuidar del pueblo, por eso su trabajo consistía en reuniones con damas nobles, para entender las necesidades de la nobleza; atender a las solicitudes de los aristócratas de su reino; y, por último, debía, de vez en cuando, hacer alguna caridad para los plebeyos. La primera reina de Tassia, en su corazón de pollo, como solían llamarla en su antigua vida, se sintió mal por que debiera dedicar en ese orden su tiempo, atención y recursos, porque, definitivamente, si mal no recordaba la historia de la edad moderna, esa donde eran los reyes quienes controlaban el poder, los plebeyos no tenían muchos más derechos que los esclavos, y siempre lo odió. De todas formas, no se pondría a pelear con el rey y su gente por algo que estaba establecido ya, simplemente se concentraría en aumentar, de apoco, los beneficios de la plebe, para poder aumentar la calidad de vida de esas personas que también eran su gente; por supuesto, sin olvidarse ni dejar de lado a la aristocracia ni a la nobleza, eso si no quería meterse en problemas. Las cosas iban a cambiar, eso era definitivo pues, ella no solo tenía ese corazón de pollo que apelaría por los más necesitados, sino que no tenía ni idea de cómo debía ser la reina ideal que Tassia esperaba, porque ella no era la verdadera Ebba Aethel, y tampoco era de esa época o, tal vez, ni siquiera era de ese mundo. Sin embargo, tal como siempre hizo en su vida real como Marian Solero, ella daría lo mejor de sí misma para que las cosas funcionaran bien y tuvieran un beneficio para tantos como fuera posible, se lo prometió a ella misma, ese par de niños que pronto serían sus hijos y a ese reino que, ahora, era su hogar.
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