Cierro los ojos al sentir la cálida brisa del viento. Me recuesto en el pasto, cerca del jardín de rosas, sintiendo como los rayos del sol queman mi piel. El día es hermoso.
Giro mi cuerpo a la derecha. Abro los ojos y contempló su rostro. An, mantiene los ojos cerrados, y eso me da la facilidad de poder mirarlo sin actuar extraño, de alguna manera cuando me mira con sus profundos ojos, me siento nerviosa e incapaz de detallarlo.
Escucho como tararea una canción, creo reconocerla, pero lo ignoro cuando veo una cicatriz en su brazo, algo extraño porque nunca la había visto antes. Con precaución acerco mi mano a su brazo; las yemas de mis dedos rozan el trazo y de inmediato abre los ojos.
—¿Qué haces? —Cuestiona, su mirada es amenazante.
—¿Cómo te lo hiciste? —Ignoro su pregunta y dejó a un lado su mal humor, solo me concentro en la cicatriz. Le devuelvo la mirada con la misma intensidad, trato de mantenerla y no bajarla. —. Y no intentes evadir mi pregunta, odio que lo hagas.
—Estás muy habladora el día de hoy. —el tono burlón en su voz me desagrada, siempre encuentra la manera de molestarme.
—An. —advierto. Intento no mostrar mi nerviosismo.
Resopla.
—Tuvo una recaída, no pude controlarlo…
—Y termino lastimándote —completo la frase por él. Apartó su intensa mirada. —. Lo siento.
—¿Por qué te disculpas? —Cuestionó. Aprieto mis labios y trato de no maldecir. Se me olvidaba, no puedo mencionar esa palabra, solo cuando sea necesario. —Odio cuando te disculpas sin motivos, me molesta y lo sabes, aun así, sigue en tu maldito vocabulario. —suena exasperado.
—No es mi culpa…
—Entonces cambiaré tu vocabulario, te enseñaré a obedecerme —abro la boca dispuesta a reclamar. —. Más vale que no me repliques, no me gusta, detesto cuando me contradices.
—¡Eso a mí no me importa! —Le hago saber.
Me da una mirada penetrante, me remuevo incómoda. Sin darme tiempo de reaccionar, está sobre mí, veo la manera de salir, pero me encuentro acorralada. Trago grueso, cuando veo lo cerca que está su rostro del mío. Sonrió divertido al darse cuenta de mis mejillas.
—Te estás sonrojando—volteó mi rostro, avergonzada. —. Mi Chels, no es para avergonzarse. Te ves tierna cuando te sonrojas. —mi corazón da un vuelco al escuchar sus palabras.
—Cállate, tonto. —me sorprende escuchar como suelta una carcajada. Es muy poco de reír, pocas veces presencié su contagiosa risa.
Vuelve a su lugar sin detenerse, sigue riendo. Le gusta ponerme incómoda y nerviosa, es una de sus habilidades, y como una tonta sigo cayendo redondita en su juego.
¿Pero quién no se incomodaría de que un hombre extremadamente atractivo esté encima suyo?
Mi mirada se detiene en su cicatriz, es muy grande. La preocupación se extendió por mi pecho; no es la primera vez, siempre ocurre algo parecido y no importa cuánto lo lastime, pone excusas a su comportamiento. No la juzgo porque llevar una vida tormentosa, no es fácil.
—An, ¿introducirías esas sustancias? —mi pregunta lo toma desprevenido. Tensa su mandíbula y sus ojos pierden el brillo. —Lo siento, no debí preguntar, has como…
—Jamás.
CAPÍTULO 2.
CHELSEA.
—Me odio a mí mismo por extrañarte, pero te odio más a ti por irte. Te odio, Chels.
Un nudo se forma en mi garganta, no encuentro mi voz. Mis ojos pican por las lágrimas acumuladas, trato de no parpadear para no dejar escapar ninguna, no deseo demostrar lo fuerte que me afectó sus palabras, aunque ya es muy tarde.
Una lágrima recorre mi mejilla.
No se inmuta al ver la expresión en mi rostro. Forma una sonrisa retorcida y se da media vuelta.
Sus palabras duelen, arden, me queman el alma. Nunca creí escuchar dichas palabras provenientes de sus labios. Fui una tonta al imaginar que sus sentimientos habían cambiado, pero siempre los tiene presente, recordando su odio constante hacía mí.
La seguridad al decir esas palabras me hace ver el error cometido. Nunca debí regresar, lo mejor era quedarme muy lejos de él, de su odio y desprecio. No se si pueda soportar tanto rencor, ¡No puedo!
Mi cuerpo no se mueve, me mira de reojo. Cierro los ojos, tomo una profunda respiración, cuando vuelvo a abrirlo no lo veo por ningún lado de la habitación. Expulso todo el aire retenido. Ordeno mis pensamientos, dejando claro cada punto para no tratar de confundirme.
Camino fuera de la habitación. Necesito salir de este lugar, este aire sofocante no me permite respirar. No quiero estar presente cuando este en sus cinco sentidos, suficiente he tenido con sus palabras y sería tonta si me quedo para presenciar su lado hostil.
Apresuro mis pasos, pero me detengo de golpe cuando escucho arcadas. Me digo a mí misma que no me debe importar su estado, sin embargo, ignoró mis pensamientos y cambió el rumbo de mi dirección.
Lo veo arrodillado frente al inodoro. Me pongo en su misma posición y llevó una mano a su frente, descubriendo que le ha subido la temperatura.
—¿Cómo te sientes? —Pregunto, rompiendo el silencio. No me responde, se mueve, recostando su espalda en la pared mientras su pecho sube y baja.
«¿Por qué cambiaste tanto?» Quiero preguntar.
—Bien, como no me vas a responder no tengo porqué quedarme aquí. —digo, veo como hace una mueca. Me levanto y comienzo a caminar a la puerta.
—Por favor, ayúdame a pararme. —detengo mis pasos al escuchar su fría voz.
Me giro y le extiendo una mano, lo piensa por algunos minutos, para luego tomarla. Le ayudo a levantarse, y sin pedir permiso recuesta un poco de su peso en mis hombros.
Me hace caminar.
Salimos del baño y me direcciona a una de las habitaciones vacías, abre la puerta y damos dos pasos, saca su brazo de mis hombros y se tumba sobre la cama.
Lo observé por varios minutos.
—Acuéstate conmigo—pide, de inmediato me sonrojo. Aprieta sus labios para no reírse.
Detallo sus facciones. Tiene algunos pequeños cambios. Luce más mayor y su mirada está apagada, no veo el brillo en ellos, es como si se estuviera consumiendo.
—Entonces, ¿Lo harás? —Cuestiona, salgo de mis pensamientos y niego con la cabeza. —Solo unos minutos. —Trata de convencerme, suspiro.
—Bien, solo unos minutos.
Me acuesto a su lado y sin previo aviso me apega a su cuerpo. Se que luego me arrepentiré, pero no importa, no cuando estoy en sus brazos e ignora el hecho de lo que pasó entre nosotros hace cuatro años.
«Solo unos minutos» Me digo a mí misma.
Unos minutos más. Esperaré a que se quede dormido para irme, luego lo sacaré de mi vida y esto quedará en el olvido, como su amor.
Cierro los ojos.
*
Abro los ojos.
Me incorporo con rapidez y miro el reloj, maldigo en voz baja. Giro mi cabeza para ver si aún se encuentra dormido, pero la cama está vacía, no hay indicios de él. Me regaño por ser tan tonta, no debí acceder a su petición, lo correcto era huir, ya que si no lo hacía tendría que enfrentarlo y no estoy lista, aun no estoy preparada para escuchar todo el odio en su corazón, me quebraría.
Lo busco con la mirada, no lo encuentro. Me pongo de pie, aliso mi ropa y me hago una nota mental. Camino sin hacer ningún ruido, no quiero ser atrapada. Suspiro, aliviada, cuando logró salir de la habitación, apresuro mis pasos y llegó a la sala, donde todo se encuentra deslumbrante, no hay evidencia de que hubo una fiesta.
No veo mis maletas por ningún lado y eso me asusta.
Siento un movimiento detrás de mí. Aprieto mis puños para no voltear porque sé quién es la persona, todo en mí reacciona de una manera extraña cuando está cerca. Se que está esperando que haga un movimiento para acorralarme, pero no soy tan valiente para girarme y darle una de mis mejores sonrisas, y actuar como si nada hubiera ocurrido, no me es posible.
Vuelvo a caminar sin girarme, ignoró su presencia. Ya vendré después por mis maletas.
Necesito huir de él.
No estoy dispuesta a tolerar su desprecio y su indiferencia.
Mi cuerpo está tenso, mis pasos son cortos y pesados.
Por suerte logró llegar hasta la puerta sin inconvenientes. Tomo el pomo entre mis manos temblorosas y la abro, pero es cerrada con una brusquedad, me sobresalto. Mi cuerpo vibra al sentir su presencia, todo se vuelve pesado alrededor y mis latidos acelerados.
Cierro los ojos queriendo que esto no sea real.
—¿Por qué huyes? —cuestiona, su tono es tenebroso. No respondo, no puedo pronunciar ninguna palabra porque no encuentro mi voz. —¡RESPÓNDEME! —me sobresaltó.
Coloca sus manos en mis brazos y me da vuelta, me arrincona contra la puerta. Mis ojos, aún se mantienen cerrados porque no podré sobrellevar la intensidad en su mirada, puedo escuchar su respiración.
—Abre los ojos. —ordena, trago grueso. Si no obedezco será peor, lo conozco lo suficiente para saber cuánto odia que le contradigan, siempre le ha gustado hacer las cosas a su manera.
—¿Y que si no quiero? —Me escuchó decir, fruncí los labios.
No se si soy valiente o tan estúpida por contradecirlo, se cuanto odia eso. Pero no cruce un continente para caer rendida a sus pies ni mucho menos para obedecer sus mandatos, he pasado por alto muchos de sus comportamientos en el pasado, esta vez no permitiré que me humille. Es necesario enfrentarlo a pesar de que luego me arrepentiré de mi estupidez no consigo dar marcha atrás. No debo correr porque no le debo nada.
Abro los ojos y levantó la cabeza. Sus ojos me observan furiosos, esa intensidad en ellos me asfixia, me mata. Me mira de una manera aterradora, entonces comprendo todo.
—¿Qué dijiste? —Pregunta, su mirada es fría.
—¿Qué no oíste o estás sordo? —Le respondo con otra pregunta, sus ojos son un torbellino.
Trato de no mostrar mi nerviosismo. Retengo su mirada a pesar de que me consume, aprieto mis puños dándome fuerzas para no dejarme de este desconocido, porque sí, es un completo desconocido. No es el chico que alguna vez amé, esa persona dejó de existir.
Una risa ronca sale de sus labios. Me sujeta del brazo con fuerza, trato de zafarme de su agarre, pero me es imposible, solo logró lastimarme.
—Suéltame, Ancel —exijo, tuerce sus labios.
—Tienes la desfachatez de contradecirme, ¿Quién crees que eres? —Su voz es dura, penetrante y cautivadora. —Me sorprende la nueva Chelsea, ya no es una niña asustadiza.
—¿Por qué debería asustarme de un imbécil, arrogante y egoísta? —Cuestiono. Le retó con la mirada, con la necesidad de demostrarle que no le tengo miedo. —Ahora, suéltame.
Me suelta el brazo. Intento darme vuelta para salir, no me lo permite porque pone sus manos sobre la puerta y me observa. Su mirada recorre cada centímetro de mi cuerpo y me siento expuesta ante él.
Se lame los labios, veo el deseo en sus ojos. Acerca su rostro frente al mío, siento su aliento y respiración chocando contra mi rostro. Cada parte de mi cuerpo se estremece al sentir su toque, su mano se desliza por mi costado y se detiene en mi cadera; con brusquedad tira mi cuerpo contra el suyo.
—¿Qué haces? —Inquiero, de mis labios se me escapa un suspiro.
No responde porque esconde su rostro en mi cuello, deja un beso, para luego succionar. Me muerde el labio inferior, aprieto mis piernas al sentir sus carnosos labios sobre mi piel y parte sensible. Su mano comienza a descender, me remuevo inquieta.
Una ola de deseo se desprende de mi cuerpo, tan solo con su toque.
Esa sensación inquietante, me calienta. Esas ansias para que no se detenga porque me gusta, aunque me perturba, ya que no entiendo esta reacción en mí. Es nueva y aterradora.
Cuando está a punto de meter su mano bajo mi vestido, retrocedo con fuerza, avergonzada por mi comportamiento. Mis mejillas están sonrojadas, ínsito en apretar mis piernas al sentir una electricidad recorrer por mi columna vertebral al ver sus hambrientos ojos.
—Tan lista para mí. —susurra, trata de acercarse. Coloco mis manos en su pecho, empujándolo.
—Por favor, no te acerques. —ordeno, controlando mis emociones. Me muevo, alejándome; estar cerca significa peligro y me niego a tentarme.
—¿Me tienes miedo? —Cuestiona, esboza una sonrisa arrogante.
—¿Qué tratas de demostrar? —inquiero, perturbada. Se vuelve a acercar, retrocedo todo lo que puedo para no estar a pasos de él.
—Nada. —su respuesta es simple, no muestra ningún interés.
—Te conozco…
—No, me conocías —me interrumpe, se encoge de hombros. —. Ahora, no sabes ni quién soy. Lo he visto en tu mirada, esa confusión al ver mi actitud.
—Te equivocas. —miento con descaro.
—Sigues siendo una mala mentirosa. —vuelva a dar pasos.
Quiere demostrar algo por eso está tratando de acercarse. No pienso prestarme en lo que sea que esté planeando.
—¿Por qué regresaste? —Pregunta.
—Eso a ti no te importa —respondo, tuerce sus labios.
No tientes al diablo.
A estas alturas me da igual, no me importa cómo le estoy respondiendo porque no merece ningún respeto, no de mí parte.
—¿Dónde están mis maletas?
—Guardadas, sabía que te escaparías y no me darías la oportunidad de darte una bienvenida como te la mereces.
—¿Qué intentas hacer? —Sonrió burlón. —Tú actitud me incómoda y no necesito una bienvenida, menos de tu parte.
—Pero que grosera, solo quiero comportarme como se debe.
—Con segundas intenciones. —aseguro.
—Chica lista. —dice con sarcasmo.
Me cruzo de brazos, me quedo quieta en mi lugar y busco con la mirada una salida. Estoy segura que no me dejara ir hasta lograr su propósito, no entiendo porque se empeña en hacerme quedar, por más que quisiera creer que me quiere aquí, no puedo. Ha dejado claro su odio y esas inmensas ganas de lastimarme.
Suspiro.
El ambiente es pesado, me dificulta respirar con tranquilidad. Acomodo mi vestido y pasó las manos por mi cabello, bajó un poco mi mirada y cuando la levanto me encuentro con sus ojos, que me escanean, ni siquiera trata de ocultar su descaro, estuvo al tanto de cada uno de mis movimientos. Solo se queda en su lugar con un aura de superioridad y seguridad innata.
Ha pasado tanto tiempo y es como si nada hubiera ocurrido. A pesar de que nos conocemos toda una vida, somos dos extraños con recuerdos en común.
—No te ves como una niña —comenta, le doy una mirada. —. Tu cuerpo se ha moldeado a la perfección, sin embargo, derrochas inocencia.
Niego con la cabeza.
Ya veo. Ahora dice todo lo que pienses, no le interesa incomodar con sus comentarios, solo lo hace porque así le gusta y nadie lo contradice.
—¿Qué tanto has cambiado Chelsea? —no me inmuto cuando se acerca un poco.
—Lo suficiente para darme cuenta que mis decisiones fueron correctas—respondo, no es necesario que le explique, lo entiende completamente por eso su mirada cambia. —. Dime donde esta mis maletas para irme de una vez, así nos ahorramos de preguntas absurdas.
—¿Quién dice que son preguntas absurdas?
—Además, mi presencia te molesta—ignoro su pregunta. —. Lo dejaste muy claro ayer, cuando expresaste abiertamente tus sentimientos.
—Y te dolió. —afirma con una sonrisa.
—En realidad, me da igual. —digo con seguridad, suelta una risa.
—¿Entonces por qué lloraste? —Cuestiona, vuelve a dar un paso en mi dirección.
—Porque quiero y puedo—digo pensativa. —. Eso también me hace recordar que ayer estabas actuando extraño —le señalo, alza las cejas. —. Sería interesante comentarle eso a tu padre, le gustaría saber lo que su querido hijo hace en sus fiestas—junto mis palmas, tensa su mandíbula. —. ¿Dónde están mis maletas?
—Tan rápido te quieres ir, aún la fiesta ni empieza. —camina en mi dirección y se detiene a una distancia prudente.
—No me importa, solo deseo mis maletas para poder irme.
—Solo te las daré con una condición —expone, tiene toda mi atención. —Dame la razón del porqué regresaste.
—Eso no tiene nada que ver contigo —mi respuesta es automática. —. Te tiene que dar igual porque ni siquiera me tendrás cerca, así que tranquilo no busco ser tu amiga.
Ladea su sonrisa. Esa actitud de indiferencia me molesta, todo esto es irritante, me hace perder mi tiempo solo porque quiere saber una respuesta que no estoy dispuesta a dárselo.
—Podemos estar así todo el día —declara.
Camina en dirección a los muebles y se sienta, se acomoda tomando uno de los cojines y luego palmeó a su lado, indicándome que me sentara. Niego, me cruzo de brazos y recuesto mi peso en mi pierna izquierda.
Un pensamiento se me cruza por mi mente y con rapidez lo hago realidad. Camino, apresurada para llegar a las habitaciones y buscar mis maletas; tiene que estar en uno de esos cuartos y no voy a esperar a que sea más tarde, no pienso quedarme una noche más en este departamento, no cuando su presencia me pone inquieta.
Inspecciono cada habitación, suelto todo el aire retenido al dar con ellas. Las tomo y camino para salir, pero se interpone en la puerta y no me deja pasar, le doy una mirada amenazante.
—Déjame pasar. —digo impaciente.
—Quiero la respuesta.
—Te he dejado en claro que no te debe importar, nada de mí.
—¿Y quién dice que me importa? —Pregunta con un tono molesto. —Solo quiero una respuesta, nada más, no te creas importante cuando ni eso puedes ser.
Respiro hondo.
—Déjame pasar —vuelvo a repetir, no se mueve. —. ¿Qué quieres de mí?
—Una respuesta —se encoge de hombros, se acerca a mí. Toma un mechón de mi cabello e inhala el aroma. —, pero si quieres puedes darme más.
—Te lo repetiré una vez, escucha con atención —asintió con una sonrisa socarrona. —. No pienso responder a tu pregunta, no te importa.
—No entiendo porque complicas más las cosas. —tira de mi cabello, hago una mueca de dolor.
Dejo mis maletas, doy dos pasos, levanto mi cabeza y digo lo siguiente:
—Puedes decir todo lo que quieras, pero no te daré una respuesta, ahora déjeme pasar porque no soporto tu presencia. —enfatizo cada palabra. Puedo ver cómo está a punto de perder la paciencia.
Suelto un grito ahogado cuando me alza y me tira sobre la cama. Se sube encima, abre sus piernas y pone sus rodillas sobre el colchón; estiró mis brazos y me sujetó de las muñecas. Bajo un poco mi mirada, dándome cuenta de que mi vestido se ha elevado, mis muslos están al descubierto y por poco se nota mi ropa interior.
—Mis ojos están aquí. —siseo, al ver como mira esa parte. Me observa.
Trato de moverme, pero no me permite hacer ningún movimiento. Acerca su rostro al mío, volteo mi cara al darme cuenta de sus intenciones, ríe.
—¿Puedes dejarme ir? —pregunto, balbuceando.
El silencio nos rodea. Vuelvo mi mirada y me topo con su intensa mirada, algo en mí reacciona.
—Nada ha cambiado. —menciona, lo miro confundida.
Permanece mirándome por largos minutos, parecen eternos. Aparto la mirada cuando no resisto tanta magnitud; recorro con mis ojos por toda la habitación y me detengo cuando noto algo extraño en la mesita de noche junto a la cama.
—¿Qué es eso? —señalo con mi barbilla. Ancel gira su rostro y tensa su cuerpo, lo observo a la expectativa. —Ancel, respóndeme.
Lo empujo con todas mis fuerzas y logró sacarlo de mi encima, me incorporo con rapidez y me acerco a la mesita. Me arrodillo, busco alguna pista para saber que es, rozo con la yema de mi dedo el polvo y lo llevo a mi nariz, rápidamente distinto su olor.
Giro mi rostro, mis piernas tiemblan, me cuesta ponerme de pie y darle la cara. Se sorprende al ver la decepción en mis ojos.
—¿Te estás drogando? —pregunto, desgarrando mi alma. Su mirada se oscurece y lo aparta, no sin antes mostrar culpabilidad. Jadeo. —No lo puedo creer, ¿Dónde quedó el chico con principios?
—Eso a ti no te importa. —dice con rudeza. Su voz no tiembla.
—Tienes razón, no me debe de importar lo que hagas con tu vida, pero siento tanta decepción al saber de tus promesas rotas, creí que eras más inteligente —siento una fuerte oleada de dolor en mi corazón, nunca imagine esto. —. Ella se sentiría decepcionada, cuanta lastima.
Se acerca, me toma de la mandíbula apretándola con fuerza. Retrocedo, chocando con la mesita de noche y muevo mi cabeza, siento como clava sus dedos en mi piel. Su mirada muestra muchas cosas, la manera en como me observa me da ganas de esconderme.
—No la menciones. —ordena, descontrolado.
Me suelta con brusquedad, muevo mi mandíbula siento dolor. Camino hasta donde están las maletas no sin antes darle un vistazo. Parece perturbado, mueve su pie desesperado, está intranquilo, mis palabras lo afectaron más de lo que quiero imaginar.
Salgo de la habitación y me apresuro a salir del departamento. Cada músculo de mi cuerpo está tenso y mi mente no puede procesar tanta información.
Me duele. Me duele tanto saber lo que ha hecho con su vida, ni siquiera note arrepentimiento en sus ojos, solo pude mirar el inmenso descontrol y vacío en ellos.
Vivió en carne propia lo que puede hacer esas sustancias, pasó noches sufriendo por lo que pasaba, pero ahora está en ese lugar, olvidando todo.
Me detengo en medio de la calle y recuesto mi espalda en la pared, inclino mi cabeza mientras noto las lágrimas venir. Llevo una mano a mi rostro para limpiar mis lágrimas, necesito calmarme antes de que me quiebre.
Un par de tenis aparecen en mi campo de visión, levanto mi mirada para ver a la persona y me sorprende ver a la persona parada frente, nunca pensé verlo, mucho menos después de todo.
—Hola, Chelsea.