Capítulo 3: Títeres y Marionetas

1527 Words
—¡Ayuda! —Exclamó Simón mientras sentía como algo lo jalaba más y más hacia la oscuridad. Los gritos de Mariano no se detenían, mientras su cabello dorado empezaba a perderse entre las sombras del pasillo que parecían devorarlo. Sintió como unas manos delgadas y delicadas se deslizaban alrededor de su pecho, rápidamente esas manos de mujer comenzaron a tirar de él acompañadas por el impulso de fuerza que generaba el cuerpo de Emilia. Simón sintió como su cuerpo era arrastrado cada vez más lejos del pasillo, se maravilló ante la fuerza que aquella chica poseía y no pudo evitar girar su rostro para observarla, pero no era la fuerza de Emilia la única trabajando, los robustos brazos de Víctor se deslizaban alrededor del cuerpo de ella tirando con fuerza hacia atrás. Juntos formaban una especie de cadena humana, pero con un eslabón faltante: Felipe se encontraba escondido debajo de una mesa, sus ojos abiertos de par en par revelaban pánico puro y genuino. En la mente de Simón solo una palabra se hizo eco: Cobarde. El desvío la mirada, aquel no era momento para exponer a su amigo, Mariano necesitaba de toda su fuerza y concentración si quería sobrevivir a lo que merodeaba entre las sombras. —¡¡ A las tres tiramos juntos !! —gritó Víctor por encima de las respiraciones alteradas —¡Uno, dos y… tres! ¡Ahora!. La orden de Víctor golpeó a Emilia y Simón de lleno, ambos obedecieron de forma monótona. Tiraron con todas sus puertas hasta que la espalda de Víctor rozó la isla en el centro de la habitación, hasta que el cuerpo de Mariano logró entrar por completo a la cocina. —¡Mariano! ¿Cómo te sientes? —lo interrogó Simón aún aferrando con fuerza su mano, negándose a dejarlo ir. —Bien, estoy bien —contestó su amigo con la voz entrecortada. —¡Mariano! —gritó Emilia a espaldas de Simón. Ella pasó corriendo de forma veloz y, sin darles tiempo a nada, saltó encima de Mariano envolviendo su cuello con sus delgados brazos. El gesto hizo chocar los dientes de Simón. Incapaz de seguir viendo aquella escena, desvió sus ojos al suelo. Sin embargo, una mancha de sangre formándose en los azulejos color marrón lo sacó del trance. Siguió el recorrido de las gotas salpicando para encontrar el tobillo de su amigo rasgado y ensangrentado. —¡Mierda!— fue la única palabra que se liberó de la mente de Simón, atrayendo la atención de todos quienes siguieron el recorrido de sus ojos. El poco color que aún conservaba el bronceado rostro de Mariano desapareció, su boca se abrió y cerró varias veces antes de comenzar a gritar mientras contemplaba su tobillo destrozado. Cinco grandes incisiones circundaban su tobillo, la carne alrededor de estos parecía haber sido quemada. Si se inclinaban hacia él, se podía ver la grasa de la piel intentando escurrirse por las heridas. Felipe que había logrado reunir el valor suficiente para salir de su escondite y ponerse en pie, palideció aún más al notar las heridas. Sólo hizo tiempo de girarse antes de vomitar su sofisticado almuerzo en el piso de la cocina. —Necesita ir a un hospital de inmediato —tartamudeo Víctor sin poder apartar sus verdosos ojos de las heridas. —No, no puedo ir a un hospital, mi familia no tiene cómo pagarlo —dijo Mariano, implorando a todos en la habitación. Era verdad: con el triste sueldo de ambos, Olivia Parking y Roberto Collins, a duras penas lograban solventar los gastos de sus cuatro hijos. Mariano se avergonzaba de llevar a cualquier persona a su casa, pero Simón era de los pocos que iba con frecuencia. Jamás le reveló a su amigo lo mucho que envidiaba su familia cálida y amorosa. Simón pensó y rebuscó en su cabeza una solución, hasta que esta se reveló. —Felipe, tú pagarás con la extensión de tarjeta que tienes los gastos en el hospital —dijo mientras se dirigía a su amigo herido y envolvía un brazo a su alrededor, en un intento por ayudarlo a mantenerse en pie. —¿Estas demente? No pienso pagar un carajo y no me pueden obligar a hacerlo, es mi dinero —gruñó Felipe poniéndose a la defensiva. —Es verdad, no te podemos obligar. Pero si no lo pagas le diré a toda la escuela que te escondiste debajo de la mesa durante la tormenta porque le tienes miedo— retrucó el primero de forma afilada. —No tienes pruebas —se burló este y la mente de Simón buscó alguna opción. —Yo también te vi, diré que estabas tan aterrado que parecías a punto de ensuciar tus pantalones. Víctor también vió lo mismo ¿No es así Vic? —dijo Emilia, igual de afilada que Simón. Víctor se sonrojó al escuchar su apodo de la boca de ella y asintió con la cabeza. El rostro de Felipe se volvió colorado de ira, sus ojos verdes parecían largar rayos mientras que apretaba sus labios en una fina línea. —Llamaré a una ambulancia, pero luego me devolverán mi dinero. Hasta el último centavo —dijo Felipe con cada palabra cargada de enojo y recelo. Se quedaron en silencio mientras esperaban a que Felipe terminara de llamar a emergencias. Ninguno hacía contacto visual con otro, se limitaban a observar aterrados el pasillo que ahora permanecía con su luz encendida, al igual que la habitación más allá. —¿Qué fue eso? —se atrevió a susurrar Emilia una vez finalizada la llamada. Ninguno de los chicos a su alrededor fue capaz de darle una respuesta y no era porque sus cerebros estuvieran drenados de alguna posible teoría: La verdad era opuesta, las ideas que desbordaban sus mentes eran extrañas, irreales y casi imposibles. —¿Creen que fue por el juego? —volvió a decir Emilia, insistiendo en una respuesta. Fue entonces cuando la risa escéptica de Felipe retumbó en la amplia cocina. —Por favor, ¿me van a decir que creen que todo esto pasó por un estúpido juego? —se burló este mirando a sus amigos como si estuvieran dementes. —¡¡Yo no lo creo, estoy segura!! ¡¿Tienes alguna idea mejor para explicar la pierna medio arrancada de Mariano?! —explotó la chica, con el miedo en sus ojos siendo reemplazado por la ira. Nadie se atrevió a contradecirla. Felipe, muy sabiamente, mantuvo su boca cerrada. La habitación volvió a sumirse en silencio. Algo que Simón no podía negar era el carácter fuerte y explosivo de Emilia: Inteligente, fría, calculadora, manipuladora y engañosa; eran algunas de las cualidades con las que él solía describirla en su mente. Una lista personal que le recordaba a diario lo peligrosa que podía llegar a ser aquella niña asustadiza. Fue la voz de Víctor la que sonó en medio del profundo silencio. —Si lo que dice Emilia es verdad, ¿que debemos hacer ahora?— susurró, pero ninguno de sus amigos sabía que hacer y simplemente se negaron con la cabeza. Luego agregó— ¿Esa cosa va a volver? Los corazones de los cinco se aceleraron en el centro de sus pechos, el tamboreo retumbando en cada parte de sus cuerpos. —Muy probablemente —se atrevió a decir Simón con los vista fija en un azulejo del suelo, su mente se encontraba lejos de ese mundo. Emilia sollozo, Mariano maldijo entre dientes, Víctor comenzó a gritar y jalar su oscuro cabello en un intento por desprender alguna idea de su cerebro brillante; mientras que Felipe se limitó a permanecer mudo y rígido como una planta, al tiempo que su rostro se volvía tan blanco como un papel. Fue entonces cuando tres golpes fuertes sacaron a los chicos de su desesperada búsqueda de respuestas. Nadie se movió de sus lugares mientras volvían a escuchar el sonido repetirse, venía de la puerta delantera. Las respiraciones de los todos allí se aceleró en conjunto y con rapidez se volvieron irregulares, un cosquilleo electrizante recorrió cada parte de sus cuerpos, en sus mentes se desataba un sinfín de posibles desenlaces. —Es tu casa Felipe, te toca abrir —dijo Simón casi en un murmullo para que solo ellos dos escucharan y, antes de que su amigo presentará objeción alguna, él lo empujó hacia adelante. Este, de forma veloz, volteó su rostro y le dedicó una mirada de odio, pero Simón tenía razón: Esa era su casa y le tocaba abrir. Con pasos lentos y perezosos, Felipe comenzó un calmoso recorrido hacia la entrada principal. A cada paso que daba sentía como la respiración lo ahogaba más y más, el correteo de su corazón amenazaba con escapar de su pecho, aun así, él siguió caminando. Por el puente de su nariz respingada se deslizaban una gota de agua, tardó unos segundos en entender que aquello eran lágrimas: Estaba llorando. Cuando finalmente logró llegar hasta la entrada principal, sus dedos viajaron por el aire hasta descansar sobre la perilla. El sonido acelerado de su corazón retumbaba en sus oídos mientras giraba la perilla de la puerta.
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