Emilia estaba agradecida por la lluvia que salpicaba su rostro, ya que era el camuflaje perfecto para sus lágrimas.
El dolor y la angustia la acompañaron en su tardío regreso a casa, no quería volver pero no era capaz de concebir otro posible lugar para estar más que ese.
Cuando llegó a la puerta de pintura salteada que adornaba la entrada principal de su decadente morada, se apresuró a limpiar su rostro. Cualquier rastro de sentimientos o debilidad fueron escondidos.
Respiró profundo dos veces para intentar tragar el nudo apresado en su garganta y sin más remedio, abrió la puerta, deslizándose a su propio campo de guerra.
El nauseabundo olor a humedad y cigarrillos llenó la nariz de Emilia, desde niña se había criado con esa horrible combinación de olores, pero aún no lograba acostumbrarse.
—Ve a la tienda y trae un paquete de cigarrillos —dijo su madre a modo de saludo.
Emilia caminó unos pasos hasta quedar casi de frente al andrajoso sillón de dos cuerpos, donde su madre permanecía recostada observando un programa de televisión.
Tiempo atrás, esa mujer había sido hermosa, ahora su cabello una vez dorado y brillante parecía sucio y grasiento, la sonrisa preciosa que dibujó su simétrico rostro había quedado manchada por el tabaco. De su antigua belleza solo permanecían sus preciosos ojos grises, ahora se encontraban enmarcados por el rojo de la marihuana.
Tabaco, alcohol, sexo, marihuana, crack, su madre ya lo había probado todo y aún así llegó a un punto dónde nada le era suficiente para sustraerse de la realidad.
El mayor miedo que crecía en la mente de Emilia con cada día que pasaba era encontrar a su madre muerta, ya fuera por su propia mano o la de alguna de sus parejas, siempre violentas y volátiles,como si tuviera esa extraña adicción hacia los hombres peligrosos.
—Acabo de llegar y tengo que hacer mi tarea, mañana tengo clases — contestó Emilia intentando enfocar el rostro de su madre a través de la penumbra en el cuarto.
Un quejido vago le indicó que su madre se incorporó en el sillón y su silueta se giró en torno a ella.
—¡¿Te pregunté qué mierda tienes que hacer?! ¡No! ¡Te dije lo que debes hacer! ¡Ahora ve y trae el puto atado de cigarrillos! —gritó su madre entre las sombras.
Con su rostro tenuemente iluminado por el resplandor azulado de la televisión bien podría confundirla con un cadáver reanimado; aunque a juzgar por el leve arrastre de las palabras y el pútrido hedor que su cuerpo emanaba a alcohol, no estaba segura de si los zombies podían beber.
—Lo siento, está bien solo iré a mi cuarto para buscar un paraguas, afuera llueve —susurró Emilia mientras se alejaba de ella, en dirección a su cuarto.
El corazón de su madre no se inmutó ante la idea de que su hija saliera con la fuerte tormenta que rugía afuera, incluso estaba segura de que aquella mujer se alegraría si un día la joven niña no regresaba a su casa.
Según ella, Emilia era la causa de sus desgracias, el problema con sus adicciones y tenía la culpa de que su padre se fuera de la casa cuando descubrió que crecía en el vientre de su madre.
Con pasos apresurados, Emilia entró a su cuarto y cerró la puerta a su paso. No logró contener más las lágrimas que se deslizaban por su rostro e intentó calmar su alma angustiada, aferrándose al único escape que tenía de la realidad: Leer.
Ella tomó el único libro que tenía, "Don Quijote De La Mancha", había sido un obsequio de su maestra de primaria cuando terminó y pasó a nivel secundario.
No tardó mucho en perderse entre las páginas ya marcadas por tanta lectura, su mente la transportó a ese mundo más fácil y hermoso mientras deseaba con todo su corazón poder ser absorbida por el libro, pero unos golpes en la puerta de su cuarto acompañados por el crujido de esta al abrirse la sacó de su fantasía.
El horrible rostro de Hugo González, la nueva pareja de su madre, se asomó por la puerta dándose permiso y entró en su cuarto.
—Ve a comprarme una cerveza y que esté bien fría, no tardes —gruñó él, en tanto abría la puerta de su cuarto, esperó unos segundos y comenzó a darse la vuelta para marcharse.
—No soy tu sirvienta para ir a comprar lo que se te cante a cualquier hora —susurró Emilia casi imperceptible.
Pero Hugo la escuchó, de forma brusca se giró en torno a ella y caminó unos pasos dentro de la habitación. Su figura robusta y rostro cargado de ira detuvieron el corazón de la niña.
—Maldita mocosa mal agradecida, vas a la escuela, vives y comes gracias a mi dinero —comenzó a decir el hombre pero sus ojos se desviaron al cuello de ella, a las marcas aún perceptibles—¡¿Qué demonios tienes ahí?! —gritó acortando la distancia que aún los separaba.
—No es nada —susurró ella intentando cubrirse el cuello.
Pero el hombre tomó con fuerza una de sus manos y la obligó a pararse frente a él.
—Conque eres una puta, ¿no niña? ¿Ya estás haciendo cosas que no deberías hacer? Esta es mi casa y no te quiero ver cerca de ningún chico ¿Me entendiste? ¡Soy el que te mantiene a tí y a la inútil de tu madre, por lo tanto son de mi propiedad! —gruñó Hugo sacudiendo su brazo antes de soltarlo.
Pero no se detuvo ahí, estampó su mano libre contra el rostro de ella. Rápidamente el gusto cobrizo de la sangre hizo con tacto con su lengua mientras los ojos de ella se llenaban de lágrimas.
El dolor y el miedo se hundieron en el pecho de Emilia mientras observaba cómo el hombre se alejaba unos pasos de ella, no por pánico por haberla golpeado, más bien estaba exhibiéndose ante ella, exponiendo su enorme figura y fuerza brutal en un intento por acobardarla. Lo consiguió.
—Ahora maldita niña, ve a la maldita tienda y trae lo que te pedí, no me vuelvas a hacer enojar o será peor la próxima vez —gruñó el hombre antes de salir del cuarto.
Sola en el medio de su habitación, ella se quedó unos segundos procesando lo que acababa de ocurrir mientras palpaba con los dedos su labio partido y sangrante.
Era la primera vez que Hugo la golpeaba, de lejos, él era la pareja más violenta de su madre.
Quería irse, escapar de ese maldito lugar al que estaba forzada a llamar hogar. Busco con desesperación una respuesta en su cuarto, como si las paredes pudieran susurrarle una forma de escapar. Pero la respuesta no se la dieron aquellas paredes manchadas por la humedad, se las dió un montón de hojas viejas unidas por un encuadernado.
"Don Quijote De La Mancha" se encontraba abierto a unos pasos de ella, sus ojos se concentraron en él y una idea brilló en su mente.
Con rapidez guardó el libro junto con las cosas de la escuela, metió todo dentro de la mochila que ya llevaba y salió en silencio de la habitación.
Encontró a su madre y Hugo recostados en el sillón, su atención estaba centrada en la televisión.
En silencio, ella caminó por la casa hasta la entrada principal. El corazón latía con fuerza en su pecho y más aún cuando giró la perilla, con el sigilo de la muerte, Emilia salió de su casa rumbo a la biblioteca pública.
Con cada paso que daba más lejos de su casa, sentía como el alivio era expulsado de su cuerpo a modo de lágrimas.