ACCIDENTE

1236 Words
**ELARA** Salí al garaje y ahí estaba ella, esperándome como siempre, brillante y poderosa. Pasé la mano por su manillar con cariño, casi como si le hablara en silencio. “Hoy es nuestro día”, pensé mientras revisaba rápidamente que todo estuviera en orden: frenos, aceite, neumáticos… todo perfecto. Cuando encendí el motor, el rugido llenó el espacio y me hizo sonreír aún más. Era un sonido que siempre me erizaba la piel, un recordatorio de que estaba viva y lista para cualquier cosa. Subí a la moto y sentí cómo el mundo se acomodaba bajo mis pies. Todo estaba en su lugar. El camino hacia el lugar del evento fue como una especie de preludio emocionante. La brisa fría de la noche golpeaba mi rostro mientras aceleraba por las calles casi vacías. Cada semáforo en verde era una invitación a ir más rápido, a sentir cómo el viento intentaba detenerme sin éxito. Las luces de la ciudad pasaban como destellos fugaces a mi alrededor, pero yo solo podía pensar en lo que me esperaba más adelante. Cuando llegué al sitio, el ambiente era exactamente como lo había imaginado: música alta, risas, motores rugiendo por todas partes y personas reunidas alrededor de las motos más impresionantes que jamás había visto. Algunas eran verdaderas obras de arte; otras eran máquinas hechas para la velocidad pura. Pero ninguna me intimidaba porque sabía lo que tenía entre manos. Mis amigos me saludaron con entusiasmo cuando me vieron llegar. Estacioné mi moto con cuidado y bajé con confianza. Sentí cómo algunas miradas se posaban en mí y en mi compañera metálica. Era imposible no notar la presencia de una máquina tan bien cuidada y preparada para cualquier desafío. —¿Lista para demostrar quién manda? —me preguntó uno de mis amigos mientras me daba una palmada en el hombro. —Siempre —respondí con una sonrisa traviesa mientras ajustaba mis guantes. La noche avanzó entre risas, charlas y pequeñas demostraciones de habilidades sobre dos ruedas. Pero yo esperaba el momento clave, ese instante en el que todo el mundo se reuniría para ver las verdaderas exhibiciones. Cuando finalmente llegó, sentí cómo la adrenalina comenzaba a correr por mis venas como un torrente imparable. Me acerqué a mi moto y le di un último vistazo rápido antes de subirme nuevamente. El rugido del motor esta vez fue más intenso, más desafiante, como si también estuviera lista para demostrar su valía. Nos alineamos junto a otras motos en la pista improvisada y esperé la señal para comenzar. Cuando dieron la señal, todo se desvaneció excepto el asfalto frente a mí y el sonido del motor bajo mis piernas. Aceleré con fuerza y sentí cómo la moto respondía perfectamente a cada movimiento mío, como si fuéramos una sola entidad desafiando las leyes del mundo. Las luces se mezclaban con el ruido ensordecedor de los motores a nuestro alrededor, pero nada podía distraerme. Hice giros cerrados, aceleraciones rápidas y algunos trucos que había practicado durante meses en secreto. Cada movimiento era calculado pero lleno de pasión, y podía sentir cómo las miradas se clavaban en nosotros mientras dominábamos la pista. Era pura magia, esa conexión entre humano y máquina que no todos entienden, pero que yo vivía intensamente en ese momento. Cuando finalmente me detuve al final de la pista, jadeando por la emoción y con una sonrisa imposible de borrar, supe que habíamos dejado nuestra marca esa noche. Los aplausos y los gritos de entusiasmo alrededor confirmaron lo que ya sabía: mi moto y yo éramos imparables juntas. Mientras guardaba la moto al final del evento, me quité el casco y dejé que el aire fresco me acariciara el rostro. Mis amigos no tardaron en acercarse, riendo y felicitándome por lo bien que había salido todo. Yo no podía hacer otra cosa más que sonreír mientras pasaba mi mano con cuidado por el manillar de mi fiel compañera metálica. Había sido un día intenso, lleno de adrenalina, y sentía una mezcla de orgullo y gratitud por cómo habían salido las cosas. De repente, una chica que no había visto antes se acercó con una sonrisa desafiante. Tenía una mirada que decía "no me subestimes" antes de que siquiera hablara. Con voz firme, pero cargada de arrogancia, me soltó: —No cantes victoria tan rápido. Yo soy mejor que tú. Me quedé un segundo en silencio, sorprendido por su actitud. Luego, simplemente sonreí. No valía la pena engancharse con alguien así, pensé. Pero mis amigos, siempre buscando un poco de espectáculo, empezaron a animarme: —¡Demuéstrale quién manda! ¡No puedes dejar que te hable así! Intenté negarme al principio. No quería entrar en ese juego. Pero entre las risas, los empujones amistosos y las miradas expectantes, terminé cediendo. —Está bien —dije finalmente—; sin embargo, solo una vuelta. La chica sonrió como si ya hubiera ganado y se subió a su moto con una confianza que casi resultaba contagiosa. Yo respiré hondo, me coloqué el casco y encendí mi moto. El rugido del motor me devolvió la calma; era como si mi compañera metálica me hablara, asegurándome que estábamos listos para lo que viniera. Nos alineamos en la pista improvisada mientras algunos curiosos se acercaban para ver qué pasaba. Mis amigos gritaban desde un costado, animándome como si estuviera en una final mundial. La cuenta regresiva comenzó, y en cuanto dieron la señal de salida, ambos aceleramos. Desde el inicio, la carrera fue reñida. La chica sabía lo que hacía; no era solo hablar por hablar. Cada curva era un desafío, cada recta una oportunidad para demostrar quién tenía más control, más maña, más agallas. Admito que me estaba divirtiendo más de lo que esperaba. Llegamos a la última vuelta, y ahí fue cuando todo cambió. En una curva cerrada, ella hizo un movimiento arriesgado, demasiado arriesgado. Sentí cómo su moto chocaba contra mi llanta trasera. El impacto fue suficiente para desestabilizarme. Intenté mantener el equilibrio como pude, pero la moto empezó a tambalearse peligrosamente. Mis manos apretaban el manillar con fuerza mientras intentaba recuperar el control, pero los frenos no respondían como deberían. En ese momento supe que no tenía muchas opciones. Decidí dirigir la moto hacia una zona verde para minimizar el impacto y evitar algo peor. La caída fue inevitable. Sentí cómo mi cuerpo golpeaba el suelo mientras la moto se deslizaba a unos metros de mí. El dolor en mi pierna izquierda fue inmediato, pero lo peor era la sangre que comenzaba a correr por mi frente. Todo se sentía borroso por un momento, aunque los gritos de mis amigos me devolvieron a la realidad. —¡Corre! ¡Está herido! —escuché a uno de ellos decir mientras se acercaban corriendo hacia mí. Me ayudaron a sentarme con cuidado mientras otro llamaba a una ambulancia. Mi pierna estaba raspada y ardía como el demonio, pero lo que más preocupaba era la sangre que no dejaba de salir de mi frente. A pesar del dolor, intenté mantenerme tranquilo; no quería asustar a nadie más de lo necesario. Mientras tanto, esa chica seguía ahí parada junto a su moto, riéndose como si todo hubiera sido un chiste. —¡Eres una tramposa! —le gritó uno de mis amigos con furia. Ella simplemente levantó los hombros y dijo: —Si no puedes manejar un poco de competencia, mejor no te subas a una moto.
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