**ELARA**
Esa respuesta me encendió por dentro, pero estaba demasiado cansada y adolorida para responderle como se merecía. Solo la miré fijamente desde donde estaba sentado mientras mis amigos seguían defendiéndome con palabras que preferiría no repetir aquí.
La ambulancia llegó poco después, y los paramédicos comenzaron a atenderme. Mientras me limpiaban las heridas y revisaban mi frente, pensé en lo sucedido. No era solo la caída lo que me molestaba; era esa actitud arrogante, esa falta de respeto por el deporte y por los demás corredores.
Antes de subirme a la ambulancia, giré hacia ella una última vez y le dije:
—¿Sabes? No importa cuánto ganes o pierdas si no tienes respeto por los demás. Algún día eso te va a costar caro.
Ella no respondió nada esta vez. Solo me miró con una mezcla de sorpresa e incomodidad antes de apartar la vista.
Ya en el hospital, mientras me cosían la frente y revisaban mi pierna para asegurarse de que no hubiera nada grave, mis amigos seguían conmigo, haciendo bromas para animarme. A pesar del mal rato, me sentí agradecido de tenerlos ahí.
Aprendí algo importante ese día: no todas las carreras valen la pena correrlas, especialmente cuando enfrentas a alguien que no sabe jugar limpio. A veces es mejor quedarse al margen y cuidar lo que realmente importa: tu integridad, tanto física como emocional.
Y aunque esa chica pudo haber ganado en su propia mente ese día, yo sabía que había algo que ella nunca entendería: el verdadero espíritu de competir no está en ganar a cualquier costo, sino en hacerlo con honor y respeto.
Me desperté en la clínica con un leve dolor en el brazo y una sensación de pesadez en la cabeza. El médico ya me había dicho que no era nada grave, solo un par de golpes y raspones. Había aplicado un medicamento y me informó que podía irme a casa. Me sentía aliviada, aunque un poco avergonzada por todo lo ocurrido.
—Elara, ¿te llevamos a tu casa? —me ofreció una de las personas que me había acompañado hasta aquí.
Negué con la cabeza rápidamente. No quería causar más molestias. Ya habían hecho bastante por mí.
—No es necesario, de verdad. Llamaré a alguien para que venga por mí —respondí con una sonrisa agradecida.
—Está bien, cuídate mucho —me dijeron antes de despedirse.
Me quedé sola, sentada en la camilla, mirando el reloj en la pared. Mis pensamientos empezaron a divagar. ¿Cómo iba a explicar esto en casa? Mis padres se volverían locos si se enteraban de que había tenido un accidente en la moto. Ya los imaginaba gritando y preguntándome por qué siempre hacía cosas tan irresponsables. No, definitivamente no podía contarles nada. Era mejor mantener todo en secreto.
Después de darle vueltas al asunto, decidí que la mejor opción era llamar a Julián. Él siempre había sido mi cómplice en este tipo de situaciones. Miré la hora en mi celular y calculé que ya debería estar en su trabajo. Respiré hondo y marqué su número.
—¡Halo! —contestó con su voz habitual, despreocupada.
—Julián, soy yo, Elara. Estoy en la clínica. ¿Puedes venir por mí? —dije rápidamente, sin rodeos.
—¿Qué te pasó? —preguntó de inmediato, y su tono pasó de relajado a preocupado.
—Tuve un accidente en la moto —confesé con un suspiro.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.
—Manda la dirección, voy por ti —respondió finalmente.
Sonreí al escuchar su disposición inmediata. Sabía que podía contar con él. Le envié la ubicación y me quedé esperando en la sala de la clínica. No pasó mucho tiempo antes de verlo entrar, con el rostro desencajado y una mezcla de preocupación y enojo en los ojos. Me mordí el labio para contener una risa; su expresión era tan intensa que casi parecía cómica.
—¿Qué demonios hiciste esta vez? —me soltó apenas llegó a mi lado.
—Nada del otro mundo —respondí tratando de restarle importancia—. Me metí a una carrera, y la chica contra la que competí era de esas que ganan a cualquier costo.
Julián me miró como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
—Eres tan irresponsable contigo misma —me regañó, cruzando los brazos.
—No me regañes, por favor. Te llamé porque no quiero que mi familia se entere —le dije con un tono suplicante, mirando al suelo.
—¿Y qué esperas que haga yo? —preguntó arqueando una ceja.
—Necesito un lugar donde pueda recuperarme sin que nadie me encuentre. ¿Tienes algún sitio donde pueda quedarme? —propuse con cautela.
Julián suspiró profundamente, claramente frustrado conmigo.
—¿Y cómo vas a justificar tu ausencia con tu familia? —preguntó, mirándome fijamente.
—Ellos saben que me gusta viajar. Les diré que estoy de vacaciones en algún lugar turístico —respondí rápidamente. Ya tenía todo planeado en mi cabeza.
Él negó con la cabeza, como si estuviera lidiando con una causa perdida.
—Eres incorregible —murmuró finalmente.
—Por favor, Julián. No seas malo. Ayúdame con esto. Te prometo que no te voy a dar problemas —le dije poniendo mi mejor cara de súplica.
Se quedó pensativo por un momento antes de finalmente ceder.
—Está bien. Tengo un apartamento de soltero. Puedes quedarte ahí el tiempo que necesites para recuperarte —dijo con resignación.
Mis ojos se iluminaron al escuchar eso.
—¿De verdad? ¡Es fantástico! ¡Gracias! —exclamé emocionada.
Él puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír ligeramente ante mi entusiasmo.
Salimos juntos de la clínica y nos dirigimos hacia su apartamento. Durante el trayecto, no pude evitar sentirme agradecida por tener a alguien como Julián en mi vida. Siempre estaba dispuesto a ayudarme, incluso cuando sabía que yo era un completo desastre. Aunque me regañara y se quejara, sabía que en el fondo le importaba mucho lo que me pasara.
Cuando llegamos a su apartamento, me mostró todo con esa mezcla de amabilidad y firmeza que lo caracteriza. Me señaló la cama donde podía dormir, el baño, la cocina… todo lo esencial. Era un lugar sencillo, pero acogedor, de esos que te hacen sentir en casa aunque no sea tu casa. No pude evitar sentir un alivio inmenso; al menos tenía un refugio temporal mientras las cosas se calmaban.
—Recuerda lo que prometiste: nada de problemas —me dijo con esa mirada seria que usa cuando quiere asegurarse de que hablo en serio.
—Lo prometo —respondí, intentando parecer inocente, aunque probablemente mi sonrisa me delataba.
Él suspiró, como si no estuviera del todo convencido. Se acercó un poco más y me miró directamente a los ojos.
—No te hagas daño de esta manera. Vendré en la noche; si necesitas algo, llámame, ¿de acuerdo?
—Eres un sol —le dije con una sonrisa pícara y un guiño. Él negó con la cabeza, pero sonrió al final. Cerró la puerta tras de sí y el apartamento quedó en completo silencio.
Con la ayuda de una muleta, comencé a recorrer el lugar. Era pequeño pero encantador. Cada rincón parecía tener un poco de su esencia, desde los libros desordenados en una esquina hasta el aroma a café que aún flotaba en el aire. Todo olía a él, y eso me hacía sentir una mezcla extraña de tranquilidad y nostalgia.