4. Destino incierto

2841 Words
El teléfono sobre el escritorio de Michael Urriaga no paraba de sonar, y Layla estaba junto a él observándolo como si cada “rin” la incitara a tomarlo para gritar demandando ayuda a quienquiera que estuviera al otro lado. La tentaba, aunque ya hubieran transcurrido algunos eternos meses desde que su tío la tuviera cautiva en su totalidad. Él entró al despacho con apremio, por lo que ella se sobresaltó y trató de disimularlo viendo en su dirección tímidamente. Michael clavó de inmediato sus ojos cargados de peligro en Layla, advirtiendo con solo su mirada que le podía ir muy mal si se atrevía a tocar ese teléfono. —Sírveme un trago —ordenó tan pronto colocó la mano en el auricular. Sin pronunciar palabra alguna y obedientemente, Layla dio media vuelta mientras lo escuchaba contestar. Dio un par de pasos al mueble bar del despacho que contenía sus bebidas predilectas, ya sabiendo perfectamente cual era su preferencia de trago al final de algunas mañanas y cuánto podía variar su antojo de acuerdo a la hora del día. —¡Oh! Querida Vivian eres tú… —habló con una amabilidad que a Layla le pareció repugnante. Ella lo observó por encima del hombro cuando sostuvo el vaso de vidrio en el que le serviría y se encontró con su sátira sonrisa que hacía destacar tanto su hipocresía como la victoria sobre ella. —Queda demostrado que mi sobrina ha tenido una buena amiga… pues, te informo. Ella partió ayer para la finca de unos buenos amigos nuestros, allá tendrá aire fresco, estará rodeada de los privilegios de la naturaleza y de otro tipo de distracciones que le sentarán bien. Confío en que le ayude a reponerse de su pérdida. Layla volvió su mirada al mueble bar, y cada uno de los rasgos de su rostro vibró conteniendo toda su impotencia. Sostuvo la botella de coñac y empezó a servir en el vaso, sus manos temblaban y se producía un tintineo al chocar ligeramente los dos objetos de vidrio. Ahora que sabía de lo que él era capaz, temía por Vivian, el único ser en el universo que seguía ahí, recordándola, y que le recordaba a ella misma que todavía existía. —Bien, querida, te estaré informando sobre cualquier novedad. Estoy muy agradecido por tu llamada. Layla escuchó cuando él colgó. Ella regresó con la bebida solicitada, haciendo lo posible por controlar sus movimientos. Colocó el trago sobre el escritorio delante de su tío. —Me agrada Vivian y su insistencia en saber de ti… —comentó con una serenidad inquietante. Su comentario hizo que un escalofrío recorriera la columna de Layla. Ella solo asintió agachando la mirada, pero fue evidente cuando tensó la mandíbula y tragó grueso. —¿Deseas algo más… —alzó su vista vidriosa— tío? —preguntó detrás de sus dientes apretados. El hombre cogió su bebida y se la llevó a los labios. Layla lo observó fijamente, sumergiéndose en sus pensamientos, imaginando cuan fácil podría ser agregarle algún tipo de veneno a sus bebidas o a la comida que ella misma le preparaba. El golpeteo del vaso volviendo a la mesa después de que Michael lo vació de un solo sorbo, la hizo echar el rostro hacia atrás con cierto temor de forma instintiva, como si él tuviera el don de leer pensamientos y fuera a darle una bofetada por lo que pasaba por su cabeza, pero a pesar de todo, luego, sintió vergüenza de sí misma por esas ideas homicidas. —No. Ahora ve a cambiarte, en 5 minutos saldremos para La Maison Saphir. Layla obedeció, salió de ese despacho con prisa. Deseaba estar lejos de él, lejos de su vista. Layla sentía que su tío la había amordazado y atado a él tan fuerte que no visualizaba ni una forma posible de liberarse. Lo intentó tanto como pudo, pero cualquier intento fue un total fracaso. La misma madrugada en que le arrebataron a Fabricio, ella se escabulló entre la oscuridad y el silencio pensado que no había nadie en la mansión. Su cabeza daba vueltas y tenía la sensación de que la mitad de su rostro iba a estallar debido a la inflamación. No pensaba con claridad, abrumada por el dolor físico y el de su alma, pero su instinto le gritara que saliera de ahí. Sin embargo, se encontró con que todas las puertas y ventanas por las que pudiera salir de la enorme casa tenían el cerrojo puesto. Sin titubear, se alejó de la última puerta que fracasadamente quiso abrir y tuvo la idea de ir al teléfono en el recibidor. Pensó que podría conseguir ayuda si lograba llamar a emergencias; sin embargo, cuando sus dedos estuvieron a punto de tocar el auricular fue sorprendida por su tío. Había sido una trampa. Un nuevo nivel de violencia fue desbloqueado. La crueldad en las palabras de Michael aumentó exponencialmente y no se contenía para abofetearla por cualquier pequeñez que le molestara; por las preguntas de Layla a pesar de las advertencias y que su mirada no bajara del todo; sin embargo, nunca se evidenció la respuesta a la pregunta que ella más le repetía: "—¿Por qué me odia?" A pesar de la violencia física y verbal, el encierro en su habitación sin comida durante días en busca de su completa sumisión, ella no desaprovechaba cualquier mínima oportunidad para escapar sin importar que el castigo resultara peor cada vez que la atrapaban. Necesitaba escapar y estaba decidida a hacerlo como fuera. Hasta que una mañana a la puerta de la mansión apareció la figura de Vivian, ignorante de todo, y cargada de preocupación, preguntando por su amiga ausente desde hacía varias semanas. Justo desde que se supo de la muerte repentina Fabricio en un accidente de tránsito. A Vivian no le fue permitido ver a Layla, pero a lo lejos, desde la última habitación de la mansión ella si pudo verla a través de su pequeña ventana hermética, saliendo a través de las verjas que le permitían mancharse de esa casa del terror. Michael vio la oportunidad perfecta para tenerla en sus manos completamente. "—Tu amiga suele llegar a su casa todas las noches a las 10:30 después de sus prácticas ¡Qué peligroso…! Sería una pena que un par de tipos se propasara con ella una noche de esas, parece una buena chica.” Cada sílaba, cada entonación se quedó grabada en la cabeza de Layla. Vivian no había dejado de llamar ni una sola semana para saber de ella y cada una de esas llamadas le robaba el aliento. Aquella amenaza se reproducía en su cabeza como si la estuviera escuchando en tiempo real. Llegó a pensar que era un ser de mala suerte para las personas que la querían. Desde ese entonces existían nuevas reglas. Layla estaba destinada a servir en todo momento a Michael y a acompañarlo a todos lados, incluso, al bar del que era dueño. Sin embargo, ella no tenía permitido estar presente en ninguna reunión de negocios con socios, apostadores, mafiosos o cualquier persona con la que Michael se reuniera. Evitaba que supiera exactamente sobre sus negocios. … Michael era el dueño de un exclusivo bar en las afueras de la ciudad, La Maison Saphir, con un ala clandestina destinada a apuestas y servicios de damas de compañía que iba desde jóvenes novatas, pero hermosas, hasta modelos o concursantes de eventos de belleza cuidadosamente seleccionadas para clientes poderosos o quien pudiera pagarlas. Se distinguió cuando llegó el dueño del establecimiento. Su porte soberbio, su estilo de vestir excéntrico y evidentemente costoso, escoltado por sus 2 guardaespaldas gigantes lo hizo destacar desde que entró por la puerta principal. Los empleados se irguieron y buscaron qué hacer con nerviosismo, aunque ya todo estuviera hecho. Entre Michael y los grandes guardaespaldas, entró Layla, con la cabeza gacha, su cabello completamente recogido y usando un ancho vestido n***o de servicio con el borde de las mangas y el cuello blanco que le llegaba hasta las rodillas. Se veía minúscula y pasaba casi inadvertida. Fueron recibidos por Marcela, la asistente de Michael y administradora de La Maison Saphir, una pelirroja voluptuosa, con vestimenta ajustada y el privilegio de tener veneficios de su jefe por ser su preferida. Sonreía ampliamente como si fuera la azafata de algún vuelo privado. —Bienvenido, señor Michael —habló en un timbre seductor. Michael la recorrió con los ojos descaradamente. —¿Montés ya está aquí? —indagó secamente. —Desde hace uno 5 minutos… —Ok, indícale a mi sobrina lo que habitación le corresponde ir primero. Sin más, Michael se hizo a un lado y se desplazó hacia su derecha con premura para alcanzar la perilla de la puerta de su oficina, mientras que su par de guardaespaldas se movió como su sombra para instalarse uno a cada lado de la entrada, tal y como hacían en casa y a donde ingresara el hombre. Inmediatamente, Layla quedó a la vista, como si una gran niebla hubiera estado rodeándola y se disipó. La sonrisa seductora que Marcela había sostenido hacia su jefe, evidentemente se fue transformando en una menos genuina que terminó en un gesto de desagrado, acompañada de una mirada que la recorrió de arriba abajo, y viceversa. —Aj, sígueme… —refunfuñó. Para mantener a Layla ocupada en el club y como parte de su mismo castigo, Michael le asignó limpiar las suites privadas que acabaran de desocupar, en donde ningún cliente pudiera verla. Lo tenía prohibido. Layla se mantuvo callada y la siguió. No le importaba el desdén de la mujer hacia ella, tampoco el rechazo que le tenían las hermosas mujeres que ahí trabajaban, como si se tratase de alguna insecto raro que irrumpía en su espacio. Ella había escucharlos llamarla "cucaracha" entre susurros, pero tampoco le daba relevancia. Mucho menos le afectaba el hecho de que fuera a limpiar habitaciones y retretes sin una paga, lo que realmente le importaba era que, durante aquellas pocas horas en los tocadores de esas suites no tendría a su tío respirando en su nuca ni demandando que le atendiera. Lastimosamente, a eso se habían reducido sus únicos momentos de paz. A medida que se movían y cruzaban por un amplio pasillo que dividía las dos alas, con paredes de paneles de vidrio color zafiro ahumado y suelo de mármol pulido, la música proveniente del ala del club se intensificaba, al igual que los olores a tabaco y licor mezclados, haciendo el aire más denso para Layla con cada paso que la adentraba. Su nariz reaccionaba rápidamente a ello con un escozor molesto que trataba de ignorar con gestos que podrían lucir bastante inusuales. Continuaron caminando, más próximas a la pared que se asemejaba a un espejo, para evitar llamar la atención. Cuando cruzaban el club en dirección a las suites, tímidamente Layla vio hacia el centro, en donde se hallaba la chica de turno bailándole semidesnuda a media docena de hombres instalados en asientos de cuero fino alrededor de la barra de baile, tan embelesados y con ridículos gestos que a Layla le parecía que les estuvieran absorbiendo el cerebro. Llegaron a un pequeño pero lujoso lobby con decoración en metales dorados y de iluminación cálida, Marcela se fue tras el mostrador y se detuvo a ver por unos segundos algunas llaves revueltas mientras trataba de recordar cuáles estaban desocupadas a la espera de limpieza. Murmuraba algunas maldiciones en contra de la recepcionista que todavía no las había ordenado. —¡Ah! La 15 y la 20. Le extendió las llaves sosteniendo los llaveros con las puntas de las uñas como si Layla fuera a contagiarla de alguna enfermedad solo con el tacto. —Gracias —Layla tomó las llaves rápidamente y le ofreció una sonrisa tan falsa como la que Marcela le mostro pocos minutos antes. Layla estacionó el carro de limpieza entre dos habitaciones y solo tomó una cubeta con los utensilios que usaría en el interior. Entró a la suite dispuesta a limpiar tan rápido como pudiera para quedarse con algo de tiempo libre, pero se sorprendió al encontrarse con que la cama estaba hecha y los alrededores perfectamente ordenados, lo cual indicaba que Marcela había tomado una llave equivocada y le entregó la de una habitación limpia. Ella retrocedió un paso para cerrar nuevamente y comunicar la equivocación; sin embargo, se detuvo por un momento, pensativa. «Aprovecha el error.» Se dijo. Layla entró a la habitación y continuó directamente al tocador, pensó que esa era una buena oportunidad para descansar y esconderse unos minutos extras. Unos de paz y silencio que debía aprovechar, aunque se tratara de un simple error del que quizás se darían cuenta. Decidió que ahí se quedaría por el tiempo que demoraba en terminar de hacer la limpieza en una de esas habitaciones. Tan pronto cerró la puerta, Layla se dejó caer en el piso junto al inodoro y abrazó sus piernas, cerró sus ojos y respiró hondo tratando de encontrar fortaleza de algún lugar desconocido para continuar por un túnel a oscuras y por tiempo indefinido. Sus ojos se inundaron rápidamente sin poder controlarlo, era todo lo que se contenía delante de Michael. Burlas, amenazas, golpes y humillaciones. Por más que lo pensara no veía un agujero por donde escapar. Nuevamente llegó a su cabeza ese pensamiento que últimamente la acosaba: «Atraigo la mala suerte y toda aquella persona que se atreva a quererme estará destinada a desaparecer.» Pensó en la familia que suponía que tuvo y murió cuando ella perdió la memoria, una de la que ni sus rostros conocía. Pensó en una sirvienta que le dio consuelo cuando llegó a vivir a la mansión de su tío mientras estaba aterrada por todo lo que no recordaba y que misteriosamente desapareció de la noche a la mañana. Pensó en Fabricio y en la culpa que la carcomía cada día por su muerte, estaba segura que aquello la perseguiría hasta el final de sus día. Y, por último, pensó en Vivian, que sin saberlo corría peligro gracias al solo hecho de haberla conocido y estar preocupada por ella. Pensó en las entidades celestiales a las que las personas solían acudir cuando estaba en aprietos. Había escuchado de un Dios, pero se sintió muy ignorante al no saber cómo hacer una plegaria, nunca había tenido un libro religioso en sus manos, ni una persona que le hablara al respecto a profundidad. Por un momento se sintió flotando en la nada. Se sintió "nadie". La puerta de la habitación se cerró estrepitosamente y Layla se sobresaltó al escuchar el ruido que estropeó el silencio. Se limpió las lágrimas con el cuello de su vestido y se puso de rodillas junto al inodoro mientras cogía algún producto de limpieza. No debían pescarla haciendo nada. Pero al poco tiempo escuchó la voz lejana de una mujer y sus risas. —¿Qué se te apetece? —escuchó bajo, pero claramente a la mujer— ¿Cómo te llamas y cómo deseas llamarme hoy? «Ay mierda, ¡no! Hay un cliente.» Se lamentó Layla. «Esto está mal.» —Hay reglas: uno, nada de besos. Dos, nunca toques mi rostro... Era una voz masculina ligeramente familiar para Layla. Una voz grave, firme y que arrastraba autoridad en su timbre. Ella se quedó quieta escuchando al hombre hablar, tratando de buscar en su memoria al dueño de esa voz con matiz severo. Layla se puso de pie envuelta por la curiosidad. Ella misma desconocía que su nivel de curiosidad fuera tan elevado como para acercarse a la puerta y abrir cuidadosamente solo lo necesario para indagar de quien se trataba. Estaba segura de que le conocía de algún lugar. —De rodillas… Layla vio en el momento justo que el hombre le permitió a la mujer abrirle la cremallera del pantalón y sacar su generosa virilidad. El resultado de la impresión de Layla fue taparse la boca, cerrar estrepitosamente la puerta y dar un paso hacia atrás. Para su mala suerte, Layla metió el pie en la cubeta con productos de limpieza, trastabilló torpemente buscando equilibrio y cayó al suelo, haciendo todo el ruido que quería evitar hacer. —¿Quién está ahí? —preguntó con irritación. Con nerviosismo y asombro al mismo tiempo, Layla trataba de recoger lo más rápido posible el desorden que había hecho, mientras reprochaba entre murmuros esa mala suerte que decía tener. Su reacción no era por haber visto al miembr0 de un hombre sino a quien vio. Durante los meses que tenía limpiando suites en el club se había topado con algunas escenas íntimas en pasillos y en la misma base de baile, en aquel sitio era algo inevitable, aunque la regla era que ningún cliente la viera, igualmente ella parecía ser invisible. Pero encontrar a un rostro conocido, una figura imponente y de nombre intachable como el de Jacob Cooper la tomó por sorpresa. —¿Quién carajos anda ahí? —preguntó Cooper una segunda vez con más fuerza.
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