Nadie me ayudara.

727 Words
Ni siquiera quería ir a esa maldita oficina. Había pasado la noche entera temblando, deseando enfermarme para tener una excusa. Pero mi madre insistió. Tenía miedo. Miedo de Santiago, miedo de Domeniko, miedo de todo. —Tranquila, amor —me dijo al dejarme frente a la puerta—. Solo ayudarás a tu primo con unos papeles, no es nada de otro mundo. Mentía, o quería convencerse de que lo hacía. Entré. La oficina era enorme, de paredes oscuras, con ventanales que dejaban entrar una luz fría. Santiago estaba de pie frente a su escritorio, con las manos en los bolsillos, observándome como si me evaluara. —Te ves… hermosa —dijo al fin, con esa sonrisa que nunca anunciaba nada bueno—. Eres la mujer más preciosa que he conocido, Giana. Apenas nos quedamos solos, él se acercó sin decir palabra. Pude sentir el cambio en el aire, ese silencio denso que anuncia algo inevitable. Antes de que pudiera reaccionar, me dio un beso, intente zafarme pero me agarró del cabello y su boca invadió la mía,.yo deseaba vomitar. —Te lo repito: lo que ocurra en esta oficina no se lo dirás a nadie —me dijo Santiago, y su voz sonó fría—. O echaré a tu madre y a tu hermana como a un perro. —Por qué yo —pronuncié, con la garganta apretada, a punto de romperme en llanto. —Porque a mí se me antoja —respondió, aproximándose—. —Sus dedos acariciaron mis mejillas y, con una calma que me heló, limpió mis lágrimas—. Eres hermosa, y me dan ganas de besarte en todas partes. Durante esa tarde no me hizo nada, pero el miedo no me abandonó ni un segundo. Sentía su mirada incluso cuando no estaba. Al caer la noche regresamos a la mansión, y apenas bajé del coche corrí hasta el despacho de mi tío Domeniko. —Tío... necesito hablar contigo —dije entre jadeos, con las manos aún temblándome—. Santiago... me besó en la oficina. Yo no quiero problemas, solo quiero irme lejos. Mi tío levantó la vista lentamente del montón de papeles que tenía sobre el escritorio. Su expresión era difícil de descifrar. —Este fin de semana vendrán los Santoro —dijo con calma—. Y no quiero problemas, ¿está claro, Giana? —Pero, tío... —intenté replicar, sintiendo cómo se me quebraba la voz. No llegué a terminar. —No habrá problemas, padre —interrumpió la voz de Santiago desde la puerta. Me giré sobresaltada. Él estaba allí, apoyado contra el marco, observándonos con una falsa serenidad que me heló la sangre. Antes de que pudiera decir una palabra, se acercó y me agarró del brazo con fuerza. —Vamos —susurró entre dientes. Mi tío no dijo nada. Solo bajó la mirada, como si no quisiera ver. Y entonces lo entendí: estaba sola. Salimos al salón, y él seguía sujetándome del brazo con fuerza. —Me haces daño —dije, intentando soltarme. —Intento ser amable contigo —respondió con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Pero no cooperas, Giana. Y nadie va a impedirme que te haga lo que quiero. Su voz sonó tan baja que apenas la oí, pero el tono bastó para helarme la sangre. Intenté apartarme, pero su mano solo se aferró con más fuerza. —Suéltame, Santiago —dije entre dientes—. Te lo advierto, suéltame ahora. —No me amenaces —respondió, inclinándose hacia mí. Los empleados miraban hacia otro lado cuando él me agarró de la cintura. Sentí su mano firme, posesiva, y el aire se me atascó en la garganta. —Dame un beso —me dijo con una calma que helaba. —No quiero —respondí en un hilo de voz, intentando apartarme. Su sonrisa se torció apenas, y su mirada se endureció. —No me hagas perder la paciencia, Giana —susurró. Él se abalanzó sobre mí, acercándome sin darme opción a apartarme y planto sus labios en los míos mientras su mano no dejaba mi cabello. Su madre y la mía pasaron de largo y se dirigieron al jardín nadie me ayudaría nadie lo haría. —Preciosa prepárate después de la boda de tu hermana te mudaras a mi habitación y tendrás que cumplirme como mujer.
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