Después de aquella conversación con el padre, Bastian pasó días meditando en silencio, reflexionando sobre sus palabras. Sabía que la vida humana era fugaz en comparación con la de su especie inmortal, pero algo dentro de él se resistía a aceptar la lógica fría de la eternidad. Su corazón le gritaba que debía seguir adelante, amar a pesar de las diferencias, a pesar de los obstáculos que enfrentaría. Decidió que, para demostrar la pureza de sus sentimientos, lo primero que haría al regresar a Roma sería confesarle toda la verdad. Era lo justo. Era lo que ella merecía. Una tarde, entre el abatimiento de pensamientos y con el cuerpo rendido por días de patrullaje incansable, Bastian intentaba descansar bajo la sombra de un gigantesco árbol en medio de la selva. El murmullo de los insectos y

