Capitulo 8

1982 Words
Adriana Llegué al salón más temprano de lo normal. Había dormido mal, con la sensación incómoda de que algo estaba a punto de explotar. Quizá era por la discusión con Theo el día anterior y el beso que Isabella y él se habían dado… o por la insistencia asfixiante de Gerardo. No lo sabía realmente, pero lo que sí sabía era que Isabella nunca llegaba tarde. Era obsesiva con los horarios, con los detalles y con dejar claro que todo giraba alrededor de su boda perfecta. Pero esa mañana no apareció, revisé mi celular, pero no había nada. Ni un mensaje, ni una llamada y eso era extremadamente raro. Las pruebas del pastel estaban programadas para los próximos días, y antes de eso debíamos ajustar colorimetría, iluminación, la entrada principal… todo debía estar definido. Pero Isabella no contestó y para las once de la mañana, ya tenía el corazón acelerado. —¿Dónde diablos está? —susurré, revisando de nuevo el reloj. Decidí ir directamente a las oficinas de Theo. Quizá ella estaba ahí revisando algún detalle absurdo. Pero no fue así, lo único que encontré fue una sensación extraña en el pecho. Apenas entré al edificio, supe que algo estaba muy mal. Había gente corriendo, puertas cerrándose con códigos de seguridad. Empleados gritando entre sí, con palabras que te dejaban pensando en lo que realmente estaba pasando. «—¡Bloqueen acceso dos!» «—¡Desactiven la transferencia!» «—¡Revisen la contabilidad externa!» Mi piel se erizó, esto en definitiva no era normal. Nunca había visto una empresa en ese estado, mucho menos la empresa de tecnología que Theo había formado, porque hasta donde sé, él siempre había sido muy cuidadoso con todos los programas. Pero esto era como si hubiera estallado una bomba silenciosa, una que nadie esperaba. Me abrí paso entre la multitud hasta llegar al último piso. La puerta de la oficina de Theo estaba entreabierta, era extraño que no tuviera asistente, lo sabía porque el escritorio que estaba afuera de la oficina estaba vacío y no se veía nada de artículos personales. —Theo… ¿puedo pasar? — pregunté mientras tocaba la puerta, pero nadie respondió. La empujé un poco más y lo encontré allí solo, apoyado en el borde de su escritorio. La laptop estaba abierta frente a él y tenía el ceño fruncido. Los ojos estaban rojos, no supe si de ira o de agotamiento, pero parecía roto y eso… me dolió más de lo que quería admitir. —¿Qué pasó Theo? —pregunté en voz baja. Él levantó la vista y cuando sus ojos se toparon con los míos, algo se cerró dentro de él. La calidez que a veces veía escondida entre sus emociones desapareció. —Adriana, este no es un buen momento —dijo con una frialdad que me atravesó. Apreté la carpeta que llevaba entre las manos intentando que su frialdad no me afectara de nuevo. —Necesito hablar contigo sobre la boda. Isabella no llegó al salón esta mañana y.…— levantó su mano haciendo que me quedara en silencio. —Cancélalo —me interrumpió sin pensarlo. —¿Qué…? — Me quedé inmóvil ante sus palabras y algo dentro de mí se estremeció —No habrá boda — repitió, con la mandíbula tensa. Sentí que la sangre se me iba al suelo, no por la boda, ni por Isabella… sino por lo que eso significaba para mí, para mi empresa, para mi reputación. Mi primer gran evento fuera de las ganas benéficas de la alta sociedad era mi primer evento hacia una persona que no tenía ningún acercamiento con mi familia. Un fracaso así podría destruir todo lo que construí desde cero, la gente hablaría, se inventarían historias y me culparían a mí. Respiré hondo, intentando mantener la calma. —Theo… si cancelas así… esto va a arruinar a mi equipo, mi empresa, a mí, será mi primer escándalo profesional y la gente no va a pensar que fue culpa de tu prometida, van a decir que yo fallé. — Él cerró los ojos, como si mis palabras le dolieran. —Mi reputación está en juego también, Adriana. — mencionó y yo asentí, algo debió de haber pasado para que dé un día a otro todo se cancelara, yo no era la única que perdía, también él saldría afectado en todo y eso no me gustaba. —¿Qué pasó? — Mi pregunta salió más suave de lo que quería. Una parte de mí aún quería cuidarlo, era idiota lo sé, pero no podía evitarlo. Theo tragó saliva, apoyó las manos en el escritorio y habló sin mirarme. —Isabella se fue, me robó, se llevó dinero de la empresa y Marco… también, se fueron juntos así que supongo que soy un idiota — Mi pecho se apretó. —Theo… — Él levantó la mirada por fin y entonces lo vi, el miedo, la furia, la humillación y la vulnerabilidad. —La ciudad entera se va a enterar —susurró con los dientes apretados— El empresario que finge ser perfecto… fue abandonado, robado y humillado. ¿Sabes lo que eso hará? ¿Lo que significa para todo lo que construí? — Me acerqué un paso, apenas. —No estás solo en esto. — aseguré y él soltó una risa seca. —Claro que lo estoy. — Hubo un silencio que me hizo tragar saliva. Entonces, Theo respiró hondo, se enderezó y me miró con una intensidad que me dejó sin aire. —Adriana, necesito que me escuches. — mencionó como si estuviera analizando toda la situación —¿Qué necesitas? — pregunté con miedo de que me pidiera que me alejara de nuevo de él —Hay… una salida para los dos. — Mi corazón comenzó a latir más rápido. Theo se puso de pie y dio un paso hacia mí. —Si cancelamos la boda, tú cargas con la responsabilidad del desastre y yo con la humillación pública —dijo— Pero si… si reestructuramos el evento… si no lo cancelamos… — mencionó, pero yo no entendía a que se refería exactamente. —¿Qué estás diciendo, Theo? — El aire se volvió más espeso. Él tomó un segundo para decidir si continuaba y entonces lo dijo. —Cásate conmigo. — Sentí que mi respiración se detenía. —¿Qué…? — mi corazón comenzó a latir con fuerza y es que, maldito Montanari, siempre lo he amado. —Cásate conmigo —repitió, esta vez más firme— Por contrato, claro, solo para salvar la reputación de ambos. — Mis manos temblaron alrededor de la carpeta. El mundo dejó de sonar por un instante, un contrato y una boda con Theo. Era como si un hilo invisible que llevaba años tensándose hubiera explotado de golpe. —Theo… esto no tiene sentido —logré decir— No puedes pedirme eso, no después de todo lo que... — dude un poco, pero él me interrumpió. —Adriana —murmuró, dando otro paso— Si tú aceptas… ninguno de los dos cae, la empresa se salva, tu nombre se salva, mi reputación se sostiene y nadie nos destruye. — Nos quedamos a un metro de distancia. La verdad estaba ahí, él nunca me mentía solo me estaba pidiendo matrimonio, me estaba pidiendo un trato. Un trato con consecuencias que ninguno de los dos podría controlar, porque yo aún estaba enamorada de él. —Cásate conmigo —repitió en un susurro— Solo así salimos vivos de esto. — Y yo… no sabía si mi corazón latía por miedo, o por él. Me quedé allí, frente a Theo, con el corazón golpeando tan fuerte que pensé que él podría escucharlo. La palabra «matrimonio» seguía vibrando en el aire como un eco imposible de atrapar. Un contrato. Me mordí el interior de la mejilla y cerré los ojos un instante. Tenía que pensar, tenía que ser racional, pero era casi imposible cuando él estaba así, quebrado, vulnerable, pidiéndome ayuda con una honestidad que jamás le había visto. Respiré hondo. «¿Qué pierdo? ¿Qué gano? ¿A quién estoy salvando realmente?» Recordé las voces que escucharíamos si él no hacía algo radical «“El pobre Theo, lo dejaron plantado.”» «“Lo humillaron.”» «“Su novia huyó con su mejor amigo.”» «“El empresario no tan perfecto.”» «“El idiota que no vio que lo estaban robando.”» Lo imaginé viendo los titulares, lo imaginé soportando las miradas, las risas y algo dentro de mí se retorció. No porque Theo fuera mi responsabilidad... sino porque lo quería lejos del dolor, incluso cuando él nunca se preocupó por evitar el mío. Apreté los puños y luego pensé en mi empresa, en mis trabajadores. En las mujeres que tomaron un riesgo al creer en mí. En lo que implicaba que mi primer boda masiva terminara en desastre. Pensé en mis padres. En la reacción de mi mamá cuando le dijera que iba a casarme con Theo Montanari en dos semanas. Y aun así… aun pensando en todo lo que implicaba… mi respuesta seguía inclinándose hacia él. «No lo quiero ver destruido.» No lo quiero ver convertido en la burla de todos, no quiero verlo caer. Quizá soy tonta y patética. Pero, aunque me rompió el corazón hace años, aunque se olvidó de mí, aunque me cambió por la mentira más absurda del mundo… Una parte de mí todavía quiere protegerlo. Suspiré, exhalando el peso de los recuerdos. —Theo —dije por fin, con la voz extrañamente firme— Voy a casarme contigo — Lo vi tensarse, sorprendido, como si no esperara que realmente lo hiciera. —Pero... —añadí, levantando la mano antes de que pudiera interrumpirme— Tengo una condición. — Él frunció el ceño confundido —¿Cuál? — Tragué saliva, manteniendo mi mirada fija en él. —Seremos matrimonio por seis meses, es el tiempo suficiente para que la ciudad olvide el escándalo, para que las empresas se estabilicen y la prensa encuentre otro chisme que perseguir. — Theo respiró hondo. No dijo nada, solo me observó como si dudara de mis palabras. —Después de eso —continué— Cada uno seguirá su camino, sin reproches, sin culpas y no volveré a verte. — Un silencio denso cayó entre nosotros. Vi sus ojos parpadear, apenas, como si mis palabras lo atravesaran en un lugar que ni él mismo sabía que existía. Vaciló solo un segundo, un segundo que lo dijo todo. «Una parte de él no quería dejar de verme.» Pero al final, enderezó la espalda, levantó la barbilla y asintió. —Seis meses —repitió con voz baja— Después cada uno sigue su vida, lo acepto. — Me crucé de brazos para no mostrar que mis manos temblaban. —Perfecto, tendremos que redactar un contrato legal, algo sólido, algo que deje claro que esto es… —tragué— estrictamente profesional. — mencioné y él asintió —Lo haremos —aseguró él—Yo me encargo del abogado. — Asentí. Mis piernas se sentían de gelatina, pero me mantuve firme, tenía que hacerlo. —Lo hablaré con mis padres esta noche —agregué— Necesito que lo entiendan antes de que todo esto se haga público. — Theo me miró de un modo extraño, como si quisiera decir algo más. Como si estuviera a punto de detenerme, de retractarse, de pedir algo que no debía. Pero solo cerró los ojos un segundo, respiró hondo y se apoyó en el escritorio. —Gracias, Adriana. — Ese “gracias” no sonó profesional, ni distante, sonó… roto. Y ese fue mi punto de quiebre interno. Porque entendí, con dolor, que, aunque yo aceptara este matrimonio por contrato… el corazón nunca sería tan fácil de controlar como seis meses escritos en un papel.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD