Capitulo 7

1726 Words
Theo Faltaban dos semanas para la boda. Dos malditas semanas… y yo seguía perdiendo la cabeza cada vez que veía a Adriana. Pero lo peor no era eso, lo peor era ver cómo ese imbécil de Gerardo Colombo aparecía cada vez más seguido, siempre buscándola, siguiéndola con esa obsesión que me hervía la sangre. No tenía derecho, no después de lo que él le había hecho años atrás. No después de que la destruyó, de que la dejo después de que los rumores de ambos corrieran por toda la universidad y después de que yo mismo… la solté cuando más me necesitaba. Si bien yo estaba dolido por su traición, ella había sido mi mejor amiga y yo debí de haber estado con ella cuando su relación con Gerardo terminó, pero simplemente no podía hacerlo, porque me dolía verla junto a él. Sólo pensar en eso me revolvía el pecho, necesitaba aire, necesitaba pensar, o golpear algo, preferentemente que sea a él. Así que caminé rápido hacia una de las habitaciones vacías del salón, donde guardaban decoración, manteles y demás cosas para la boda. Cerré la puerta, apoyé las manos contra la mesa y respiré hondo. «No puedo seguir así, no puedo tengo una boda, tengo un compromiso y tengo una ciudad entera esperando ese maldito evento…» Pero la imagen de Adriana y Gerardo juntos me taladraba la cabeza. Y entonces escuché pasos, la puerta se abrió y me dejó ver esa hermosa figura que tanto me volvía loco. Con su vestido de trabajo, con el cabello suelto cayéndole en ondas, con los labios entreabiertos como si también buscara un lugar donde respirar, Adriana se quedó quieta al verme ahí. Pero de la nada todo mi control se terminó y comenzamos una discusión, una que me recordaba a las mismas que tuvimos en la universidad, unas discusiones que solo duraban segundos y después todo seguía exactamente igual. Pero ahora nada era igual, porque sabía que ella tenía razón. Había cosas que no le había dicho, pero ella sabía perfectamente porque entre nosotros nunca hubo secretos. Aunque ahora los había, porque había cosas que no le había dicho. «"Yo no puedo mirarte sin querer tocarte."» «"Yo no puedo verte sin preguntarme qué habría pasado si no te hubiera dejado ir."» Pero no dije nada de eso, porque simplemente admitirlo en voz alta haría que todo se complicará para ambos. Ella dio un paso también, quedando tan cerca que pude sentir su respiración rozándome el cuello. —¿Y tú qué, Theo? —susurró— ¿Qué es lo que no puedes decir? — Sentí el pulso estrellarse contra mis costillas. Mis ojos bajaron a sus labios, mi cuerpo me pedía a gritos que la besara y no lo culpaba, sus labios llevaban un tono café casi rosa que le quedaba de maravilla, se veían suaves y sentía una corriente magnética que me atraía hacia ellos, quería saber cuál era su sabor, quería escuchar mi nombre en esos labios mientras deja que el deseo nos consuma. Y estuve a un segundo de rendirme ante ella. Un maldito segundo de destruir todo, de besarla como siempre quise, como he soñado desde hace años… Pero apreté los dientes y me alejé porque no podía, no cuando estábamos a dos semanas de una boda que toda la ciudad estaba esperando. —No hay nada que yo deba decirte, todo quedo claro hace años, solo limítate a hacer tu trabajo— mencioné y me forcé a salir antes de perder el control. En el salón, la primera voz que escuché fue la de Marco. —Theo, justo te estaba buscando —dijo con una sonrisa ligera— necesitamos revisar unos números de la empresa y algunos detalles de la boda. — Perfecto, justo lo que necesitaba, recordarme que tenía una vida entera organizada… sin ella. —Sí, de hecho, quería hablarte de eso —respondí, caminando hacia la mesa con documentos— Hay movimientos extraños en la cuenta principal, cantidades pequeñas, pero constantes, no cuadran. — mencioné intentando atraer su atención. Marco abrió la boca… pero entonces vio en mi línea de visión a Adriana, que acababa de entrar al salón, evitando mirarme. Su rostro cambió de diversión a curiosidad y una parte de miedo. —¿Todavía sigue aquí? —preguntó, casi divertido— ¿Cómo es que sigue ayudando con la boda? — preguntó —Hace su trabajo —respondí seco. —Ajá, claro y tú no puedes ni mirarla sin que se te marque en la frente —se burló. —Marco, por favor. — Lo fulminé con la mirada. —Está bien, está bien —levantó las manos— Solo recuerda que en dos semanas te casas, no puedes seguir… pensando en ella. — apreté la mandíbula por sus palabras —Lo sé, me voy a casar, no voy a dejar a Isabella plantada frente a toda la ciudad, no puedo hacerle eso. — No sabía si lo decía para convencerlo a él… o a mí mismo. Marco sonrió como si supiera algo que yo no. —Bueno, entonces deja de mirar así a la wedding planner, ¿no? — Rodé los ojos. —Hablemos de los movimientos de la cuenta. — mencioné cambiando de tema —Después vemos eso —dijo él, desviando la mirada rápido, como si algo lo pusiera nervioso— Ahora enfoquémonos en… — mencionó, pero no terminó la frase. Porque Isabella ya estaba acercándose, con esa sonrisa calculada y esa mirada que buscaba siempre a quién destruir. Y antes de que pudiera reaccionar, se aferró a mi cuello y me besó. Quise apartarla, pero fue un segundo, un segundo suficiente porque cuando se separó, yo levanté la mirada y… ahí estaba Adriana mirándome. Sus ojos se veian heridos como si le arrancaran algo desde dentro. Como si yo hubiera traicionado algo que ni siquiera habíamos dicho en voz alta. Sentí un nudo en la garganta y un pinchazo en el pecho, era un idiota. Un completo idiota, porque, aunque Isabella me estuviera besando… el único beso que deseaba, el único que imaginaba y el único que había querido durante años… era el de Adriana y jamás podría tenerlo. Isabella seguía pegada a mí después del beso forzado, como si nada hubiera pasado. Se acomodó en mis piernas sin siquiera pedirme permiso, sonriendo con esa satisfacción que me enfermaba. Marco se rió bajo, disfrutando del espectáculo. —Entonces, Isa —decía él— ¿Definitivamente quieres las flores blancas y doradas al centro? — preguntó curioso mientras la miraba de una manera distinta. —Sí, y también quiero que las luces cambien a tono cálido cuando entremos Theo y yo —respondió ella, jugueteando con el filo de mi saco como si fuera suyo. Yo ya no escuchaba nada, los deje a ellos hablando mientras mi mente y mis ojos estaban fijos al otro lado del salón. Adriana estaba de puntillas, ayudando a dos de sus empleados a colgar unos cristales en la estructura central. Su rostro estaba sereno, pero ya la conocía, esa serenidad era la máscara que usaba cuando algo le dolía. Una parte de mí quiso ir hacia ella, decirle que no vi el beso venir, que no lo quería. Que estaba a segundos de hacer una locura en esa habitación vacía, que quería besarla a ella, pero otra parte sabía que no tenía derecho. Así que me quedé ahí, atrapado bajo el peso de Isabella, fingiendo escuchar, mientras la única mujer que realmente me importaba seguía trabajando como si mi existencia no significara nada. Esa noche no pude dormir. Isabella dormía profundo, como si nada le afectara, como si no hubiera convertido el día en un infierno. Aproveche mi insomnio para ir a mi despacho y revisar los estados financieros de la empresa. Algo no dejaba de sonar en mi cabeza desde que el practicante de contabilidad me lo dijo. «"Los movimientos no cuadran, señor Montanari."» Volví a revisar las transferencias, primero por fechas, luego por montos, luego por destinatarios. Y entonces lo vi, no eran cantidades pequeñas. Parecían pequeñas porque estaban divididas… pero sumadas eran una locura. Y lo peor, el dinero estaba yendo directamente a dos cuentas. Una con nombre de Marco y la otra…era la de Isabella. Mi estómago se hundió, el aire se volvió espeso y no supe como tomar todo lo que pasaba. —No… no puede ser… —susurré. Volví a revisar desde el año anterior, todo estaba ahí. Movimientos mensuales, sistemáticos, perfectos para que pasaran desapercibidos. Marco, mi socio y mi mejor amigo desde la universidad, él hombre con quien construí esta empresa desde cero, luego ella, Isabella, mi… prometida, la mujer con la que, se suponía, compartiría mi vida en dos semanas. Ambos me estaban traicionando, la rabia me quemó el pecho, cerré la laptop de golpe. Salí de mi despacho con pasos rápidos, casi sin poder contenerme, necesitaba respuestas, necesitaba enfrentar a Isabella. Necesitaba saber qué carajos estaba pasando. Abrí la puerta de la habitación —Isabella, despierta, tenemos que hablar— solté mientras encendía la luz. Pero la cama estaba vacía, la almohada hundida y una de sus maletas faltaba. Mire mi lugar de la cama y en mi almohada había una nota La tomé con un presentimiento helándome los huesos. La letra era de ella. 《Theo, Para cuando leas esto, ya estaré muy lejos. No quiero seguir contigo. No te amo y nunca lo hice. Me voy con el único hombre al que siempre quise… y tú siempre fuiste el segundo lugar. Buena suerte explicándole a toda la ciudad por qué tu boda perfecta terminó en un fracaso. Ojalá disfrutes ver cómo tu reputación se derrumba junto con tu empresa. Te deseo todo el éxito en tu ruina. — Isabella 》  El papel temblaba entre mis dedos. Cada palabra era como un golpe frío, calculado y humillante. Todo lo que había sentido ese día, celos, frustración y confusión, se mezcló con algo más oscuro, traición La traición de dos personas en las que confié con los ojos cerrados y entre toda esa oscuridad… un duda que no dejaba de repetirse en mi mente. «Adriana tenía razón sobre ella, sobre todo.» Apreté la nota en el puño, respiré hondo y por primera vez en mucho tiempo, sentí que algo dentro de mí estaba a punto de romperse por completo.
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